La oportunidad

La victoria sobre Roca seguramente desconcertó al propio Carlos Soria en la misma medida en que sorprendió a un veranismo ilusionado por encuestas deslumbrantes, alejadas de la realidad. Si Soria perdía, su suerte tenía el destino de una confinación humillante para un político que viene de protagonizar papeles tan rutilantes como polémicos a nivel nacional. Pero hizo una gran elección; incluso cuando ganó por un puñado de votos, que la tentación maligna de ciertos radicales casi le arrebatan, si no fuera por una grandeza política pocas veces vista: la de todos los partidos que cerraron filas a su alrededor y le advirtieron a la sociedad la acechanza de un fraude.

Vergonzoso papel el de la Junta Electoral, empeñada en echar por tierra los éxitos de debut del nuevo sistema de padrones circuitales (que acerca al votante a su lugar de elección y que desprecia el acarreo de votos, desenmascara la «utilidad» del punteraje y saca una fotografía bastante nítida de lealtades de cada barrio).

La demora exasperante en el escrutinio y la vocación por hallar pelos en la leche en cada acta y telegrama, dio argumentos a quienes sospechaban de una maniobra tendiente a repetir la votación en una que otra mesa con la esperanza de revertir tan dramático resultado para el radicalismo. Por suerte para ellos y para todos, se contuvieron.

Soria conquistó Roca y renueva oxígeno político. Logró el triunfo por varios factores: el mayor de todos seguramente fue el hastío a años de hegemonía radical, con estilos arbitrarios, personajes impunes, obsecuencias mediáticas y clientelismo no abandonado -aunque negado- hasta el último minuto. Esa, en apariencia, mala publicidad de Soria de dos mecánicos en la fosa rumiando «calentura» por haber perdido por un ápice Roca en la elección de gobernador, terminó reflejando una sensación que se respiraba en la calle.

Nada desdeñable para el triunfo fue el motor de una lista de concejales con figuras respetadas en la comunidad, comenzando por la primera concejal, Alicia Salicioni.

Probablemente también Soria haya hecho alguna cosecha del descontento dentro del radicalismo por una candidatura elegida «a dedo» por Pablo Verani y su alter ego Daniel Sartor, que ahuyentó figuras como las de Roberto Fieg. Dicho sea de paso, le cuesta al gobernador y a su sector hacer la autocrítica respectiva con la misma vehemencia como cuando se vanaglorió de haber puesto muy bien el ojo en Alberto «Beto» Icare, en Bariloche. Podría reclamársela el resto del radicalismo, pero ¿ocurriría alguna vez?.

Por ahora se impone un revanchismo local por sobre un sincero mea culpa de métodos políticos y cadenas de encubrimientos a la corrupción, que escasos dirigentes radicales se animan a contrariar.

Están también quienes creyeron haber proyectado en Soria una capacidad de gestión no advertida en el resto de los contrincantes. Es posible que no se hayan equivocado. Al peronista le sobran contactos políticos, pasión y personalidad. Pero es también un representante de la vieja política y posee analogías de estilos y verbo con su ex socio Verani.

Soria, sin embargo, tiene una gran oportunidad entre manos para proyectarse nuevamente a nivel provincial, más allá del fuerte caudal que se dibuja en el eje Alto Valle: interpretar la consigna de un cambio cultural, gobernar con una estructura reflexiva y no sectaria en el Ejecutivo, respetar a un Concejo mejor estructurado (con fuerzas más equilibradas y la incorporación de un partido vecinal que hizo una buena elección) y contener toda pizca de arrebato que pueda reasomar en su pisquis más profunda.

Italo Pisani

ipisani@rionegro.com.ar


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