Exégetas, abstenerse
Puede que los estrategas kirchneristas hayan calculado que demorar el anuncio formal de que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha decidido buscar la reelección serviría para permitirle cosechar más votos. O puede que Cristina entienda que, por motivos de salud, no le convendría permanecer en la Casa Rosada cuatro años más, pero teme que decirlo prematuramente haría de sus meses finales en el poder una ordalía. Sea como fuere, ocasionó sorpresa la forma tajante con la que voceros presidenciales desmintieron la afirmación del kirchnerista vehemente Carlos Kunkel, según la que el lanzamiento de la campaña tendría lugar el 23 de este mes, tratándola como un acto de lesa majestad imperdonable e informándole que la mandataria no necesita ni exégetas ni jefe de campaña. Parecería que los integrantes del círculo áulico presidencial están resueltos a mantener el suspenso hasta el último momento, prolongando el clima de incertidumbre, acaso por suponer que los ayudará a convencer al electorado de que no hay ninguna alternativa concebible a Cristina. Como maniobra proselitista, la atribuida al kirchnerismo tiene sus méritos, pero el que a juzgar por las encuestas de opinión esté funcionando muy bien es de por sí preocupante. Un sistema político que depende casi por completo de la voluntad de una sola persona, aun cuando se tratara de una de cualidades realmente excepcionales, no puede considerarse adecuado para un país con tantos problemas como la Argentina actual. Al difundirse la noción de que, por ser imprescindible la presidenta, rodeada como está de asesores desvinculados del aparato partidario, pueda hacer cuanto se le ocurra, ordenando medidas económicas, eligiendo personalmente a los candidatos en distintos distritos, como hizo al bendecir la candidatura del senador Daniel Filmus en la Capital Federal, el país corre el riesgo de precipitarse en cualquier momento en una crisis política muy grave. Lo lógico sería que a esta altura los oficialistas, conscientes de que es por lo menos posible que Cristina se niegue a postularse, estuvieran pensando en serio en otro candidato. Es lo que sucedería en cualquier democracia madura. Sin embargo, tanto los kirchneristas como los muchos que han llegado a la conclusión de que es de su interés arrimarse al carro presidencial, no se animan a hablar en público de dicha eventualidad; al fin y al cabo, si Kunkel recibió una severa reprimenda por exceso de celo, el oficialista que dijera que hay que prepararse para un futuro sin Cristina al mando se vería denunciado por alta traición. Por lo demás, el que alguien como Kunkel que se supone al tanto de lo que están pensando Cristina y quienes la influyen se haya equivocado es un síntoma del hermetismo que desde la muerte del ex presidente Néstor Kirchner es una de las características más notables de la gestión presidencial. Cuando incluso los cortesanos ignoran lo que está ocurriendo, los demás, es decir, todos salvo los integrantes de un pequeño puñado de iniciados, no pueden mantenerse mínimamente informados. La situación –anómala en otras latitudes, no en las nuestras– que se ha producido sería menos deprimente si las distintas fracciones opositoras se las hubieran arreglado para agruparse en torno a un número reducido de candidatos electoralmente atractivos. No han conseguido hacerlo no sólo porque demasiados se resisten a abandonar sus ambiciosos proyectos particulares sino también porque aquí el presidencialismo es tan fuerte que las vicisitudes del ocupante de turno de la Casa Rosada propende a monopolizar la atención de virtualmente todos, razón por la que pocos prestan mucha atención a las propuestas concretas formuladas por dirigentes opositores. Al fin y al cabo, temas tan áridos como los relacionados con la inflación, los planes de obras públicas, las deficiencias de la infraestructura, medidas destinadas a mejorar la calidad de la educación pública y el funcionamiento de las instituciones no pueden competir con el culebrón casi monárquico que está protagonizando la presidenta recién enviudada. Así, pues, todo hace prever que, siempre y cuando Cristina decida postularse para la reelección, la campaña que nos aguarda no servirá para aclarar nada, pero que si, para desesperación de sus partidarios, opta por declarar terminada su gestión, el país entero se hundirá en la confusión.
