La era Bianchi alcanza su cima

La clave del éxito de un equipo que no para de hacer una gran historia.

Es difícil ya encontrar palabras no repetidas para hablar de Carlos Bianchi. Justo para él, que hacer simple lo difícil es un arte que maneja a la perfección y con ese atributo y muchos otros de un hombre especial se convirtió en la clave de un Boca histórico y arrasador.

Bianchi tiene demasiadas características interesantes para resaltar y elogiar, aunque él prefiera ser «un tipo común».

Pero no lo es. No lo es en su trabajo, donde hoy tiene un reconocimiento unánime a su tarea, tampoco en su vida privada, donde no duda en buscar en su bolsillo y sacar dinero para ayudar a los que menos tienen.

No por repetido es innecesario. Por eso es válido remontarse a la historia para entender por qué Bianchi tiene un lugar enorme en la historia de Boca y en la historia del fútbol argentino, donde es el único técnico que logró dos copas Intercontinentales en dos equipos diferentes: Vélez y Boca.

En mayo del «98 Boca era un polvorín. La llegada de Mauricio Macri a la presidencia le cambió la cara a Boca en lo institucional, pero en lo deportivo el club seguía a los tumbos. Pasaron Bilardo, Maradona, Caniggia y Veira. Los títulos no aparecían y Latorre lanzó su famosa frase: «Boca es un cabaret».

Entonces llegó Bianchi. No prometió triunfos ni vueltas olímpicas, sólo una cosa: trabajo. Y puso manos a la obra. Con humildad y profesionalismo. Con sentido común y perfil bajo. Supo apreciar el material que tenía en el plantel y de a poco dotó a cada uno de sus jugadores de una confianza que sólo Bianchi les sabe transmitir.

Así llegó el primer título, invicto y con récord de 40 partidos sin perder. Después el bicampeonato y protagonismo en cada torneo que disputó.

Eliminación a Ríver y gloria en el Morumbí para alcanzar la Libertadores. Otra vez Bianchi, otra vez ese estadio donde se consagró con «su» Vélez y otra vez un viaje a Japón.

«Nunca tuve un técnico tan inteligente, con tanta sabiduría y que transmita cosas tan claras como Bianchi», aseguró Jorge Bermúdez.

Pero Bianchi nunca se marea. Conoce a la perfección el «circo mediático» que rodea al fútbol y entra y sale de él como mejor le conviene. Su ironía, a veces innecesaria e inútil, es su mejor escudo. Pero también su sentido común, su hidalguía y su credibilidad lo ponen en un lugar difícil de ocupar en la Argentina.

«Nosotros somos privilegiados, y en este país hay mucha gente que la pasa mal. La mejor manera de agradecer lo que la vida nos regala es ayudando a los que menos tienen», dice cuando se lo consulta sobre su obra de caridad.

Es que el «Virrey», el hombre que vendió diarios y bebió el mejor champagne francés, el hombre de calle y de frac, inauguró este año una fundación para ayudar a una monja que alimenta a niños carenciados de Córdoba.

«Boca tiene una gran virtud, y se llama Carlos Bianchi», aseguró hace algunos días Jorge Valdano, el director deportivo de Real Madrid que ayer sufrió en vivo y en directo cómo su afirmación se convirtió en irrevocable realidad.

Bianchi con un nuevo festejo, otra vez su nombre en lo más alto del fútbol mundial, otra vez agradeciendo a «sus» jugadores. Bianchi, el mejor técnico del fútbol argentino. Un «grande entre los grandes» que no para de escribir una historia inmensa y que toda la «República de la Boca» no para de festejar y agradecer. (Infosic).

«Esta vez es para mí»

Carlos Bianchi afirmó que en esta ocasión «soy egoísta y el triunfo se lo dedico a mi familia y a mí. Sufrimos mucho para llegar a esto y ahora tenemos el pleno derecho de disfrutarlo».

«Los muchachos hicieron un partido bárbaro. Atacamos como debíamos y tácticamente fuimos superiores al Real Madrid, porque no lo dejamos nunca hacer su juego», precisó Bianchi y remarcó que «hoy Boca demostró que no es menos que nadie en el mundo».

Para el técnico, la clave estuvo casi en un azar del destino que fue aprovechado Martín Palermo, con dos goles decisivos. «El comienzo fue demasiado perfecto para nosotros. Es difícil que en una final de esta naturaleza se conviertan dos goles en seis minutos», añadió Bianchi.

El incansable del gol

«Sin técnica, pero con valor para meter cabezazos, con mucho coraje, este goleador siempre acomoda bien el cuerpo para el remate y sabe moverse en contra de la jugada para buscar su ocasión. Cuando llega, ejecuta el disparo a tal velocidad que suele sorprender a los porteros. Es incansable».

La descripción sobre el juego de Martín Palermo realizada por el diario español «El País» se ajusta tanto como aquella que dijo Carlos Bianchi apenas asumió como técnico de Boca y que es un clásico en el fútbol argentino: «Un optimista del gol».

Palermo llegó a Boca procedente de Estudiantes de La Plata en 1997y con Carlos Bianchi como entrenador consiguió afirmarse como titular, devolviendo su confianza con decenas de goles clave en la consagración de los «xeneizes» como bicampeones del balompié local (Apertura 1998 y Clausura 1999). En la Libertadores también dejó su sello, como cuando reapareció con un tanto en cuartos de final ante Ríver Plate y al marcar un penal decisivo en la definición de la Copa frente al Palmeiras.

Poco dúctil con la pelota en sus pies, Palermo es un definidor nato, un insaciable del gol. «De chico jugaba con compañeros más grandes que yo. Entonces decidí ser delantero en vez de arquero. Me paraba arriba para no recibir patadas. Y la empujaba nomás», contó.

Con 1,90 de estatura, el «Loco» es casi imposible de marcar cuando el balón llega por lo alto, pero como volvió a quedar claro en Tokio sus recursos van más allá de los goles de cabeza. «Parece que muchos me subestiman, pero ya demostré que hasta puedo meter pases de gol», se defendía antes de la final.

Otra de sus grandes virtudes es su fortaleza anímica, que le permitió recuperarse no sólo de su lesión sino también de tragos amargos como aquél en la Copa América 99, cuando con la camiseta de la selección erró tres penales ante Colombia.

Excéntrico y polémico -capaz tanto de vestirse como mujer para una producción fotográfica o de festejar sus goles ante hinchas rivales con gestos provocadores-, Palermo asegura que nunca estuvo loco. «El tema es que cuando empezaron a conocerse mis cosas vivía de una manera espontánea, explosiva. Ahora estoy más tranquilo», asegura.

El delantero de los mil «looks» -su mechón amarillo fue imitado por cientos de niños y adolescentes boquenses- se ganó definitivamente un sitial en la galería de los más grandes ídolos del club «xeneize». Y tras cumplir ahora su sueño, la concreción de su próximo destino parece más cerca que nunca: ir a jugar a un club europeo de primer nivel. (Infosic y DPA).


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