¿Igualdad de oportunidades o igualdad de posiciones?
Hipótesis 1. La igualdad de oportunidades descansa en una ficción Decir que somos libres e iguales parece una ficción, y la igualdad de oportunidades es indiscutiblemente una ficción. Es un principio de justicia que individualiza a los actores y pone a todos en competencia, sin garantía de justicia a la hora de la inclusión y la movilidad social. Además, el logro del mérito puede incrementar considerablemente las desigualdades sociales. En el fondo, el mérito no impide que los más ricos tengan todo y que estemos convencidos de que lo merecen, así como de que los pobres merecen la pobreza. En una sociedad muy individualista, capitalista y liberal, el principio de la igualdad de oportunidades la transforma en muy desigual, muy violenta y muy poco solidaria. Es así que la concepción de las desigualdades sociales en Estados Unidos, Canadá y Europa está basada únicamente en la discriminación, es decir en los obstáculos al mérito, pero no hay que olvidar que, si un obrero está mal pagado, no es porque no tenga mérito sino porque está siendo explotado. Canadá y Estados Unidos tienen exactamente la misma economía capitalista, pero las desigualdades sociales son dos veces menores en Canadá que en Estados Unidos; la inseguridad no existe en Canadá; los canadienses gastan menos que Estados Unidos en la salud y tienen mejor servicio; la escuela canadiense es muy igualitaria, la escuela estadounidense no lo es en absoluto. En Europa y Estados Unidos hay un cambio de concepción de la justicia social. Cuando se piensan las desigualdades en términos de “patrón-obrero”, se piensa en una desigualdad de posiciones sociales, pero cuando se razona “mujeres, jóvenes, inmigrantes”, como ahora, se hace en términos de discriminación. Se ha logrado mucho contra la discriminación de las mujeres pero no han disminuido las desigualdades entre las posiciones sociales Hipótesis 2. La escuela parece reducir cada vez menos las desigualdades sociales Varios factores lo explican. Primero, la repartición espacial de las desigualdades sociales. En las ciudades donde los ricos y los pobres viven separados, las desigualdades escolares prolongan las desigualdades sociales: los más ricos van a las mismas escuelas, lo mismo ocurre con los más pobres. Segundo, hay un factor político: los países que más reducen las desigualdades sociales tienen una escuela común, no selectiva, entre los 5 y los 16 años. Y el tercer factor es que, cuanto más decisivo es el rol de los diplomas en el acceso al empleo, más fuertes son la competencia social y las desigualdades escolares. Las buenas escuelas son las que dedican más esfuerzo a los alumnos con más dificultades. La justicia de un sistema escolar no está tanto en la cantidad de alumnos pobres que llegan al más alto mérito, sino en la calidad de la escuela de los alumnos más débiles. La verdadera dificultad hoy es tener una pedagogía individualizada. Los países con mejores resultados escolares son aquellos donde los docentes consideran que la igualdad social no es contradictoria con la individualización de los alumnos. Y los alumnos que no han tenido éxito en la escuela deben poder beneficiarse con otros tipos de formación. Antes la escuela les decía a los hijos de obreros que probablemente iban a ser obreros, pero que la condición obrera iba a mejorar. Hoy se les dice que la situación obrera es mala; que si tienen méritos, saldrán de ella, pero si no los tienen, peor para ellos. La cultura escolar parece no interesar a los alumnos, porque sienten que pueden acceder a mucha información por sí solos. Por otra parte, estamos en una sociedad que les dice a los alumnos que la escuela es indispensable para tener éxito en la vida y, en cuanto un número de estudiantes entiende que no van a lograrlo, no les interesa ir. Hay que repensar completamente la escuela porque se ha transformado en un espacio de competencia por tener trabajo. Hay dos peligros: el primero es decir que, ya que la sociedad es desigual, capitalista, egoísta, no hay nada que se pueda mejorar en la escuela, y el segundo es imaginar que la escuela puede resolverlo todo. Hace falta inteligencia, capacidad política y un Estado capaz de hacerlo. Sacar a los mejores alumnos de un barrio pobre y mandarlos a una buena escuela hace que las condiciones sociales se degraden, porque en el barrio pobre sólo quedan los peores alumnos. Se le hace justicia a un individuo, pero la justicia individual se vuelve una injusticia colectiva, porque se incrementan las distancias. La salvación individual no es la salvación colectiva. Hipótesis 3. Prioridad a la igualdad de posiciones En el