Puede que los estrategas kirchneristas hayan calculado que demorar el anuncio formal de que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha decidido buscar la reelección serviría para permitirle cosechar más votos. O puede que Cristina entienda que, por motivos de salud, no le convendría permanecer en la Casa Rosada cuatro años más, pero teme que decirlo prematuramente haría de sus meses finales en el poder una ordalía. Sea como fuere, ocasionó sorpresa la forma tajante con la que voceros presidenciales desmintieron la afirmación del kirchnerista vehemente Carlos Kunkel, según la que el lanzamiento de la campaña tendría lugar el 23 de este mes, tratándola como un acto de lesa majestad imperdonable e informándole que la mandataria no necesita ni exégetas ni jefe de campaña. Parecería que los integrantes del círculo áulico presidencial están resueltos a mantener el suspenso hasta el último momento, prolongando el clima de incertidumbre, acaso por suponer que los ayudará a convencer al electorado de que no hay ninguna alternativa concebible a Cristina. Como maniobra proselitista, la atribuida al kirchnerismo tiene sus méritos, pero el que a juzgar por las encuestas de opinión esté funcionando muy bien es de por sí preocupante. Un sistema político que depende casi por completo de la voluntad de una sola persona, aun cuando se tratara de una de cualidades realmente excepcionales, no puede considerarse adecuado para un país con tantos problemas como la Argentina actual. Al difundirse la noción de que, por ser imprescindible la presidenta, rodeada como está de asesores desvinculados del aparato partidario, pueda hacer cuanto se le ocurra, ordenando medidas económicas, eligiendo personalmente a los candidatos en distintos distritos, como hizo al bendecir la candidatura del senador Daniel Filmus en la Capital Federal, el país corre el riesgo de precipitarse en cualquier momento en una crisis política muy grave. Lo lógico sería que a esta altura los oficialistas, conscientes de que es por lo menos posible que Cristina se niegue a postularse, estuvieran pensando en serio en otro candidato. Es lo que sucedería en cualquier democracia madura. Sin embargo, tanto los kirchneristas como los muchos que han llegado a la conclusión de que es de su interés arrimarse al carro presidencial, no se animan a hablar en público de dicha eventualidad; al fin y al cabo, si Kunkel recibió una severa reprimenda por exceso de celo, el oficialista que dijera que hay que prepararse para un futuro sin Cristina al mando se vería denunciado por alta traición. Por lo demás, el que alguien como Kunkel que se supone al tanto de lo que están pensando Cristina y quienes la influyen se haya equivocado es un síntoma del hermetismo que desde la muerte del ex presidente Néstor Kirchner es una de las características más notables de la gestión presidencial. Cuando incluso los cortesanos ignoran lo que está ocurriendo, los demás, es decir, todos salvo los integrantes de un pequeño puñado de iniciados, no pueden mantenerse mínimamente informados. La situación –anómala en otras latitudes, no en las nuestras– que se ha producido sería menos deprimente si las distintas fracciones opositoras se las hubieran arreglado para agruparse en torno a un número reducido de candidatos electoralmente atractivos. No han conseguido hacerlo no sólo porque demasiados se resisten a abandonar sus ambiciosos proyectos particulares sino también porque aquí el presidencialismo es tan fuerte que las vicisitudes del ocupante de turno de la Casa Rosada propende a monopolizar la atención de virtualmente todos, razón por la que pocos prestan mucha atención a las propuestas concretas formuladas por dirigentes opositores. Al fin y al cabo, temas tan áridos como los relacionados con la inflación, los planes de obras públicas, las deficiencias de la infraestructura, medidas destinadas a mejorar la calidad de la educación pública y el funcionamiento de las instituciones no pueden competir con el culebrón casi monárquico que está protagonizando la presidenta recién enviudada. Así, pues, todo hace prever que, siempre y cuando Cristina decida postularse para la reelección, la campaña que nos aguarda no servirá para aclarar nada, pero que si, para desesperación de sus partidarios, opta por declarar terminada su gestión, el país entero se hundirá en la confusión.
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