La mano firme de “Josecito”
Sabe las mañas y los gustos de casi todos y recuerda con orgullo cuando conoció a Alfonsín.
“Esta es mi oficina”, dice José Filippi y señala el final de un pasillo donde hay una mesa cuadradita y pequeña, con una silla para él y otra para su acompañante, que en este caso será una cronista. Al lado está la cocina, que no medirá más de dos metros de largo, y que es el lugar de donde salen los cafés que, a diario –y como hace casi 28 años– reparte “Josecito” entre los concejales de Neuquén. José tiene 62 años y es mozo ahora, porque antes fue campeón provincial de boxeo en Córdoba y compitió por el título nacional. Sus manos hinchadas y algo torcidas, y una nariz levemente aplastada apenas delatan aquella trayectoria con más de 80 peleas profesionales en los rings de Argentina y de más allá también. Es que lo suyo fue un “boxeo estilista”, dice, que aprendió con grandes como Paco Bermúdez, que le enseñaban a “cubrirse y caminar bien”. José no tendría más de 8 años cuando se calzó los guantes por primera vez. Recuerda que el hijo de sus vecinos en Los Surgentes, Oscar “Cachín” Díaz, había llegado al pueblo siendo campeón argentino de boxeo y les prestó unos guantes a los chicos para que prueben. “Yo era de los que más se destacaba. Así fue como empecé”. La primera pelea de José fue a los 15 ó 16 años. La ganó y de ahí empezó a recorrer pueblos, hasta hacerse profesional y llegar incluso a dar grandes peleas en el estadio del Luna Park. A los 33 dejó de pelear –“por las manos, mirá como las tengo”– y se vino a Neuquén, donde se había hecho de conocidos durante sus años de boxeador. El de mozo en el Concejo Deliberante es un puesto que él mismo se creó, casi de casualidad. Este hincha de San Lorenzo estaba recién llegado a Neuquén cuando comenzó a frecuentar el recinto –que por entonces no eran más que unas casillas de madera, sobre calle Buenos Aires– para charlar con conocidos y “cebar unos mates”. “Me fui quedando porque me gustaba estar ahí, iba todas las tardes. Un día me dijeron ‘¿por qué no te venís a trabajar acá?’”, relata José. Y se quedó. Aquellas primeras sesiones, allá por 1986 y con Jorge Sobisch en la intendencia, transcurrían en acalorados debates entre dos partidos: el Movimiento Popular Neuquino (MPN) y la Unión Cívica Radical (UCR). “Eran siete concejales y se reunían alrededor de una mesa. No había computadoras, ni máquinas de escribir. El trabajo era un poco más fácil que ahora, pero más incómodo”, reflexiona José, quien recuerda que fue con Alberto Pesiney en la presidencia del Deliberante cuando “se le dio otro nivel”. De su tarea como mozo José rescata la actitud que le imprime: “Una vez que piso el Concejo mis problemas quedaron atrás, porque mi trabajo es como una diversión, como es el payaso. Uno acá tiene que estar siempre disponible, alegre, atender bien a la gente y tratar de conocerla. Cuando uno no te dijo buen día es porque le pasa algo”. En casi 28 años José le ha servido cafés a concejales, intendentes, gobernadores y hasta presidentes (una anécdota que cuenta con el pecho inflado es la de una visita de Raúl Alfonsín, de la que conserva una foto) y les ha aprendido las mañas. “El intendente toma mate con un poquito de azúcar, el gobernador toma la mitad leche, la mitad café, y así…”, enumera. José piensa seguir todo lo que pueda en esa rutina de 7 a 15, con su camisa blanca, su pantalón negro y su moño a tono. Pero sabe que, en los papeles, le quedan cuatro años. “Yo siempre digo: si me necesitan, quiero seguir –señala–. La mitad de mi vida creo que la pasé en el Concejo. De los años que estoy en Neuquén he pasado más acá adentro que en cualquier otro lado”.
