El camino de la Enfermería en Allen: una profesión que se construyó a sí misma

Desde el recuerdo de aquellas trabajadoras del viejo Hospital Regional hasta los desafíos de la carrera hoy en día, hizo falta mucho empuje para lograr el respaldo necesario. Aún queda por conseguir, pero siguen insistiendo. ¡No te pierdas las fotos históricas!

Hablar de Enfermería en Allen y de su espacio natural, el hospital, es sinónimo de proceso. Uno que sigue sumando capas, cambios y nuevos personajes, aunque hayan pasado casi 100 años desde que se habilitó ese primer centro de salud norpatagónico, allá por 1925. De aquel personal dedicado al cuidado y la asistencia quedó la mejor siembra, que fue la de profesionalizar los conocimientos que daban la experiencia y los desvelos de guardia. Hoy los docentes los multiplican en cada joven que elige la carrera. Lo hacen en la sede y lo hicieron recorriendo la Patagonia.

“A medida que llegaban poblaciones desde distintas partes del mundo, los primeros gobiernos debieron pensar estrategias frente a las deficiencias sanitarias existentes en la región”,

explicó el equipo dedicado a la historia local, Proyecto Allen.

Según sus registros, en 1908 por ejemplo, “el presidente del Concejo Municipal de Neuquén, Abel Chaneton, le reclamaba al Dr. Julio Pelagatti medidas de profilaxis frente a los casos de tifoidea y escarlatina”, que se estaban volviendo endémicos. La primera, transmitida por la bacteria Salmonella Typhi, presente en agua o alimentos contaminados. Y la segunda, una enfermedad infecciosa habitual en la infancia. Costaba cuidar la salud en una zona que no tenía acceso masivo al agua potable y demás recursos para la higiene.

Empíricas y diplomadas


Una de las fotos que atesora la Asociación Museo Municipal de Allen muestra la sala de internación de mujeres, en ese primer edificio sanitario de la Patagonia, conocido por los vecinos como “el viejo hospital”. Lucía impecable, casi de estreno, cuando el reloj marcaba las 11.17 de una mañana cualquiera, luminosa, con el sol entrando por las ventanas angostas y altas. ¿Cómo no imaginarse entrando a las chicas de cofia y mocasines blancos, con uniforme por debajo de las rodillas y mangas al codo?

Foto: Gentileza Lorenzo Brevi, Museo Municipal.

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Graciana Belich era una de ellas, hija de inmigrantes croatas, nacida en Roca, que llegó enseguida a Allen con su familia y nunca más se fue del todo. Esas baldosas relucientes la vieron limpiar primero, para atender internados después, porque en esos años, una tarea no inhabilitaba a la otra. Hoy, que ya luce 91 primaveras, habla de esos 40 años de carrera y se la ve orgullosa, por el coraje y la dedicación que germinaron dentro suyo. Confía en su memoria, pero aún así se sorprende con los detalles que bajan solitos al diálogo, mientras contesta las preguntas de Diario RÍO NEGRO.

“Casi todas éramos ‘empíricas’, entonces se hacía lo que el médico enseñaba”,

empezó a contar.

Cuando ella ingresó tenía 18 años, corría 1951 y su jefa de sector era Teresa Pagani. Ella sí era ‘diplomada’, como se le decía en aquellos años a quienes se habían formado en la Escuela de la Cruz Roja, disponible en Buenos Aires desde 1920.

Foto: Matías Subat.

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Atrás en la historia


No había muchos más lugares donde aprender. Aunque el rol fue necesario desde siempre, pasaron siglos hasta que la enfermería se pudo profesionalizar. Comenzó como una labor abnegada que ejercieron monjas en tiempos de guerra, por eso los primeros uniformes eran similares al hábito de las religiosas. Ese voluntariado terminó jugándole en contra a su jerarquización, porque no fue vista como una carrera en sí misma, en equipo con la Medicina.

