Jóvenes violentos

No sabemos qué sucedió en realidad, salvo que un chico de quince años fue armado a la escuela y comenzó a disparar contra sus compañeros, matando a algunos e hiriendo a otros. Pero eso poco que sabemos ya es demasiado.

Tenemos, como diría Antonio Machado en su Balada de la plazuela, «oscura la historia y clara la pena».

Sería irrespetuoso querer hacer un análisis de algo que apenas conocemos, por eso, ante el requerimiento, no nos referiremos a «este» acontecimiento, sino a este tipo de sucesos y su significación.

Es un acto demencial, porque no cabe una explicación racional a semejante conducta. Nadie puede pensar que un chico, en el momento de decidir llevar el arma y comenzar a disparar contra sus compañeros, controlaba perfectamente sus actos y tenía clara conciencia de la consecuencia de los mismos. «El acto» que en psicología significa el paso a la acción sin el tamiz de la racionalidad, en derecho se da sólo cuando el actor tiene plena conciencia de lo que hace, y no tiene viciada su voluntad.

De eso se encargarán los peritos y lo evaluarán los jueces. Y para ello no deberían guiarse por los comportamientos «normales» de todo el mundo, sino por las pautas que rigen los comportamientos juveniles en determinados medios de nuestra sociedad.

Porque ya hay estudios suficientes que prueban que las agrupaciones juveniles, las llamadas «tribus urbanas» configuran sus mecanismos de integración y pertenencia, a partir de la diferenciación y la discriminación. Y la ropa y la música, así como el lugar de residencia suelen ser elementos claves al momento de pertenecer y diferenciar.

También sabemos que en esta «muchedumbre solitaria» en que vivimos, los jóvenes encuentran en sus grupos su marco de referencia afectiva y social, y ser discriminado de esos grupos conduce a sentimientos de soledad, y de angustia que pueden generar depresión y agresividad. Curiosamente hay que ser diferente en grupos. El diferente sólo no es tolerado por ningún grupo, y es normalmente victimizado.

También habría que tener en cuenta que a nuestros jóvenes, en esta sociedad tan conflictiva, nadie les enseña a manejar el conflicto. El conflicto, que consideramos normalmente tan nocivo que creemos que se debe evitar a toda costa, es en realidad nuestro ambiente natural de convivencia, ya que es la libre manifestación de diferencias de valores, ideas e intereses, en una sociedad pluralista. Lamentablemente, quien no aprende a convivir con el conflicto y a administrar el conflicto, normalmente termina siendo víctima del mismo.

En tercer lugar, debería considerarse también el modo de manifestación del conflicto que es más familiar para nuestros jóvenes. Basta encender el televisor, ver una película, escuchar la radio, leer los diarios o intentar pasar un rato con los videojuegos, para advertir que los protagonistas, o se están haciendo el amor, o se están matando, y mucho más lo segundo que lo primero, todo bien regado por wisky, y aderezado con algún porro o alguna linea.Ven mucho más como se mata que como se vive, y las diversiones se orientan más a matar que a vivir. Las noticias que llegan por los medios, constituye la realidad para los receptores, y esos medios hablan más de violencia que de convivencia.

No es de sorprender pues que alguien que es discriminado por tener otras ropas u otros gustos musicales, si no sabe administrar el conflicto que eso le crea, recurra a eso que se llama»el salto a los extremos» y resuelva la situación tal como ve todos los días como se resuelven los conflicto en la tele, en las películas, en el ciber, en la calle, en Chechenia, en Irak, en Albania, en Israel, en España, en Estados Unidos, en Avellaneda, en Nueva Córdoba o en Carmen de Patagones.

Y nadie está pretendiendo decir que esto está bien, sólo que, lamentablemente llega a ser un resultado casi natural de una serie de malentendidos.

No nos queda más que respetar el profundo dolor de los padres, de los padres de todos los chicos, porque el mundo les ha estallado entre las manos. Y poner nuestro corazón, no nuestro odio, cerca de aquel que sin saberlo no era más que la manifestación de una sociedad perversa, hipócrita y violenta.

Quizá comprender estos factores no ayude a arreglar lo que ya sucedió, pero nos invite a diseñar nuestras vidas y las condiciones de vida en que crecerán nuestros hijos, de otra manera. Lo habitual termina por ser considerado natural. No podemos negar la realidad, pero podemos intentar cambiarla.

            Pedro León Almeid

Sociólogo

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