“La experiencia en las palabras”

Somos seres hablantes y hablados. Antes de nacer ya nos hablan nuestros padres y nos ponen un nombre que eligen por y para nosotros. Somos ese nombre, las palabras que nos habitan y los decires de los otros. Somos un cúmulo de palabras que aprendemos, algunas que elegimos y otras que, sin que nos representen, tomamos prestadas por modas y jergas de la sociedad y del tiempo en el que estamos insertos. Las palabras que usamos –con las que nos definimos y nos decimos– denotan lo que somos y la construcción que vamos realizando de nosotros mismos. Las palabras nos muestran, se imponen y a veces nos preceden con eso que los otros dicen de nosotros. Las palabras son experiencias vivas, cambiantes, únicas en cada momento, son vertientes por las que nos deslizamos, son trampolines de nuestra existencia. Todas juntas –consciente e inconscientemente– conforman nuestro mundo simbólico e imaginario. Se abre así un espacio de significaciones y sentido que se va organizando según épocas y culturas, para que el tiempo histórico hable de quienes hablamos. El uso que hagamos de ellas nos determina a nosotros mismos y la relación con los otros, y nos impone marcas cuando confundo el ser con el estar y entro en un mundo de disociación de mí mismo. No puedo sellar a fuego mi personalidad, mis situaciones y experiencias de vida cuando se trata de estados. No puedo encasillarme en mis estados. No puedo paralizarme en mis estados, porque todos ellos son convertibles. Entonces, vivir en la experiencia constante de las palabras es tener consciencia permanente de mí mismo, de lo que me rodea, de lo que los otros dicen y ven de mí que quizá yo no veo. Es volver a percibirme, encontrarme, buscar mi manera de decirme a mí mismo, de aceptarme, de hacer centro y volver a mi eje a cada momento. Es preguntarme cómo estoy, qué reacciones tengo, cómo estoy actuando respecto de los que me rodean o de una persona en particular, del mundo cercano y del que está más lejos. Empezar a distinguir el ser y sus estados, la calidad de una palabra u otra, la oportunidad única de elegir las palabras que nos conforman –las que me sostienen, las que pienso pero no son, las que son pero me cuesta pensar– nos permitirá encontrar las exactitudes que merecemos para darnos esa oportunidad nueva a cada instante. Como ejemplo, no es lo mismo tener miedo que temer. No es lo mismo creerme miedoso o miedosa, que sentir temor de hacer algo mal o de meter la pata. Porque temer está asociado al cuidado, al respeto, al querer que otros ojos sientan que los estoy cuidando y que quiero ser agradable a ellos. Temer es aceptar los desafíos con la prudencia que estos exigen. Tener miedo está asociado a mis inseguridades más profundas de las que no puedo salir y que no me permiten cambiar, es paralizarme ante lo conocido o lo que no conozco. Tener miedo es no poder enfrentar el desafío porque me angustio o no acepto el cambio. Tener miedo es no darme cuenta que soy vulnerable y no aceptar ese límite. Darme al espacio de mi vulnerabilidad, mi debilidad y mis inconsistencias puede hacerme temeroso, lo que me permitirá reavivar mi prudencia, ser cuidado y respetuoso conmigo y con los demás. En este tiempo, poder parar mis instantes para escucharme –para reconocerme y aceptarme– será el comienzo de hacer resonar nuevas palabras dentro mío. Porque cuando nos preguntan cómo estás, tenemos que poder responder con certeza, veracidad y transparencia. Por lo menos, ante nosotros mismos. Experimentarnos en la conciencia viva de las palabras nos permite definir mejor nuestro mundo interno y abordar el afuera en la conciencia de que al otro le pasan las mismas cosas que a mí, pero quizá lo definan otras palabras. Las palabras son elecciones muy costosas. El encuentro entre el significado único que represento, con el significado único del otro, permite que las palabras hablen cobrando sentido personal, comunitario e histórico. Y también ser parte de la construcción de un tiempo que nos involucra a todos y a todas, sin dejar ningún nombre o palabra afuera. Lucrecia Casemajor DNI 11.364.577 Neuquén

