“Hay semejanzas graves entre

Mientras el kirchnerismo inicia su tercer mandato consecutivo, el escritor y periodista sostiene que el actual gobierno guarda similitudes graves con el menemismo. Habló con “Río Negro” de la pobreza, del deterioro del lenguaje y de los amigos que perdió desde el 2003, cuando asumió Néstor Kirchner.

ENTREVISTA A MARTÍN CAPARRÓS

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) se sienta en un sillón de su habitación de trabajo, apoya su iPhone en una mesa ratona y comienza a hablar. Un rato después se refiere sí mismo como un anarquista contrariado. El escritor, que ganó recientemente el premio Herralde 2011 por su novela “Los living”, es uno de los más reconocidos que tiene la Argentina a nivel internacional. Identificado con ideas políticas de izquierda, asegura que nunca lo sedujo el kirchnerismo, espacio ideológico al que no le reconoce su misma inclinación. En este sentido, sus convicciones le generaron dolor en su vida personal. A partir de que Néstor Kirchner asumió la presidencia en el 2003, el historiador perdió varios amigos. Pero aún mantiene la esperanza de recomponer vínculos, al menos con los más valiosos.

Donde el periodista casi no ve luz es en el segundo mandato de CFK y apunta a completar el récord histórico de doce años y medio de kirchnerismo, algo que el radicalismo no pudo lograr a principios del siglo XX. “Tengo bastantes pocas esperanzas para lo que viene”, dice el autor de “Valfierno” a “Río Negro” en su casa de Tigre, en la zona norte de Buenos Aires.

–¿Le influyen las críticas que recibe en internet o en los medios?

–Un poco me influyen, por supuesto. Me duelen muy pocas veces, cuando tengo la sensación de que alguien dijo algo que por alguna razón me parece pertinente. Después cuando me putean en forma general, como suelen hacer, no es problema, que sean felices los que lo hacen. Me joden un poco más las puteadas públicas, en televisión, porque son como una especie de abuso de poder fuerte.

–En una pelea despareja, ¿no?

–Sí, además, usando el aparato del Estado, que debería ser usado para otra cosa. Me parece grave que una televisión estatal use el poder que le da el conjunto de los ciudadanos para atacar a alguno que piensa cosas distintas de las que piensan ellos. Ahí sí me jode porque, al menos yo, no tengo ni de lejos una capacidad semejante de difusión como para defenderme al mismo nivel. Atacan a alguna gente que tiene mucha capacidad de difusión, que manejan programas de radio, televisión o diarios. Tengo un blog en “El País”, de España. En cualquier caso me parece que es abusivo, pero más en uno como este.

–¿Qué opina sobre la cuestión del “periodismo militante”?

–Es complicado para mí. No creo en la neutralidad periodística. Cuando uno hace periodismo necesariamente pone en juego su visión del mundo. No creo que eso sea nocivo ni malintencionado. Es así estructuralmente, no puede ser de otra manera porque uno decide contar tal cosa y no tal otra porque le parece que sus lectores merecen enterarse de tal cosa y no de otra. Es el trabajo que uno hace, en definitiva, en eso consiste este laburo: en discriminar y decidir que esto vale la pena ser contado y esto no y de qué manera. Todo eso es porque uno piensa cosas, hay una subjetividad que juega todo el tiempo cuando uno trabaja. Es así, no está bien ni mal.

–Le parece que es inevitable…

–Claro, y no está mal poner de manifiesto que esa subjetividad existe. Me parece una forma de decencia porque en general el pacto de lectura entre los medios y sus lectores está basado en que esa subjetividad no existiría y eso es falso. Es un sinceramiento respecto al mecanismo. Supongo que eso es, de algún modo, el grado en el que yo estaría de acuerdo con algo que se puede llamar “periodismo militante”. La idea de que uno tiene ciertas ideas y que es honesto explicitarlas cuando trabaja.

–Pero…

–Bueno, lo que pasa es que cuando eso se convierte en hacerse una máquina de repetir al servicio de ciertos poderes, ya sean estatales, económicos o lo que sea, ahí ya dejás de hacer periodismo militante o de otra manera, y pasás a hacer propaganda. Eso es lo que sucede con la mayor parte del periodismo que se está haciendo en la Argentina en este momento.

–¿Qué relación tiene todo esto con la falta de debate político?

–Efectivamente hay poco debate político y uno de los grandes inventos del kirchnerismo consistió en dirigir su capacidad de debate hacia el periodismo. Constituir a cierta prensa como su enemigo. En democracia es difícil censurar, queda feo, no se hace. Pero si un gobierno democrático constituye como enemigo a cierta prensa la está deslegitimando, por lo tanto aquello que diga ya no merece ser escuchado o pensado porque lo dice desde una ilegitimidad. Es una forma, un poco más sofisticada pero no mucho más, de censura estatal, digamos. Lo cual no quita, y eso es lo curioso, que muchas veces las acusaciones del gobierno contra esa prensa tienen cierta o bastante razón. Ese es uno de mis problemas sistemáticos con el kirchnerismo.

–¿Por qué?

