La historia sobre rieles relatada por un memorioso
Rogelio Roglich pasó su vida trabajando en Ferrocarriles. Vivió el apogeo y la decadencia de los trenes en nuestro país. Anécdotas de Perón, el peronismo y la Patagonia que conoce a fondo.
CHIMPAY- Rodolfo Roglich tiene 86 años, de su padre croata heredó los profundos ojos celestes y de la vida los recuerdos. Ellos están ligados a la pasión de su vida: los trenes. Aún a pesar de los años esa pasión sigue intacta. Roglich habla de los errores en la construcción de la trochita, de la decadencia de uno de los principales medios de transporte y de las posibilidades del futuro.
Corría el año 27, cuando Rodolfo con apenas 14 años comenzó a trabajar como aprendiz en Ferrocarriles Argentinos. Desde ese día, una mañana de 1927, su vida se uniría a los trenes. Pasarían más de 30 años, trabajando en todas las secciones del Ferrocarril y recorriendo gran parte de la Argentina, sobre todo de la Patagonia.
Como vagones de un extenso tren, los recuerdos llegan: «Cuando se entregaron las primeras locomotoras Fiat Di Tella, eran 50, tuve la responsabilidad de ir a buscarlas». Por entonces la Argentina estaba deslumbrada con Perón. El presidente había nacionalizado el ferrocarril, los trenes habían pasado de manos inglesas al gobierno argentino como compensación de la deuda que mantenía Inglaterra con Argentina.
Era el año 47 y el Peronismo, modernizaba la maquinaria. «Traje las máquinas hasta Bahía Blanca. Allí, mi jefe me ordenó que regresara inmediatamente a Buenos Aires. Me dijo que iba a estar a cargo del tren que transportara al presidente desde la capital recorriendo parte del norte del país -cuenta mientras se le enciende el rostro como si estuviera viviendo nuevamente la experiencia- yo me sorprendí y estuve a punto de negarme, pero mi jefe me insistió con tanta firmeza que acaté la orden».
De esa oportunidad recuerda un momento puntual que podría definirse como la vez que defendió su dignidad. «Por aquellas épocas conocer al presidente y tener la responsabilidad de transportarlo era algo realmente fuerte. En un momento se me acerca un colaborador del presidente Perón y me dice: ¿Usted tiene familia? Yo le respondo que sí y les cuento cómo está compuesta, -como quien entabla una conversación para matar el silencio-. Entonces me dice: Deme la dirección que el presidente le va a mandar unas bicicletas de regalo. Discúlpeme, pero yo no recibo regalos por hacer esta tarea. Este es mi trabajo y para esto me pagan. Pero puede enviárselas a gente que la necesite más que yo» relata orgulloso Roglich.
Conoce el tren desde la época en que había que viajar con la pala en la mano para que no se detuviera, alimentando la locomotora con carbón. Los recuerdos se agolpan y desfilan por su mente. También la nieve era un obstáculo, menciona mientras muestras increíbles fotografías. «Yo adapté las máquinas para que pudieran romper la nieve» menciona.
Por momentos, sus sentidos parecen captar los olores y los colores de aquellos años. «He conocido la nieve, el desierto, y hasta llegué a Bolivia gracias al tren.»
«Al saber le llaman suerte» dice un tango y esta frase se ajusta a Roglich, cuando dice haber tenido la suerte de haber sido designado para recibir las primeras máquinas Mitsubishi que ingresaron al país en barco. Esta y otras tantas experiencias son las que le dan autoridad para opinar que » al ferrocarril lo peor que le pudo pasar es haber sido alguna vez del Estado. Y aunque conoció a Perón critica la nacionalización de los trenes.
«Cuando se hicieron estatales pusieron gente en cargos claves que no sabía absolutamente nada de esto y que estaban más ligadas a la cuestión política que a la profesión. Esa -opino yo- fue la razón del déficit que permanentemente dio. El mundo entero está apostando al tren y lo hizo toda la vida. Pero acá dio pérdida ¿Tiene esto otra explicación?» inquiere casi con tristeza.
Ni siquiera la jubilación pudo detener su pasión por el tren. Ya se había jubilado cuando lo invitaron -junto a un pequeño grupo de colegas- desde Bolivia para trabajar en la empresa Ferrocarriles Bolivianos La Paz – Antofagasta. En esa nación lo designaron como Superintendente de Tracción de la línea Oyahué. «Esa fue una linda experiencia. Ellos para mejorar la calidad del servicio y por supuesto para atraer más clientes, bajaron los precios de los fletes y del pasaje con resultados muy buenos» comenta.
Una experiencia similar se había practicado en la Argentina, cuando empezaron a funcionar las líneas de colectivos y todavía Roglich trabajaba. Pero esa fue otra batalla, los trenes vivieron permanentes sabotajes y descarrilar en aquellos días era común. «Nosotros llevábamos hasta 600 pasajeros. Pero nunca tuvimos que lamentar víctimas. En realidad sólo una vez, cuando descarriló el vagón comedor y murieron tres personas».
Tiene el tren metido en el alma. Y -quizás- esa fuerza de empuje es la que hace que a los 86 años, Rodolfo Roglich, tenga tantas ganas de vivir. Para él, el tiempo parece haberse detenido el día que conoció los secretos del ferrocarril. Rodolfo, aunque su piel pretenda decir lo contrario, aún tiene catorce años.
Otros testimonios, otras historias para conocer
Es en Darwin donde habita la mayor cantidad de ex ferroviarios de la zona. La pequeña localidad fue el centro neurálgico por muchos años del paso del tren. Aún queda en pie la estación como testigo de una época ya ida, mientras varios vecinos esperan que el viejo «caballo de hierro» vuelva a ser lo que era para el país.
Así llegan las historias: «Conducir un tren puede parecer una cosa sencilla, pero no lo es -aseguró un experimentado ferroviario que aún vive en Darwin-. Nuestro país tiene paisajes muy variados y una geografía particular. Acá nomás -dijo refiriéndose a la zona de Valle Medio- uno podría suponer que es largar la máquina y ponerse a dormir. Sin embargo, acá hay que tener mucha cautela».
«Existe, por ejemplo, una gran bajada mucho antes de llegar a Choele, que no cesa hasta antes de Darwin, y si uno no toma las precauciones, puede pasar de largo por más que quiera frenar. No se olvide que son muchos kilos los que empujan de atrás» mencionó.
CHIMPAY- Rodolfo Roglich tiene 86 años, de su padre croata heredó los profundos ojos celestes y de la vida los recuerdos. Ellos están ligados a la pasión de su vida: los trenes. Aún a pesar de los años esa pasión sigue intacta. Roglich habla de los errores en la construcción de la trochita, de la decadencia de uno de los principales medios de transporte y de las posibilidades del futuro.
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