En el siglo XIX, a pesar de la falta de acceso a la educación para muchas mujeres, género mayoritario en el rubro, la carrera pudo dar sus primeros pasos, gracias a una referente como Florence Nightingale, en Inglaterra. Fue ella quien estableció los primeros conceptos del oficio, logrando mejores resultados al insistir en la higiene de los pacientes, la ventilación de las salas y una alimentación más nutritiva.

Recién en el siglo XX comenzó a ser más accesible estudiar estos procedimientos, mientras las provincias de la Patagonia, en la otra punta del mundo, aún eran territorio nacional. En esa instancia se encontraba el contexto cuando Graciana inició su trayectoria. Crecía la población, pero faltaba recurso humano calificado.

Tres edificios y dos carreras


En el medio de esa foto del antiguo pabellón de internación, cabe destacar otro detalle: las típicas mesas y sillas metálicas junto a las camas, que se siguieron viendo muchos años después, alguna que otra, en rincones del segundo edificio del hospital, que resiste de pie junto al primero, de 1925.

Foto: Matías Subat.

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Como dijimos, esta historia es sinónimo de procesos, también en lo arquitectónico: es que en un mismo predio, inmenso, conviven separadas por alambrados y rejas, todas las etapas por las que pasó Salud Pública en la ciudad. Lo que queda de la primera estructura, sobre calle San Martín; en el medio el segundo complejo, símbolo de las necesidades en los ‘80 y ‘90, a la vista por calle Salvador D’amico. Y el tercero, sobre Quesnel y Velasco, habilitado entre halagos en 2019.

Profundizando la búsqueda, se puede develar que las arterias que rodean el predio en cuestión homenajean también a referentes de la salud y la ciencia: José Velasco, médico pionero, colega de Moisés Eidilstein, que llegó a ser director del Hospital Regional años después; Albert Sabin y Jonas Salk, científicos dedicados a erradicar la poliomielitis; junto a Federico Leloir, Nobel de Química, y Albert Einstein, Nobel de Física.

Foto: Google Maps.

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En cuanto a la formación académica, se registra una superposición parecida: la Escuela Superior de Enfermería (ESE), fue el primer espacio de estudio en Allen, inaugurado en 1985, en lo que fue la Maternidad y Dirección, hoy derrumbada. En 1990, pasó a las salas disponibles en calle Einstein, dentro de las mismas parcelas, pero en un sector más alejado, donde antes se atendió a pacientes con tuberculosis. Y desde 1998 comparte techo y esencia con la Licenciatura en Enfermería que dicta la Facultad de Ciencias del Ambiente y la Salud.

Parecen la misma actividad pero no lo son: la primera cumple 38 años, es terciaria y depende de la Provincia, mientras que la segunda tiene raíz en la Universidad Nacional del Comahue hace 25 abriles. En la primera se profesionalizan auxiliares, al cabo de tres años; mientras que de la segunda se gradúan quienes aprueban un cursado de cinco. La ESE ofrece también capacitación a distancia, cursos abiertos a la comunidad y la coordinación del Observatorio de Metodología de la Enfermería Rionegrina.

La Lic. Patricia Menéndez, coordinadora académica de la carrera de Enfermería – Foto: Matías Subat.

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Manos a la obra


Detrás de todo eso, las anécdotas de Graciana grafican las vivencias de cientos de hombres y mujeres que pasaron por esos pasillos, cada uno en su época, antes de la Escuela. Ejercieron en los tiempos en que había que salir al aire libre para pasar a otro sector, como la cocina o el “economato”, que funcionó en la casona (patrimonio histórico) derrumbada sobre calle Velasco y Acceso Güemes. Las mismas enfermeras hacían las curaciones, aseaban a los pacientes, servían las comidas, lavaban la vajilla, acarreaban la camilla con los fallecidos hasta la morgue y hacían guardias individuales con decenas de internados a cargo.

