La devoción por el «Gauchito» Gil se multiplica en la región

Es un "santo popular", de origen litoraleño, sin canonización. Su santuario se identifica por el color rojo de las cintas y banderas.

NEUQUEN- Una cruz chueca y banderas coloradas para el gaucho milagrero. El fantasma de Antonio Mamerto Gil, el «Gauchito» Gil, hace posta en la región. Y cada vez arrastra más fieles.

Entre ofrendas y plegarias al costado de las rutas -a sol partido o a la sombra- se encienden velas de cera roja para alimentar la leyenda del santo popular sin canonización posible, litoraleño y chamamecero, que robaba a los ricos para darle a los pobres.

Bajo la tormenta de entre semana, «Río Negro» acompañó una procesión gaucha desde Centenario hasta el santuario ubicado bajo los cipreses que engalanan los laterales de la ruta 7, muy cerca de Vista Alegre.

La lluvia empezó a caer en el momento en que estaba previsto el comienzo de peregrinación a caballo y terminó cuando el grupo gaucho, de hombres, mujeres y gurises, llegó al santuario, seis kilómetros más allá del punto de partida. Para los creyentes esas son las pruebas que toma el «Gauchito». Además, no hay excusa posible para suspender el compromiso de fe.

Banderas rojas

El rojo furioso de las banderas y de las cintas alarma a desprevenidos e ignorantes.

Creen que los «santuarios» del Gauchito Gil son invocaciones a Satán o a Mandinga, según quien lo defina.

De hecho, hasta se sabe de exorcismos clandestinos cuando -en realidad- el color responde a la identificación que a fin de siglo tenían los colorados autonomistas en la zona del litoral.

«Hace un tiempo, el pastor de una iglesia evangélica nos vino a decir que el rojo era del diablo y casi nos ordenó que levantemos el santuario», explica Carina, pionera del flamante centro de peregrinación que el «Gauchito» tiene en las puertas de la ciudad de Centenario.

Antonio Gil murió asesinado por un sargento a fines del siglo pasado, en un descanso del monte litoraleño, más precisamente en Mercedes (Corrientes).

Allí se levanta el mayor de los santuarios donde el rojo se extiende a lo largo y a lo ancho tiñendo las múltiples ofrendas, de pocos centavos y de muchos pesos.

Sus devotos aseguran que el «Gauchito» Gil es cumplidor como pocos, pero no hay que fallarle cuando se le promete.

Desde su muerte hasta nuestros días, la historia de Antonio Gil corrió de boca en boca. Por eso, varía según quién la cuente.

Lo que sí está claro es que el hombre que lucía bigotes y pelo largo tenía «el don» de curar y que durante su vida se ganó el cariño de mucha gente, sobre todo de los humildes.

Se lo pinta como una suerte de Robin Hood, buen mozo y servicial. Las malas lenguas lo reducen a cuatrero, pero son más las voces que se alzan en su defensa: si robaba era para darle a los pobres, se asegura.

No se sabe con certeza en qué año murió, pero está muy claro que fue un 8 de enero. Por eso, para esa fecha, y cada vez con más fuerza, los correntinos queman las noches a puro chamamé en Mercedes o donde pinte, siempre el pie del lugar elegido para el homenaje pagano.

Así como la devoción, las banderas van de un lugar a otro y cualquier fiel puede tomar una del responso, siempre y cuando deje otra a cambio. En las banderas peregrinas está uno de los secretos de la creciente devoción.

Creencia sin fronteras

La creencia no sabe de fronteras y de a poco el «Gauchito» empezó a moverse en el mapa de la Argentina, acarreado por los camioneros, sobre todo.

En la región, sobre la ruta 22 a la altura de Chichinales y frente al paraje Arroyito, en la ruta 7 en la puerta de Centenario o camino a Vista Alegre, las banderas coloradas impactan a la vista entre cruces y velas mezcladas con flores y ofrendas de todo tipo. Desde un vestido de novia hasta el yeso que protegió la pierna de un chiquito que ha de haber «sanado» con la venia de Antonio Cruz Gil o Antonio Curuzú Gil, como también se lo denomina.

En Centenario, hay una agrupación gaucha que lleva su nombre. A la misma se suman otras dos agrupaciones de Vista Alegre: Rincón de los Gauchos y la Celeste y Blanca. Todas se hermanan junto a la imagen del santo popular.

Con los estallidos de la primavera, el grupo prepara una gran fiesta para el 8 de enero, como para empañar el paso de los reyes magos.

La idea es empezar el 7 a la tarde con la construcción de una suerte de capilla y bailar toda la noche a ritmo de chamamé.

Por estos días los peregrinos de la tormenta no buscan fortuna ni milagros: quieren que alguien haga algo para terminar con la matanza de sus caballos que luego son faenados y comercializados en forma clandestina por manos anónimas. Además sospechan que nadie quiere hacer nada para detener los ataques contra los animales.

¿Qué es un gaucho sin el caballo?, pregunta «Tabi» Mercau, uno de los hombres que venera al «Gauchito», pero que a la vez defiende la tradición, como el resto de los jinetes que visten «de colorado».


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