Con el sello Guarnieri: así se convirtieron en barrio esta casona y su bodega de Allen

Quizás ya pasa desapercibida pero una placa la destaca como referencia histórica. Los dueños de ayer y hoy ayudaron a reconstruir sus vivencias, junto al aporte de varios vecinos.

La que fue casa de Arturo observa desde la esquina el paso incesante de vehículos que entran y salen de Allen, a diario por Ruta 65, en dirección a Fernández Oro. Los árboles que mandó a plantar su hermano Francisco, primer agrónomo regional de los territorios de Río Negro y Neuquén, todavía la acompañan, inmensos protagonistas del paisaje urbano hecho de plazoletas, que sin querer, la conectan con otra bodega emblemátca: la “Alto Valle”, de Amadeo Biló, 12 cuadras hacia el Este. La protagonista de este rescate es la desaparecida bodega “Guarnieri”, que con el tiempo se convirtió en el actual barrio, inmortalizando su nombre.

Buena parte de esa estructura resiste en la esquina con calle Salta: las ruedas de carreta adornando el patio del frente, los postigos cerrados, una acequia en la vereda, las tejas simuladas en el techo de la galería y hasta las columnas del cerco, todo a pesar del tiempo y a pesar de tantos usos.

Desde sus orígenes, junto al sector de producción del vino, la casa pasó por las manos de dos familias, soportó reformas, sumó nuevas dependencias, alojó desde la Oficina Consular que recibía a los inmigrantes, hasta un parador gastronómico contiguo. Y tuvo un sinfín de inquilinos posteriores, desde médicos hasta los actuales trabajadores de galpones y obreros rurales, que están de paso en la ciudad, por la temporada frutícola.

El paso de la salida a Ruta 65 – Foto: Flor Salto.

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Foto: Flor Salto.

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Foto: Afiches de bordelesas de vino de la Patagonia Norte.

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Arturo Guarnieri, hermano de Francisco, José y Roberto, napolitanos todos, fue quien puso en producción ese sector y mandó a construir la antigua vivienda. Tres de ellos habían llegado en 1910, influenciados por Francisco, que ya estaba en Argentina desde 1907. La recordada periodista, Susana Yappert, nieta de Arturo, contó en diálogo con el equipo especializado en historia local, Proyecto Allen, que su tío abuelo, José, lloró el día que llegaron, decepcionado porque lo que veía no se parecía en nada a lo que les habían relatado por carta.

A pesar de la desazón y del tiempo que estuvo en Europa, enlistado para la Primera Guerra Mundial, Arturo volvió, se casó con Ernesta Fava y formó su vida en el terreno que logró adquirir. Con los parrales que germinaron junto a frutales y colmenas, produjeron un promedio de 100.000 litros de vino. Corría el año 1935 cuando inauguraron, aunque las hojas de vid todavía brotan hoy, 88 años después, contra el paredón del fondo y la medianera. Después de varias décadas envasando tintos, claretes y blancos hasta en botellas de 2 litros, la actividad cerró en 1964, confirmó Federico Witkowski, investigador de las bodegas de la Patagonia Norte. Arturo había fallecido en 1956.

Testigo de la segunda etapa de ese sector en la ciudad, Roberto Barión recuerda que cuando llegó con su familia a Allen, en 1963, se alumbraban las calles con un farol en la esquina y otro a mitad de cuadra. Con 6 años, extrañó la televisión que había en Buenos Aires, aunque enseguida se entretuvo, empezando las clases en el turno tarde de la Escuela 23 y jugando entre las ligustrinas de la plaza San Martín. El taller de su padre Walter, abocado a sistemas de refrigeración, se volvió vecino de la casa de los Guarnieri en 1978, “después del Mundial”, dijo Roberto. En ese entonces, la avenida Irigoyen se diluía en una huella hasta Salta, y ésta, por su parte, sólo tenía unos metros de camino. Ellos se instalaron en el depósito de la bodega, tal y como siguen al día de hoy, desde donde veían también la usina eléctrica, que después fue el Corralón municipal.

Roberto siguió el oficio paterno en el depósito de los Guarnieri. Foto: Flor Salto.

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Para ese entonces, la casona seguía en pie, pero en 1981 los dueños pasaron a ser los Hernández, llegados desde barrio Norte, con Alisandro a la cabeza, conocido por todos como “Los Méjico” (con J), por el país de origen de su ancestro. De la mano de ellos, el terreno sumó un comercio y hasta una cancha de pelota – paleta, sobre lo que fue la bodega.

A su alrededor el escenario se fue modificando, con la división en lotes más pequeños que permitieron la llegada de más familias, entre ellas, la de la docente y escritora Elisa Pérez de Oscar, proveniente de El Bolsón. Con su esposo e hijos se fueron integrando con el resto, hasta que los más chicos crecieron y ella pudo plasmar en un libro esas vivencias y juegos en la tranquilidad de las nuevas calles, habilitadas sobre la tierra que alimentó cultivos en otro tiempo. “Los chicos del barrio” es el título de ese trabajo, del año 2000, que se dio en paralelo a los trámites para que el barrio incluyera la totalidad de las cuadras que pertenecieron a Arturo y llevara oficialmente su nombre, como dice la placa colocada a modo de homenaje.

Foto: Flor Salto.

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Algunos recuerdos:


El recuerdo de Roberto con Walter, su padre.

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La nevada de 1982 en el fondo del taller de Barión, junto a la casona. Detrás, las viviendas que empezaban a poblar el barrio.

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Foto: Flor Salto.

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Foto: Flor Salto.

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El ejido de Allen, en otro tiempo – Foto: Flor Salto.


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