La hora de las cacerolas
Hasta ahora, los cacerolazos que están repitiéndose en distintos barrios de la capital federal aún no han adquirido dimensiones tan imponentes como en el 2001 y el 2008, pero no sorprendería que en las semanas próximas lo hicieran. Según los especialistas en tomar el pulso de la ciudadanía, el humor social está experimentando otra de sus mutaciones periódicas al darse cuenta la gente de que los años de crecimiento económico rápido han llegado a su fin y que el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se resiste a asumir la realidad así supuesta, negándose a hacer cuanto resulte necesario para frenar la inflación, de ahí sus intentos desesperados por aplicar parches como el cepo cambiario, la campaña oficial absurdamente tardía a favor de hacer de la pesificación un deber patriótico y las barreras proteccionistas erigidas por Guillermo Moreno que, además de perjudicar a muchos consumidores, están privando a la industria de insumos imprescindibles. Lejos de ayudar a hacer pensar que el gobierno tiene todo bajo control, se asemejan a manotazos de ahogado. Aunque quienes están participando de cacerolazos, como aquel que el jueves pasado llenó la Plaza de Mayo, juran que están más indignados por temas como la corrupción, la falta de idoneidad de distintos funcionarios, la soberbia agresiva de tantos voceros oficiales, la inseguridad ciudadana, el estado lamentable de los servicios públicos y, sobre todo de los trenes que unen la capital federal con el conurbano bonaerense, el motivo principal del malestar que tantos sienten es claramente la sensación generalizada de que la economía se dirige hacia una nueva crisis debido no tanto a factores cíclicos cuanto a la ineptitud llamativa de los encargados de manejarla. Puede que tal motivo parezca menos digno que los resumidos por consignas que aluden al desprecio oficial por la justicia y a la pobreza en que está hundida una proporción muy grande de los habitantes del país, pero en vista de nuestra agitada historia económica, el malestar que se ha difundido es comprensible. Para algunos kirchneristas, el que las protestas iniciales se hayan dado en los barrios porteños más prósperos y el hecho a su juicio evidente de que el grueso de los manifestantes formen parte de “la clase media alta” significan que sólo se trata de la reacción airada de una minoría privilegiada frente a las restricciones cambiarias, pero no le convendría en absoluto al gobierno de Cristina confiar en que sigan limitándose al sector así supuesto. Por cierto, de profundizarse mucho más la incipiente crisis económica, y es más que probable que siga agravándose con rapidez, tendría un impacto muy fuerte en las zonas paupérrimas del Gran Buenos Aires en que el kirchnerismo tiene sus reservas electorales más importantes. Asimismo, el regreso de los cacerolazos ha coincidido con el comienzo de una ofensiva sindical liderada por el camionero Hugo Moyano y con otra organizada por las entidades que representan a los productores rurales; en el 2008, las huestes de Moyano y los ruralistas se enfrentaban, pero en esta oportunidad comparten los mismos objetivos. De concretar los camioneros la amenaza de celebrar paros sorpresivos a lo ancho y lo largo del país, en las semanas próximas el desabastecimiento de combustible y otros productos esenciales no podría sino incidir en el ya malsano clima social. El gobierno de Cristina no es el único blanco de los cacerolazos. Mientras que en casi todos los demás países democráticos el desprestigio del gobierno de turno significaría el avance del partido opositor principal, aquí todos los partidos, incluyendo al Justicialista que, como tantas otras cosas, se ha desdoblado, con una parte en el poder y otra en la oposición, parecen tan poco convincentes que los indignados por la conducta del oficialismo se encuentran sin más alternativa que la de salir a la calle para protestar contra quienes monopolizan el poder. De existir una oposición capaz de canalizar el fastidio que tantos sienten, muchos que son contrarios a la gestión del gobierno la apoyarían, fortaleciéndola así hasta que estuviera en condiciones de impulsar cambios, pero puesto que a juicio de los frustrados por lo que esta sucediendo sería inútil comprometerse con una agrupación opositora, optan por expresarse golpeando sus cacerolas.
Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 945.035 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Domingo 10 de junio de 2012
Hasta ahora, los cacerolazos que están repitiéndose en distintos barrios de la capital federal aún no han adquirido dimensiones tan imponentes como en el 2001 y el 2008, pero no sorprendería que en las semanas próximas lo hicieran. Según los especialistas en tomar el pulso de la ciudadanía, el humor social está experimentando otra de sus mutaciones periódicas al darse cuenta la gente de que los años de crecimiento económico rápido han llegado a su fin y que el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se resiste a asumir la realidad así supuesta, negándose a hacer cuanto resulte necesario para frenar la inflación, de ahí sus intentos desesperados por aplicar parches como el cepo cambiario, la campaña oficial absurdamente tardía a favor de hacer de la pesificación un deber patriótico y las barreras proteccionistas erigidas por Guillermo Moreno que, además de perjudicar a muchos consumidores, están privando a la industria de insumos imprescindibles. Lejos de ayudar a hacer pensar que el gobierno tiene todo bajo control, se asemejan a manotazos de ahogado. Aunque quienes están participando de cacerolazos, como aquel que el jueves pasado llenó la Plaza de Mayo, juran que están más indignados por temas como la corrupción, la falta de idoneidad de distintos funcionarios, la soberbia agresiva de tantos voceros oficiales, la inseguridad ciudadana, el estado lamentable de los servicios públicos y, sobre todo de los trenes que unen la capital federal con el conurbano bonaerense, el motivo principal del malestar que tantos sienten es claramente la sensación generalizada de que la economía se dirige hacia una nueva crisis debido no tanto a factores cíclicos cuanto a la ineptitud llamativa de los encargados de manejarla. Puede que tal motivo parezca menos digno que los resumidos por consignas que aluden al desprecio oficial por la justicia y a la pobreza en que está hundida una proporción muy grande de los habitantes del país, pero en vista de nuestra agitada historia económica, el malestar que se ha difundido es comprensible. Para algunos kirchneristas, el que las protestas iniciales se hayan dado en los barrios porteños más prósperos y el hecho a su juicio evidente de que el grueso de los manifestantes formen parte de “la clase media alta” significan que sólo se trata de la reacción airada de una minoría privilegiada frente a las restricciones cambiarias, pero no le convendría en absoluto al gobierno de Cristina confiar en que sigan limitándose al sector así supuesto. Por cierto, de profundizarse mucho más la incipiente crisis económica, y es más que probable que siga agravándose con rapidez, tendría un impacto muy fuerte en las zonas paupérrimas del Gran Buenos Aires en que el kirchnerismo tiene sus reservas electorales más importantes. Asimismo, el regreso de los cacerolazos ha coincidido con el comienzo de una ofensiva sindical liderada por el camionero Hugo Moyano y con otra organizada por las entidades que representan a los productores rurales; en el 2008, las huestes de Moyano y los ruralistas se enfrentaban, pero en esta oportunidad comparten los mismos objetivos. De concretar los camioneros la amenaza de celebrar paros sorpresivos a lo ancho y lo largo del país, en las semanas próximas el desabastecimiento de combustible y otros productos esenciales no podría sino incidir en el ya malsano clima social. El gobierno de Cristina no es el único blanco de los cacerolazos. Mientras que en casi todos los demás países democráticos el desprestigio del gobierno de turno significaría el avance del partido opositor principal, aquí todos los partidos, incluyendo al Justicialista que, como tantas otras cosas, se ha desdoblado, con una parte en el poder y otra en la oposición, parecen tan poco convincentes que los indignados por la conducta del oficialismo se encuentran sin más alternativa que la de salir a la calle para protestar contra quienes monopolizan el poder. De existir una oposición capaz de canalizar el fastidio que tantos sienten, muchos que son contrarios a la gestión del gobierno la apoyarían, fortaleciéndola así hasta que estuviera en condiciones de impulsar cambios, pero puesto que a juicio de los frustrados por lo que esta sucediendo sería inútil comprometerse con una agrupación opositora, optan por expresarse golpeando sus cacerolas.
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