Hombre sin «cara de guerra», pero…

El ministro de Defensa José Pampuro no tiene cara de ministro de Defensa.

Su rostro es ajeno a mucho del ritual que exige el muy particular mundo castrense. No tiene gestos duros, mandíbulas apretadas ni fruncidos de ceños ni bigotes celosamente podados en la comisura.

En fin, no tiene «cara de guerra», tan común en los militares, que la llevan incluso cuando se marchan a la paz celestial.

Pampuro en todo caso tiene rostro de «Sr. López», aquel personaje hechura de Carlos Trillo y Horacio Altuna.

Médico flebólogo, Pampuro ha operado de várices a docenas de esposas de dirigentes peronistas.

Y si un día llegó a ministro de Defensa fue más por piruetas propias de la política que por un interés en la materia.

-De pibe ni siquiera jugaba a «ladrón y policía» -suele recordar un colaborador suyo.

Sin embargo, este hombre de perfil muy bajo y sobriamente amable lidera hoy con mano fime el cambio de estilo con que se relaciona la administración Kirchner con las FF. AA. Es mentor intelectual esencial del contenido que se le da al cambio, que tiene una única dirección: mejorar el vínculo.

Se sabe que Pampuro jamás coincidió, desde lo particular a lo general, con la política que el presidente se marcó para manejar las FF. AA. Diferencias que manifestó hacia el interior del gobierno.

Sin confesarlo en estos términos, se sabe que consideró estéril buscar en estos militares todas las culpas y sangre de los pasados '70.

Y por supuesto no compartió la mirada sesgada que esa línea de interpretación hacía de la historia de aquellos años.

Pampuro no se dejó estar. Casi con estilo suave y voluntad prusiana, apostó a fortalecer vínculos con los mandos militares. No se dejó ganar por prejuicios ni temores. Ni justificó ni pidió comprensión. Sólo escuchó.

Luego, habló hacia adentro del poder.

Lo hizo con énfasis.

Y sin «cara de guerra».

Nota asociada: Kirchner se convenció: no hay «partido militar»

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