Lucrecia Casemajor DNI 11.364.577 Neuquén


Somos seres hablantes y hablados. Antes de nacer ya nos hablan nuestros padres y nos ponen un nombre que eligen por y para nosotros. Somos ese nombre, las palabras que nos habitan y los decires de los otros. Somos un cúmulo de palabras que aprendemos, algunas que elegimos y otras que, sin que nos representen, tomamos prestadas por modas y jergas de la sociedad y del tiempo en el que estamos insertos. Las palabras que usamos –con las que nos definimos y nos decimos– denotan lo que somos y la construcción que vamos realizando de nosotros mismos. Las palabras nos muestran, se imponen y a veces nos preceden con eso que los otros dicen de nosotros. Las palabras son experiencias vivas, cambiantes, únicas en cada momento, son vertientes por las que nos deslizamos, son trampolines de nuestra existencia. Todas juntas –consciente e inconscientemente– conforman nuestro mundo simbólico e imaginario. Se abre así un espacio de significaciones y sentido que se va organizando según épocas y culturas, para que el tiempo histórico hable de quienes hablamos. El uso que hagamos de ellas nos determina a nosotros mismos y la relación con los otros, y nos impone marcas cuando confundo el ser con el estar y entro en un mundo de disociación de mí mismo. No puedo sellar a fuego mi personalidad, mis situaciones y experiencias de vida cuando se trata de estados. No puedo encasillarme en mis estados. No puedo paralizarme en mis estados, porque todos ellos son convertibles. Entonces, vivir en la experiencia constante de las palabras es tener consciencia permanente de mí mismo, de lo que me rodea, de lo que los otros dicen y ven de mí que quizá yo no veo. Es volver a percibirme, encontrarme, buscar mi manera de decirme a mí mismo, de aceptarme, de hacer centro y volver a mi eje a cada momento. Es preguntarme cómo estoy, qué reacciones tengo, cómo estoy actuando respecto de los que me rodean o de una persona en particular, del mundo cercano y del que está más lejos. Empezar a distinguir el ser y sus estados, la calidad de una palabra u otra, la oportunidad única de elegir las palabras que nos conforman –las que me sostienen, las que pienso pero no son, las que son pero me cuesta pensar– nos permitirá encontrar las exactitudes que merecemos para darnos esa oportunidad nueva a cada instante. Como ejemplo, no es lo mismo tener miedo que temer. No es lo mismo creerme miedoso o miedosa, que sentir temor de hacer algo mal o de meter la pata. Porque temer está asociado al cuidado, al respeto, al querer que otros ojos sientan que los estoy cuidando y que quiero ser agradable a ellos. Temer es aceptar los desafíos con la prudencia que estos exigen. Tener miedo está asociado a mis inseguridades más profundas de las que no puedo salir y que no me permiten cambiar, es paralizarme ante lo conocido o lo que no conozco. Tener miedo es no poder enfrentar el desafío porque me angustio o no acepto el cambio. Tener miedo es no darme cuenta que soy vulnerable y no aceptar ese límite. Darme al espacio de mi vulnerabilidad, mi debilidad y mis inconsistencias puede hacerme temeroso, lo que me permitirá reavivar mi prudencia, ser cuidado y respetuoso conmigo y con los demás. En este tiempo, poder parar mis instantes para escucharme –para reconocerme y aceptarme– será el comienzo de hacer resonar nuevas palabras dentro mío. Porque cuando nos preguntan cómo estás, tenemos que poder responder con certeza, veracidad y transparencia. Por lo menos, ante nosotros mismos. Experimentarnos en la conciencia viva de las palabras nos permite definir mejor nuestro mundo interno y abordar el afuera en la conciencia de que al otro le pasan las mismas cosas que a mí, pero quizá lo definan otras palabras. Las palabras son elecciones muy costosas. El encuentro entre el significado único que represento, con el significado único del otro, permite que las palabras hablen cobrando sentido personal, comunitario e histórico. Y también ser parte de la construcción de un tiempo que nos involucra a todos y a todas, sin dejar ningún nombre o palabra afuera. Lucrecia Casemajor DNI 11.364.577 Neuquén

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora