Exclusivo Suscriptores

Diez años después, Florencia Werchowsky recuerda «El telo de papá»

La escritora y directora escénica oriunda de Allen, que este año montó una performance-instalación en Francia, repasa el andamiaje de la novela inspirada en el Cu Cu, uno de los primeros hoteles alojamiento del Alto Valle.

Este año se cumple una década de la publicación de “El telo de papá”, la primera novela de Florencia Werchowsky. El libro se basa en la historia del Cu-Cu de Allen, uno de los primeros hoteles alojamiento del Alto Valle de Río Negro, pero logra también narrar la historia de toda esta zona como quizás no se haya hecho en ningún otra obra literaria.


Leerla en la actualidad significa no solo volver a constatar su encantador talento narrativo, elogiada en su momento por Martín Kohan y Ariel Schettini, sino también lo que ha cambiado y lo que sigue igual en este lugar en el mundo. Con la excusa de su décimo aniversario, la autora se prestó a recordar lo que significó para ella la novela y repasar algunos aspectos de su trayectoria como escritora y directora escénica.


Werchowsky vive actualmente en Buenos Aires, adonde se mudó cuando era muy chica para estudiar ballet en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, el escenario de su segunda novela, “Las bailarinas no hablan”, publicada en 2017. Al año siguiente, Werchowsky dirigió la versión escénica de la novela, que se estrenó en el Centro de Experimentación del Teatro Colón.

Desde entonces, Werchowsky ha dirigido otros cuatro proyectos escénicos. El último de ellos lo estrenó en Europa: “Estuve haciendo pie en Lyon y después fui a España, y a Italia un poco. Porque me gané una beca para trabajar en uno de los centros nacionales de la música que tiene Francia. Estuvo genial”. Se trata de Le futur n’est plus ce qu’il était, (El futuro ya no es lo que era), una performance-instalación en la que diferentes personas respondieron preguntas de Werchowsky acerca del futuro. La filmación de esa entrevista se superponía después con imágenes de cámaras en vivo de distintas ciudades.


La entrevista como punto de partida es una metodología que Werchowsky aprovechó ya en varios proyectos escénicos. Había intentado aplicarla para escribir “El telo de papá”: “Para esa novela entrevisté a mis papás. Pero sus versiones de la misma historia eran muy diferentes y las entrevistas siempre terminaban en pelea, así que en un momento decidí cortar con el periodismo y escribir ficción”.

-¿Cómo te sentís respecto a la novela 10 años después? ¿La volviste a leer?
-No la volví a leer porque sería como escucharse los propios audios de WhatsApp. Pero estoy muy agradecida con la novela. Cuando la empecé a escribir estaba trabajando como periodista, también estaba haciendo publicidad, y sentía que no podía dar ahí todo lo que quería. Animarme a escribir la novela fue un salto de fe a eso que yo quería contar y sabía que podía contar. Fui con las primeras cuatro hojas escritas a ver al editor, Marcelo Panozzo. Él me propuso firmar un contrato ahí mismo. Todo ocurrió muy rápidamente. Y la novela se abrió camino sola. La primera puerta que me abrió fue habilitarme a mí misma como persona que escribe ficción y la publicación. Después me llevó a otros países, me permitió escribir una segunda novela, entrar en contacto con un montón de gente extraordinaria, conocer a los lectores. Fue mi trampolín al trabajo artístico desde otro lugar, y a animarme a usar herramientas y personajes que de otra forma tal vez no me hubieran sido habilitados.

-Ya que mencionás los personajes, quería preguntarte por el de la abuela de la protagonista, Berta Katz que, aunque aparece muy poco, tiene un rol muy importante en la novela.
-Como todos los personajes, esa bove es una criatura tipo Frankenstein, hecha de partes de otras boves. Es loco, porque de mis dos abuelas fue con la que menos contacto tuve. Pero fue la que más me marcó en el legado que dejan las abuelas, que te marcan un camino que los padres no te marcan. Fue muy influyente, aunque el personaje que dialoga con la persona real está muy ficcionalizado.

-Ella aparece en la novela como una escritora, publicó un libro, también hay unos diarios suyos que se pierden en un incendio. Después, en “Las bailarinas”, también aparece un diario que la protagonista escribe por el pedido de una amiga. En ambas novelas la escritura surge a partir del deseo de una mujer.
-Es probable que en todo lo que escribo, detrás de mi propio deseo de escribir esté el deseo de escribir que tuvieron otras mujeres. Eso está muy presente en mi familia, en esa abuela que publicó algunos artículos y era una docente con la idea sarmientina de la maestra como productora de la cultura. Y también está mi mamá, que escribe muy bien, tiene el don, pero no tiene la necesidad de publicar ni de convertirse en escritora. Son mujeres que escriben compulsivamente. Y a mí me pasa eso también, yo escribo todo el tiempo, en un montón de libretas y en una pizarra gigante que tengo acá. Escribir, para mí, es el ejercicio y la necesidad de todo el tiempo dejar asentado algo en un lugar, una forma de hacer pie en la realidad. Y eso tiene que ver con los referentes femeninos en mi familia.

-El personaje también me llamó la atención porque es una maestra que va a una comunidad mapuche y esa comunidad le termina poniendo el nombre a su hijo.
-La cultura mapuche está muy presente para todos los que nos criamos en la Patagonia. Históricamente silenciada, avasallada y cercenada, pero presente. Mi papá fue Ñanco siempre. Creo que los dos únicos nombres reales de la novela son el mío y el de mi papá. Mi papá se llamaba Simón Bernardo Werchowsky y le dijeron Ñanco toda la vida. Es la genética del personaje y de él como persona, que están intactas en el relato. Y construyen ese ser de ficción que fue mi papá. Un provocador, un fuera de serie, un Ñanco de ojos celestes, un Ñanco judío.

-Me parece que esa interculturalidad del personaje es lo que permite que construyas una mirada tan abarcadora y plural del Alto Valle. Pero después la novela terminó también conectándote con una cultura tan remota como la de Japón…
-Cuando me enteré casi me vuelvo loca. Mi amigo Eduardo López Herrero es traductor y vive en Japón hace muchos años. Cuando salió “El telo de papá” se lo mandé. Él es un gran lector y estuvimos muy en contacto en esos días. Pasado un tiempo Eduardo me mandó una nota del diario “Japan Times”, donde decía que la autora Shino Sakuragi había ganado el Naoki Prize, que es un premio muy prestigioso, por su libro de cuentos Hotel Royale, que es la historia de un telo que tenía su papá. Ella es unos años más grande que yo y es super reconocida en Japón, hay series de Netflix basadas en sus novelas. Su libro salió el mismo año que el mío, así que estuvimos en las antípodas escribiendo cada una un libro sobre prácticamente el mismo tema y al mismo tiempo. A través de las embajadas pude ponerme en contacto con ella. Y después de un año de un intercambio epistolar a través de las embajadas, el Instituto Cervantes de Tokio me invitó a presentar mi libro con Shino en su sede, con Eduardo como intérprete. Actualmente seguimos mandándonos mails, yo en castellano y ella en japonés. Los traducimos con Google Translate. Y ella me mandó todos sus libros impresos en japonés.

-¿Y cómo fue escribir “Las bailarinas no hablan”?
-La escribí cuando vivía en Santiago de Chile, en el 2015. El Colón había pasado una temporada larga cerrado y había una problemática de las protestas de los bailarines. Yo estaba enojada cuando escribí la novela. Estaba viviendo en otro país pero sentía que tenía que estar en Argentina. Es una novela escrita desde la incomodidad, en cambio “El telo de papá” la escribí desde la evocación y es menos abrasiva.

-Llama la atención ahí el personaje de Kotchecov, el bailarín ruso, que aporta una mirada distanciada y crítica de que se esté bailando ballet en Sudamérica
-Es cierto que el ballet en nuestro país es una tradición impuesta, pero producimos una gran cantidad de gente muy talentosa, como con los futbolistas. No son tan conocidos todos los casos, pero las grandes compañías de baile del mundo tienen un primer bailarín o una primera bailarina de Argentina. Y es completamente extraño todo, pero al mismo tiempo sorprendentemente bueno y maravilloso. Yo voy a ver ballet al Colón o danza contemporánea al San Martín y me conmuevo profundamente.

¿Cómo surgió la versión escénica de “Las bailarinas no hablan”?
-La presentación de la novela fue en el Centro de Experimentación del Colón, por invitación de Miguel Galperín, e inmediatamente me invitaron a hacer la adaptación escénica en ese mismo lugar. En el medio me dieron una beca de formación en ópera contemporánea, que me sirvió para hacer ese trabajo que no había hecho antes. Antes de eso tenía la fantasía de hacer algún proyecto escénico, y gracias a esa oportunidad que me dieron pude hacerla realidad. Volví por otra puerta y en otro rol, a trabajar con buena parte de mis compañeros de la escuela del Colón. Y desde entonces no paré de hacer obras.




Adherido a los criterios de
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Adherido a los criterios de <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Comentarios