José Filippi, 62 años. Cuatro hijos, “de 19 a 36 años”. Nació en Los Surgentes, Córdoba. Vive en barrio Barreneche.
“Esta es mi oficina”, dice José Filippi y señala el final de un pasillo donde hay una mesa cuadradita y pequeña, con una silla para él y otra para su acompañante, que en este caso será una cronista. Al lado está la cocina, que no medirá más de dos metros de largo, y que es el lugar de donde salen los cafés que, a diario –y como hace casi 28 años– reparte “Josecito” entre los concejales de Neuquén. José tiene 62 años y es mozo ahora, porque antes fue campeón provincial de boxeo en Córdoba y compitió por el título nacional. Sus manos hinchadas y algo torcidas, y una nariz levemente aplastada apenas delatan aquella trayectoria con más de 80 peleas profesionales en los rings de Argentina y de más allá también. Es que lo suyo fue un “boxeo estilista”, dice, que aprendió con grandes como Paco Bermúdez, que le enseñaban a “cubrirse y caminar bien”. José no tendría más de 8 años cuando se calzó los guantes por primera vez. Recuerda que el hijo de sus vecinos en Los Surgentes, Oscar “Cachín” Díaz, había llegado al pueblo siendo campeón argentino de boxeo y les prestó unos guantes a los chicos para que prueben. “Yo era de los que más se destacaba. Así fue como empecé”. La primera pelea de José fue a los 15 ó 16 años. La ganó y de ahí empezó a recorrer pueblos, hasta hacerse profesional y llegar incluso a dar grandes peleas en el estadio del Luna Park. A los 33 dejó de pelear –“por las manos, mirá como las tengo”– y se vino a Neuquén, donde se había hecho de conocidos durante sus años de boxeador. El de mozo en el Concejo Deliberante es un puesto que él mismo se creó, casi de casualidad. Este hincha de San Lorenzo estaba recién llegado a Neuquén cuando comenzó a frecuentar el recinto –que por entonces no eran más que unas casillas de madera, sobre calle Buenos Aires– para charlar con conocidos y “cebar unos mates”. “Me fui quedando porque me gustaba estar ahí, iba todas las tardes. Un día me dijeron ‘¿por qué no te venís a trabajar acá?’”, relata José. Y se quedó. Aquellas primeras sesiones, allá por 1986 y con Jorge Sobisch en la intendencia, transcurrían en acalorados debates entre dos partidos: el Movimiento Popular Neuquino (MPN) y la Unión Cívica Radical (UCR). “Eran siete concejales y se reunían alrededor de una mesa. No había computadoras, ni máquinas de escribir. El trabajo era un poco más fácil que ahora, pero más incómodo”, reflexiona José, quien recuerda que fue con Alberto Pesiney en la presidencia del Deliberante cuando “se le dio otro nivel”. De su tarea como mozo José rescata la actitud que le imprime: “Una vez que piso el Concejo mis problemas quedaron atrás, porque mi trabajo es como una diversión, como es el payaso. Uno acá tiene que estar siempre disponible, alegre, atender bien a la gente y tratar de conocerla. Cuando uno no te dijo buen día es porque le pasa algo”. En casi 28 años José le ha servido cafés a concejales, intendentes, gobernadores y hasta presidentes (una anécdota que cuenta con el pecho inflado es la de una visita de Raúl Alfonsín, de la que conserva una foto) y les ha aprendido las mañas. “El intendente toma mate con un poquito de azúcar, el gobernador toma la mitad leche, la mitad café, y así…”, enumera. José piensa seguir todo lo que pueda en esa rutina de 7 a 15, con su camisa blanca, su pantalón negro y su moño a tono. Pero sabe que, en los papeles, le quedan cuatro años. “Yo siempre digo: si me necesitan, quiero seguir –señala–. La mitad de mi vida creo que la pasé en el Concejo. De los años que estoy en Neuquén he pasado más acá adentro que en cualquier otro lado”.
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