Jim Carrey en una helada adaptación de un clásico americano

Al igual que en “Mentiroso, mentiroso” (la película de 1997 de Tom Shamdyac), Carrey da vida en esta ocasión a un padre separado por culpa de un trabajo absorbente, pero con el agregado de que en esta historia tiene que soportar también al novio de su ex mujer, y de que le cuesta aceptar a su propio padre, ausente en circunstancias nunca explicadas.

El problema en este caso, no es sólo que la novedad del personaje queda obsoleta, sino que el clásico libro americano “Los pingüinos de Popper” (1939), de Richard y Florence, sufrió una modernización que lo alejó de su esencia original, donde lo único que quedó del librito que usan los escolares estadounidense son los pingüinos.

Debido a esta serie de circunstancias, y a un final ecológico, tanto del texto como de la película, se le vuelve a Carrey imposible hacer mucho para enderezar una historia que va en picada.

A la profesionalidad de Carrey se le agregan los nombres de actores conocidos del cine como Carla Gugino, Angela Lansbury, Philip Baker Hall, y de la televisión como Jeffrey Tambor, Clark Gregg, David Krumholtz, sin que a ninguno se le permita lucirse demasiado.

Detrás de cámara se halla un director discreto, pero con buenas ideas como Mark Waters, que acá se vio sobrepasado por un guión monótono y sin sorpresas.

Una lástima ya que en otras ocasiones, como en “Chicas pesadas”, por ejemplo, no sólo lanzó a dos actrices: Amanda Seyfried, Rachel McAdams, sino que supo hacer un filme más que digno dentro del rubro.

En definitiva, las grandes atracciones de la propuesta la constituyen los pingüinos del título, cuyas travesuras hacen reír a los más chicos, mientras que para los más grandes sólo hay copias dobladas, dejando a los fanáticos de Carrey sin siquiera disfrutar de la voz del cómico.

Télam