–Porque estoy de acuerdo con cosas que dicen, como cuando critican a Clarín o a Papel Prensa. Críticas que muchos veníamos haciendo desde mucho antes, cuando este gobierno y Clarín eran aliados estrechos. Con lo que no estoy de acuerdo es para qué usan esas críticas, qué formas de empleo del poder justifican a través de esas críticas. De todas maneras, creo que ahora hay más debate político que hace diez años.

–Antes dijo que hay cosas en las que está de acuerdo con el gobierno kirchnerista, pero es como si tuviera dudas o desconfianza de la intención de fondo.

–Uno no sabe por qué la gente hace las cosas, sabe qué cosas hace. Yo estaba de acuerdo con la Ley de Medios, lo dije mientras se discutía y lo había dicho antes. Pero la Ley de Medios se hizo supuestamente para democratizar el acceso a los medios, para que hubiera una pluralidad de voces que se expresaran en todos los medios y por eso se incrementó la cantidad de medios estatales y de asociaciones ciudadanas. Pero si uno ve que aquellos medios que ya están en poder público y en los que ya se puede ejercer esa democratización son medios como Canal 7 o Radio Nacional, donde nadie que no marque paso tiene la menor posibilidad de hablar, entonces decís bueno, a qué estamos jugando, ¿no? Y pasa en general eso, son ideas con las que yo a veces estoy de acuerdo y concreciones que me parecen una malversación de esas ideas.

–¿El kirchnerismo nunca lo sedujo?

–Un día me puse a buscar. Kirchner asumió el 25 de mayo de 2003 y a principios de junio de ese año yo ya estaba escribiendo unas columnas en las que hacía una serie de críticas que tenían que ver básicamente con la historia de dónde venía Kirchner. Me parecía difícil, por mis elecciones políticas en general, apoyar a un ex gobernador menemista, traído al poder por un gran cacique peronista como era (Eduardo) Duhalde. Desde el principio no tenía nada que ver con mis ideas sobre la política. Más aún si, como me pareció rápidamente que estaba sucediendo, el primer efecto de Kirchner fue restablecer la confianza en la delegación política.

–¿A qué se refiere?

–Lo que pasaba en 2001-2003 era básicamente que se había perdido la confianza en esa delegación. “Que se vayan todos”, es la expresión más visible de eso. “No podemos confiar en que estos tipos hagan lo que nos dijeron que iban a hacer. Si queremos esas cosas las vamos a tener que hacer nosotros mismo”. Esto es como el Estado semiasambleario de 2002, que se disolvió muy rápidamente por su propias carencias, la clásica impaciencia argentina, porque no salía todo bien, hubo grupos que empezaban a pelearse entre sí… Como todo proceso habría tenido que durar mucho más para dar algún fruto.

–¿Y qué sucedió con la llegada de Kirchner?

–Lo que (la ciudadanía) hizo fue decir: “Bueno, está bien, nosotros creíamos que todos los papás eran malos pero puede ser que consigamos un papá bueno”. Desgarbado, desprolijo, hablaba mal, usaba mocasines, prometía un par de cosas. “Bueno, volvamos a creer que los Reyes Magos no son los padres”. Y ese fue el efecto, restableció la confianza en esa delegación. Y yo estoy muy en contra de esa serie de señores que supuestamente actúan en nuestro nombre. Desde el principio me disgustó que eso sucediera y lo escribí.

–¿En qué cree que se diferencia el kirchnerismo del menemismo?

–Me parece que son distintos en dos o tres cosas decisivas. La más significativa en última instancia es que el peronismo menemista se dedicó a deshacer el Estado todo lo posible y el peronismo kirchnerista a reconstruirlo. Eso es central y es una diferencia que creo que va a recordarse dentro de 30 ó 40 años cuando toda esta pavada se asiente y quede lo básico del asunto. Porque la cantidad de Estado que tiene es algo que decide bastante de la marcha de un país.

–¿Es algo con lo que no está de acuerdo pero le parece necesario?

–Sí. Soy una especie de anarquista contrariado. Estoy en contra del Estado porque me parece una máquina de oprimir y de poder dedicada a sustentar la dominación de muchos por unos pocos. Pero también tengo claro que en situaciones como esta, de capitalismo muy salvaje, el Estado es el instrumento que permite regular un poco ese salvajismo y hacerlo hacer levemente menos dañino.

–¿Entonces?

–A mi pesar, me parece bien que se haya reconstruido cierta cantidad de Estado en los últimos años, más allá de por qué el kirchnerismo lo haya hecho. Uno puede ponerse desde muy admirativo y decir que lo hicieron porque pensaban que era la única forma de mejorar la situación de los que menos tienen, etcétera. O ponerse muy cínico y decir que lo hicieron porque si uno va a ser gobierno necesita que haya Estado para tener algo que gobernar y mantener un aparato que le permita ejercer ese gobierno. Supongo que las verdaderas razones están en una mezcla en proporciones difíciles de definir de ambas cosas y varias más. En fin, acá hay una diferencia decisiva.

–¿Dónde no ve diferencias entre el menemismo y el kirchnerismo?

–No hay diferencias importantes en el orden socioeconómico que cada uno de los gobiernos produce. Es curioso, pero la cantidad de personas considera más la torpeza –que es pura pérdida– que las malas intenciones, que al menos van hacia alguna parte.

Juan Ignacio Pereyra


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