caso de posiciones sociales, la igualdad consistiría en reducir la brecha entre esas posiciones, sea en salarios, salud o educación. En el de igualdad de oportunidades se pretende que todos los individuos tengan la misma posibilidad de acceder a esas desigualdades. En el modelo de “igualdad de posiciones” se busca saber cuál es la diferencia entre un alumno que viene de una posición favorecida y otro que viene de una menos favorecida. La justicia consistiría en reducir esa distancia. En el modelo de oportunidades la pregunta es cuántos hijos de familias pobres van a poder acceder a la carta de ciudadano argentino de la clase media, hoy tan vapuleado. No se trata entonces de la misma política ni de los mismos fundamentos de justicia. Ambas justicias son buenas, pero hay que dar prioridad a la igualdad de posiciones porque, en realidad, a mayor igualdad de posiciones mayor igualdad de oportunidades. En cambio, a la inversa no es posible. Cuando Maradona accede a la elite, aunque fueran 150 Maradonas, no cambia en absoluto la posición de los pobres, sólo los hace soñar. Conclusiones Hoy se impone el concepto de igualdad de oportunidades, donde se piensa la igualdad educativa en términos distributivos. La pregunta que deberíamos hacernos, aunque sea complicada, es quién paga y quién gana. Quién paga la salud y quién es bien atendido. Quién paga la educación y quién obtiene una buena educación. A veces los resultados son muy sorprendentes. Las universidades más prestigiosas en Brasil son públicas y gratuitas, pero sólo acceden los hijos de la burguesía. Los hijos de las clases más populares van a las universidades privadas y pagas. En conclusión, los pobres pagan la educación de los ricos y lamentablemente algunos sectores políticos en nuestro país suelen defender ese sistema, porque sostienen que la gratuidad de los estudios está bien. Es el momento en que se debería renovar la concepción de la (in) justicia social para que el triunfo de los mejores no genere la exclusión de los más débiles. Al decir del periodista Christopher Hayes, “La pirámide del mérito termina reflejando la pirámide de la riqueza y el capital cultural” y la ilusión de que en ese esquema cada uno obtiene lo que merece es una falacia. (*) Profesor titular. Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Comahue
JUAN MANUEL MENDÍA (*)
Hipótesis 1. La igualdad de oportunidades descansa en una ficción Decir que somos libres e iguales parece una ficción, y la igualdad de oportunidades es indiscutiblemente una ficción. Es un principio de justicia que individualiza a los actores y pone a todos en competencia, sin garantía de justicia a la hora de la inclusión y la movilidad social. Además, el logro del mérito puede incrementar considerablemente las desigualdades sociales. En el fondo, el mérito no impide que los más ricos tengan todo y que estemos convencidos de que lo merecen, así como de que los pobres merecen la pobreza. En una sociedad muy individualista, capitalista y liberal, el principio de la igualdad de oportunidades la transforma en muy desigual, muy violenta y muy poco solidaria. Es así que la concepción de las desigualdades sociales en Estados Unidos, Canadá y Europa está basada únicamente en la discriminación, es decir en los obstáculos al mérito, pero no hay que olvidar que, si un obrero está mal pagado, no es porque no tenga mérito sino porque está siendo explotado. Canadá y Estados Unidos tienen exactamente la misma economía capitalista, pero las desigualdades sociales son dos veces menores en Canadá que en Estados Unidos; la inseguridad no existe en Canadá; los canadienses gastan menos que Estados Unidos en la salud y tienen mejor servicio; la escuela canadiense es muy igualitaria, la escuela estadounidense no lo es en absoluto. En Europa y Estados Unidos hay un cambio de concepción de la justicia social. Cuando se piensan las desigualdades en términos de “patrón-obrero”, se piensa en una desigualdad de posiciones sociales, pero cuando se razona “mujeres, jóvenes, inmigrantes”, como ahora, se hace en términos de discriminación. Se ha logrado mucho contra la discriminación de las mujeres pero no han disminuido las desigualdades entre las posiciones sociales Hipótesis 2. La escuela parece reducir cada vez menos las desigualdades sociales Varios factores lo explican. Primero, la repartición espacial de las desigualdades sociales. En las ciudades donde los ricos y los pobres viven separados, las desigualdades escolares prolongan las desigualdades sociales: los más ricos van a las mismas escuelas, lo mismo ocurre con los más pobres. Segundo, hay un factor político: los países que más reducen las desigualdades