«Yo trabajaba muchas horas, 10, 14, 15 horas, porque había poco personal (…) Ser empleado nacional era para uno un honor (…) vine aquí ganando $180, que no era mucho, pero ganaba más que ahora»,

dijo Manuel Pardo en 1987, según el archivo del historiador Roberto Balmaceda.

Usaban sulfatiazol para curar infecciones en heridas y estreptomicina contra la tuberculosis, cuando el suero aún no venía preparado y faltaba inventar la penicilina. Todo mientras otros trabajadores lavaban y planchaban la ropa de cama, cocinaban en ollas inmensas, atendían la quinta y el gallinero para conseguir alimentos frescos y cuidaban los caballos que usaban para los mandados en jardinera o sulky. El pan, la leche y la carne llegaban ‘por pedidos’ gracias a comerciantes de Allen y Roca.

El recuerdo desde el ingreso al antiguo edificio regional – Foto: Gentileza Graciana Belich.

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Una nevada en el viejo hospital de Allen – Foto: Gentileza Graciana Belich.

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Repasando fotos, Graciana recordó el caso de un colega, Osvaldo Gatica, con quien aparece brindando, en la despedida que le hicieron tras conocer su traslado a Mencué. Lamentablemente, la balsa que usaban para cruzar el río por Senillosa, en 1959, sufrió un desperfecto que terminó en la fatalidad. “Murió queriendo salvar a otros”, se lamentó.

“Trabajábamos mucho, es cierto”, reconoce, pero aclara que no fue ni mejor ni peor que ahora, porque valora los cambios y los avances tecnológicos. “Tienen más comodidades que nosotros, pero bueno, ¡es la vida!”, dijo sin compararse.

La despedida a Gatica, antes de que partiera a Mencué. Foto: Gentileza Graciana Belich.

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Todo transcurrió sin más requisitos, hasta que le tocó estudiar en Roca la teoría que ya venía ejerciendo hacía 20 años. Fue la primera de dos reconversiones establecidas para ir sumando peso al título que ostentaban. 300 asistentes egresaron en el primer grupo, recordó la Lic. Patricia Menéndez, coordinadora académica en Allen. Llegada desde Córdoba en 1990, dialogó con Diario Río Negro, confirmando y ampliando los recuerdos de Graciana, y sumando la mirada desde la casa de altos estudios. No sólo se movió en Allen, sino que también recorrió las provincias del sur, para hacer docencia.

A su entender, el camino fue arduo, pero trajo independencia y mérito a enfermeros y enfermeras. De aquí en más, Menéndez junto al resto del equipo, apuestan al inmueble que se construiría en las tierras que ofreció el Municipio días atrás. Sería exclusivo de una vez por todas para la Facias y como no podía ser de otra manera, dentro del mismo terreno que tanto caminaron.

Foto: Matías Subat.

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Graciana, por su parte, se jubiló en la década del ‘90, después de sumar a su trayectoria años en la farmacia hospitalaria, laboratorio y la supervisión de puestos periféricos. Desde entonces no se quedó quieta: viajó, aprendió italiano, fotografía y junto a ex compañeras de trabajo se reúne seguido, para mantener viva la amistad y los recuerdos.

Inspirado por vivencias que lo tocaban de cerca, así les recitó el Pampa Cruz: “Que el Señor las guié a ellas/ y que nunca las olvidemos/ que siempre le deberemos/ por ser nobles y compañeras/ y por no tener fronteras/ en todo el mundo es igual/ su vida es el hospital/ Dios te bendiga enfermera”.

Cedida a la Universidad de Río Negro, la antigua estructura espera la restauración completa – Foto: Matías Subat.

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La vista de la vieja casona, desde el interior – Foto: Matías Subat.

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Foto: Matías Subat.

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«La ventana que daba a quirófano», recordó Graciana Belich – Foto: Matías Subat.

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La casona, patrimonio histórico, derrumbada en 2016 – Foto: Gentileza Luis Ayala.

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