Neuquino y cantor: algo de la vida de Atilio Alarcón desde Curaco a Chos Malal

Séptimo hijo de la familia, fue testigo de procesos como la agonía de la mina en San Eduardo, la primera escuela de Curaco y la lucha de los arrieros. Todo alimentó su vocación de cantar lo que sentía su gente.

Cuando Atilio nació todavía estaba en el aire el recuerdo de la explosión en la mina que funcionó cerca de su Curaco natal y donde trabajaba su padre Carlos Aliro Alarcón. A pesar del panorama que se vivía, ese poblador y Teresita del Carmen Castillo, su madre, formaron la familia que vio crecer a este chiquillo enamorado de la guitarra.

Típico hijo de su generación, este músico y criancero de Patagonia adentro se presentó en la charla con diario RÍO NEGRO como integrante de la “Clase 52”. Después sacó cuentas en el aire y si en el ‘62 le regalaron su primer instrumento, tendría por aquel entonces unos 10 años. La fecha le quedó grabada porque fue cuando su hermana se recibió de docente y ese obsequio fue lo primero que ella compró cuando recibió el sueldo debut. Un sector de la casa que los vio nacer fue el aula donde Adriana empezó a ejercer, al frente de los más chicos de la zona que no tenían dónde ir a estudiar. A veces eran tantos que cedía su lugar para que todos se pudieran sentar.

Este neuquino se viene animando a cuestionar cómo el progreso se los lleva puestos, en su propia tierra.

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Atilio Alarcón es el protagonista de este ADN Sureño y al conversar, vuelve atrás en el tiempo para contar de ese origen, con olor a leña e ingenio para sobrellevar la pobreza. Habla de ella como una compañera que tuvieron alrededor por mucho tiempo, propia consecuencia del contexto y de la falta de oportunidades, pero que le enseñó muchas cosas.

“No era pobreza al punto de la miseria, pero como nos criaron a lo pobre, hoy considero que soy rico”,

dice como muestra de lo aprendido.

Las experiencias le pusieron los pies sobre la tierra, para aprender a cuidar lo que tenía y para entender cuán importante era la solidaridad entre puesteros, ‘necesitarse con los otros’ y los saberes de cada uno, para salir adelante todos juntos. De esa cuna salió criancero y cantor, pero cantor de su propio repertorio, de lo que sus vecinos no sabían cómo decir.

El éxodo después de la explosión


Séptimo hijo de la familia, Atilio fue testigo joven de lo que implicó la agonía de una actividad extractiva, como fue la mina Santa Teresita, dedicada a las estructuras de carbón (asfaltita) en San Eduardo. Hoy abandonado, ese espacio se encontraba cerca de Curaco y Balsa Huitrín. Allí trabajadores como su papá llegaron a sacar hasta 23 transportes diarios de mineral, que luego cargaban en tren en Zapala, para llevar a Buenos Aires. Según el repaso publicado por el Gobierno provincial, ese mismo mineral fue años después el “preferido en Vaca Muerta”, usado para la cementación de los pozos. San Eduardo también llegó a ser una de las principales minas de Neuquén, por 20 años, pero hoy sólo quedan ruinas. La explosión de gas metano que mató a seis obreros el 29 de marzo de 1951 fue un agravante, pero el fin no tardaría en llegar, a medida que se fue agotando el recurso.

Con ese panorama, muchos se marcharon, pero Carlos y Teresita “no pensaban irse así nomás”, de ahí el amor a la tierra de su hijo guitarrero. Mantuvieron el sustento del hogar gracias a un boliche de campo en Curaco y la cría de algunos animales que tenía a cargo un socio del jefe de familia, hasta que la sequía y la falta de clientes trajeron la angustia y la quiebra.

“Nos enterábamos por la radio que andaba gente de Neuquén, pero nunca llegaban a la casa de nosotros”,

contó Alarcón.

Por eso valoraron tanto las giras del gobernador Felipe Sapag y el obispo Jaime De Nevares. Fueron épocas en que Atilio practicó la destreza para carnear, porque los animales se les morían pero al menos aprovechaban el cuero para vender. O armaban con alambre algunos “guache” para atrapar liebres y con eso aportar para “llenar la olla”.

Mientras tanto, entre una labor y la otra, con la guitarra “fui acunando el sueño de ser un cantor”, dijo Atilio en una de sus canciones, conectando esos años de crianza con lo que después fue su carrera. Tanta experiencia le fue dando letra para escribir lo que había visto y sentido. En el medio, el cuidado ya de su propia familia, junto a Neiva y cinco hijos, la cría de más animales y hasta un programa en Radio Nacional Chos Malal, donde pudo entonar lo que pensaba. “Gracias a eso me conocieron en otros lugares, porque incluía otras letras, otros reclamos, y de a poco se fueron haciendo realidad mis sueños”, manifestó.

Gracias a la radio, Atilio destacó que logró difundir su repertorio. Foto: Facebook.

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Recién después de los 40 años llegó su primer disco. Hoy los 71 lo encuentran más sabio, con cinco producciones más, rodeado de gente que lo aprecia y un sello que lo caracteriza donde vaya: el de defender la cultura regional, las necesidades de sus paisanos y cultivar la identidad.

“Atilio es una persona coherente, con un inmenso sentido de pertenencia a su tierra, comprometido con las causas sociales y en especial de los crianceros, con la habilidad para poner en versos el sentir de muchos, de describir la realidad de nuestra región y poner en valor nuestra cultura”, dijo sobre él una colega, la cantora Silvia Canales. Es cierto, con sencillez este neuquino se viene animando a cuestionar cómo el progreso se los lleva puestos, en su propia tierra.

Jubilado pero activo sobre el escenario, hace tiempo que su casa también está en Chos Malal, pero en Curaco sigue estando su raíz. La cueca y los valsecitos fueron su especialidad, aunque también ha compuesto tangos, milongas y rancheras. Eso sí, dejando las tonadas como patrimonio de las cantoras, tradicionales como su mamá Teresa.

Tanta experiencia le fue dando letra para escribir lo que había visto y sentido. Foto: Facebook.

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