sociales tienen una escuela común, no selectiva, entre los 5 y los 16 años. Y el tercer factor es que, cuanto más decisivo es el rol de los diplomas en el acceso al empleo, más fuertes son la competencia social y las desigualdades escolares. Las buenas escuelas son las que dedican más esfuerzo a los alumnos con más dificultades. La justicia de un sistema escolar no está tanto en la cantidad de alumnos pobres que llegan al más alto mérito, sino en la calidad de la escuela de los alumnos más débiles. La verdadera dificultad hoy es tener una pedagogía individualizada. Los países con mejores resultados escolares son aquellos donde los docentes consideran que la igualdad social no es contradictoria con la individualización de los alumnos. Y los alumnos que no han tenido éxito en la escuela deben poder beneficiarse con otros tipos de formación. Antes la escuela les decía a los hijos de obreros que probablemente iban a ser obreros, pero que la condición obrera iba a mejorar. Hoy se les dice que la situación obrera es mala; que si tienen méritos, saldrán de ella, pero si no los tienen, peor para ellos. La cultura escolar parece no interesar a los alumnos, porque sienten que pueden acceder a mucha información por sí solos. Por otra parte, estamos en una sociedad que les dice a los alumnos que la escuela es indispensable para tener éxito en la vida y, en cuanto un número de estudiantes entiende que no van a lograrlo, no les interesa ir. Hay que repensar completamente la escuela porque se ha transformado en un espacio de competencia por tener trabajo. Hay dos peligros: el primero es decir que, ya que la sociedad es desigual, capitalista, egoísta, no hay nada que se pueda mejorar en la escuela, y el segundo es imaginar que la escuela puede resolverlo todo. Hace falta inteligencia, capacidad política y un Estado capaz de hacerlo. Sacar a los mejores alumnos de un barrio pobre y mandarlos a una buena escuela hace que las condiciones sociales se degraden, porque en el barrio pobre sólo quedan los peores alumnos. Se le hace justicia a un individuo, pero la justicia individual se vuelve una injusticia colectiva, porque se incrementan las distancias. La salvación individual no es la salvación colectiva. Hipótesis 3. Prioridad a la igualdad de posiciones En el caso de posiciones sociales, la igualdad consistiría en reducir la brecha entre esas posiciones, sea en salarios, salud o educación. En el de igualdad de oportunidades se pretende que todos los individuos tengan la misma posibilidad de acceder a esas desigualdades. En el modelo de “igualdad de posiciones” se busca saber cuál es la diferencia entre un alumno que viene de una posición favorecida y otro que viene de una menos favorecida. La justicia consistiría en reducir esa distancia. En el modelo de oportunidades la pregunta es cuántos hijos de familias pobres van a poder acceder a la carta de ciudadano argentino de la clase media, hoy tan vapuleado. No se trata entonces de la misma política ni de los mismos fundamentos de justicia. Ambas justicias son buenas, pero hay que dar prioridad a la igualdad de posiciones porque, en realidad, a mayor igualdad de posiciones mayor igualdad de oportunidades. En cambio, a la inversa no es posible. Cuando Maradona accede a la elite, aunque fueran 150 Maradonas, no cambia en absoluto la posición de los pobres, sólo los hace soñar. Conclusiones Hoy se impone el concepto de igualdad de oportunidades, donde se piensa la igualdad educativa en términos distributivos. La pregunta que deberíamos hacernos, aunque sea complicada, es quién paga y quién gana. Quién paga la salud y quién es bien atendido. Quién paga la educación y quién obtiene una buena educación. A veces los resultados son muy sorprendentes. Las universidades más prestigiosas en Brasil son públicas y gratuitas, pero sólo acceden los hijos de la burguesía. Los hijos de las clases más populares van a las universidades privadas y pagas. En conclusión, los pobres pagan la educación de los ricos y lamentablemente algunos sectores políticos en nuestro país suelen defender ese sistema, porque sostienen que la gratuidad de los estudios está bien. Es el momento en que se debería renovar la concepción de la (in) justicia social para que el triunfo de los mejores no genere la exclusión de los más débiles. Al decir del periodista Christopher Hayes, “La pirámide del mérito termina reflejando la pirámide de la riqueza y el capital cultural” y la ilusión de que en ese esquema cada uno obtiene lo que merece es una falacia. (*) Profesor titular. Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Comahue
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