“La caída de Illia”

Desde el momento en que Illia llegó al gobierno, el 12 de octubre de 1963, comenzaron a tenderse los hilos de la conspiración que lo desplazaría del poder el 28 de junio de 1966. Para inicios de 1965 la campaña para desprestigiar al gobierno radical estaba dando sus frutos. Como contrapartida, la misma campaña de acción psicológica señalaba al general Juan Carlos Onganía como el hombre providencial que había ganado fama de legalista en tiempos de los enfrentamientos de azules y colorados. Además de la prensa, el sector gremial hacía lo suyo para minar al gobierno con el Plan de Lucha de 1965, paralizando 11.000 fábricas, mientras que el periodismo ridiculizaba al presidente por su lentitud destacándose la acción en tal sentido de los humoristas como Lino Palacio, dibujando al mandatario con una palomita en la cabeza y Landrú, en su “Tía Vicenta”, representándolo como una tortuga. Asimismo, imperaba en esa época el concepto internacional de las “fronteras ideológicas” que defendía Onganía pero que, al parecer, no interesaban al gobierno, lo cual era otro pretexto para argumentar en su contra pues en ámbitos castrenses se consideraba que era una nueva realidad a la que debía prestarse atención. El presidente Illia creía, o prefería creer, en el profesionalismo y apoliticismo del general Onganía, error de apreciación que le costaría el derrocamiento. En efecto, en las primeras horas del 28 de junio de 1966, tropas del ejército fueron ocupando las emisoras de radio y televisión y tomaron posición alrededor de la Casa Rosada. El jefe del primer cuerpo de ejército, general Julio Alsogaray, acompañado por varios altos oficiales, llegó hasta el despacho del presidente Illia que allí se encontraba y le comunicó que estaba destituido por decisión del ejército. El presidente reaccionó apostrofando al militar como “vulgar faccioso” que utilizaba armas y soldados para violar la ley y se negó a retirarse. Finalmente, y ante la amenaza de ser sacado por la fuerza, optó por abandonar su despacho saliendo a la calle, donde se negó a utilizar el coche que se le ofrecía y en cambio tomó un taxi y se alejó. Consumado el derrocamiento de Illia, ese día, a las 19:30, una junta militar, a cargo del poder, nombró presidente al teniente general Juan Carlos Onganía. Toda autoridad civil del país, incluidos el Congreso y la Corte Suprema de Justicia, cesó en sus mandatos. Los partidos políticos fueron disueltos.

Joaquín Bertrán

DNI 5.433.822


Desde el momento en que Illia llegó al gobierno, el 12 de octubre de 1963, comenzaron a tenderse los hilos de la conspiración que lo desplazaría del poder el 28 de junio de 1966. Para inicios de 1965 la campaña para desprestigiar al gobierno radical estaba dando sus frutos. Como contrapartida, la misma campaña de acción psicológica señalaba al general Juan Carlos Onganía como el hombre providencial que había ganado fama de legalista en tiempos de los enfrentamientos de azules y colorados. Además de la prensa, el sector gremial hacía lo suyo para minar al gobierno con el Plan de Lucha de 1965, paralizando 11.000 fábricas, mientras que el periodismo ridiculizaba al presidente por su lentitud destacándose la acción en tal sentido de los humoristas como Lino Palacio, dibujando al mandatario con una palomita en la cabeza y Landrú, en su “Tía Vicenta”, representándolo como una tortuga. Asimismo, imperaba en esa época el concepto internacional de las “fronteras ideológicas” que defendía Onganía pero que, al parecer, no interesaban al gobierno, lo cual era otro pretexto para argumentar en su contra pues en ámbitos castrenses se consideraba que era una nueva realidad a la que debía prestarse atención. El presidente Illia creía, o prefería creer, en el profesionalismo y apoliticismo del general Onganía, error de apreciación que le costaría el derrocamiento. En efecto, en las primeras horas del 28 de junio de 1966, tropas del ejército fueron ocupando las emisoras de radio y televisión y tomaron posición alrededor de la Casa Rosada. El jefe del primer cuerpo de ejército, general Julio Alsogaray, acompañado por varios altos oficiales, llegó hasta el despacho del presidente Illia que allí se encontraba y le comunicó que estaba destituido por decisión del ejército. El presidente reaccionó apostrofando al militar como “vulgar faccioso” que utilizaba armas y soldados para violar la ley y se negó a retirarse. Finalmente, y ante la amenaza de ser sacado por la fuerza, optó por abandonar su despacho saliendo a la calle, donde se negó a utilizar el coche que se le ofrecía y en cambio tomó un taxi y se alejó. Consumado el derrocamiento de Illia, ese día, a las 19:30, una junta militar, a cargo del poder, nombró presidente al teniente general Juan Carlos Onganía. Toda autoridad civil del país, incluidos el Congreso y la Corte Suprema de Justicia, cesó en sus mandatos. Los partidos políticos fueron disueltos.

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