La “Acacia de Constantinopla”
Follaje tipo helecho, pompones levemente perfumados y copa en sombrilla.
El Jardín de Casa
La propuesta de hoy es la comúnmente llamada “acacia de Constantinopla”, (Albizia julibrissin). En otras lenguas se la conoce tambíén como “árbol de la seda” y “acacia persa”, por ser originario de aquella parte del mundo donde se unen Asia con Europa y habría sido introducida en Europa a mediados del Siglo 18 por Filippo degli Albizzi, integrante de la nobleza de la ciudad de Florencia y de quien ha tomado su nombre.
Su aspecto es netamente tropical, con hojas que asemejan a las de un helecho, o sea bien plumosas y de color verde muy claro, típico de las acacias o “mimosas” en general. Como tiene la particularidad de que en épocas de sequía o durante la noche pliega sus hojas, en algunos países se lo denomina “arbol dormilón”.
La copa está formada por ramas no muy gruesas que se extienden en forma casi horizontal hasta unos 2,50 a 3 metros de largo, con lo que forma una “sombrilla” o “paraguas” de sombra semidensa.
Para plantar en una acera, es conveniente guiarla con un solo tronco, limpio de ramas laterales hasta los 3 metros de altura, para evitar no sólo inconvenientes a los transeúntes, sino para que no haya roturas de ramas por camiones que estacionen a su sombra.
Por su porte extendido y su madera resistente a viento, no necesita podas y sus raíces son muy poco agresivas. Al contrario de otras acacias, no suele ser atacada por pulgones o cochinillas, pero sí por el bicho de cesto.
Resiste muy bien las condiciones cálidas y secas de nuestras ciudades y las heladas de -8ºC, frecuentes en el Alto Valle. Es poco exigente en agua. Generalmente se desarrolla como árbol de altura media, que no compite con los tendidos aéreos, pero también se ven ejemplares de mayor desarrollo, lo que se puede atribuir tanto a riegos y suelos de excelente calidad como a diversidad genética de sus semillas, que es el método habitual de reproducción.
Lo más destacado son sus hermosos pompones de color rosado, textura sedosa y suave perfume, que aquí en el norte de la Patagonia aparecen desde comienzos del verano hasta fines de febrero. Obligan a barrer diariamente las aceras, por lo que hay personas que no las aprecian demasiado.
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