La batalla psicológica

Arnaldo Paganetti arnaldopaganetti@rionegro.com.ar

Si, como se dice, la belleza de las cosas está en las incógnitas y en la incertidumbre, a la Argentina le espera un futuro de lo más atractivo, puesto que su presente es un misterio para gobernantes y gobernados ¿Y qué decir de los poseedores de títulos de la voluminosa deuda externa nacional?, que el viernes le bajaron el pulgar a las medidas para reactivar la economía, lanzadas por el presidente Fernando De la Rúa y el ministro que está en el ojo de la tormenta, Domingo Cavallo.

Siempre tarde hasta ahora y con gruesos errores, el gobierno – que empezó siendo aliancista y se fue deshilachando a lo largo de dos años hasta quedar reducido en su esencia a la personalidad ambivalente de un radical tradicional-, hizo una apuesta decisiva cuando ya nadie le presta plata al país y las calificadoras de riesgo le otorgan el título de campeón mundial.

El nuevo plan destinado a incentivar el consumo interno y bajar el costo de la deuda (en el 2002 se espera pagar cuatro mil millones menos en concepto de intereses), fue recibido con expectativa por la gente que está con el agua al cuello. Y eso a pesar de la guerra sin cuartel entre la Nación y las provincias, sin distinción de banderías, por fondos coparticipables que no llegan a destino sencillamente porque no existen, según la categórica definición de Cavallo.

«Hay que ganar la batalla psicológica», repite el ministro empeñado en revertir la tendencia hacia el descreimiento y la falta de confianza en dirigentes que no son más que el reflejo de una sociedad que se ilusiona con el acomodo y la frivolidad y tiene capacidad para llenar un estadio de fútbol a las cuatro de la tarde de un día laborable.

Adeptos a ver la paja en el ojo ajeno, todos se quejan de los «otros». Así, un justicialista que utiliza sin ningún reparo, como el universo político vernáculo, las arcas públicas en forma discrecional, se quejaba de los gobernadores que no dejan de tirarle piedras a la administración central, cuando – subrayaba -, son los responsables de haber triplicado el gasto en sus provincias.

Apartándose la viga de su propio ojo, ese dirigente razonaba así: «El Titanic está averiado y los mandatarios no hacen otra cosa que agrandar el tamaño del boquete que lo mandará al fondo».

¿Al fondo? Debe ser muy profundo, porque nunca se llega al final. Y si bien los bancos locales y extranjeros y las AFJP fueron los primeros en bombardear las señales de confianza de la Rosada, la renegociación voluntaria (o forzada, según la óptica) de los bonos argentinos, fue celebrada con cautela por el Grupo de los 7 (G7) industrializados y Eduardo Duhalde, el peronista que con más claridad salió airoso el 14 de octubre.

La administración de George Bush, enfrascada en su lucha sin cuartel contra el terrorismo islámico, cerró la canilla hasta que haya pruebas concretas sobre acuerdos serios entre sectores internos que tiran cada uno para su lado. Sin embargo, no está dispuesto a dejar caer a la Argentina, país que concentra el 25 por ciento del mercado de los emergentes y su derrumbe podría generar una crisis de seguridad en el Cono Sur. En efecto, la seguridad es la palabra mágica para los norteamericanos.

Avivar el interés colectivo y movilizar a las adormecidas fuerzas productivas, es un cometido esencial del presidente De la Rúa, que ahora deberá dulcificar la rebeldía de los caudillos provinciales que amenazan con hacer caer el paquete económico si no se liberan recursos antes del martes para pagar a empleados y proveedores.

La lentitud que imprime De la Rúa a sus decisiones fue exaltada por el flamante ministro de Turismo, Deportes y Cultura, Hernán Lombardi.

«Nadie mejor que él para administrar la crisis», pontificó el joven «sushi» que en una época buscaba «fanáticos» para defender al oficialismo.

El factor sorpresa no es el fuerte del Presidente. Produjo cambios de gabinete que no conmovieron a nadie y que, para colmo, en principio engrosaron las estructuras burocráticas en lugar de disminuirlas. Pero reiteró la promesa de unificar los programas sociales, con Patricia Bullrich en el papel protagónico y el rionegrino Daniel Sartor, como un lastre incómodo.

Radicales y peronistas de todo el país se unieron contra Cavallo, quien llegó a beneficiar a los justicialistas De la Sota y Ruckauf, en detrimento de Rozas y Montiel, de la UCR.

Industriales y empresarios se entusiasmaron con los beneficios que contempla el nuevo plan que pretende poner como garantía a la recaudación impositiva y también prevé dar aliento para el retorno de capitales que por ahora están a buen resguardo allende nuestras fronteras.

Esta circunstancia fue denunciada por la titular de ARI, la chaqueña Elisa Carrió. Sostuvo que es un triquiñuela para que los argentinos traigan la plata que tienen afuera y poder así cobrar los intereses a los que son acreedores como tenedores de la deuda.

El panorama es incierto y peligroso. Mientras opositores ya dibujan un esquema sucesorio (De la Rúa aseguró que no tenía más alternativas), el economista Roberto Alemann le aconsejó a Cavallo, ser más suave en los modos y más fuerte en los contenidos, y Miguel Angel Broda, señaló que el único activo argentino es su capacidad de producir daño.


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