Ni sumisa ni dormida: la cueca neuquina sigue viva y apuesta por más

Desde sus orígenes como zamacueca en el Virreinato del Perú, pasando por Chile gracias a la banda del general San Martín, hasta nuestros días, se mantuvo vigente y sin formalismos. Ahora, las clases de un matrimonio de bailarines la impulsan en el Valle. Descubrieron que cada vez que la nombran y la bailan, vuelve a dar frutos. ¡Resiste!

“Zambita ay yo quisiera, quisiera yo presentarla, zambita porque es nuestra, porque es nuestra tradición, zambita ay con permiso, con permiso soy la cueca, esta cueca neuquina, zambita yo la cantara, si hubiera una pareja, zambita que la bailara, que la bailara ay si, zambita que es muy bonito, de ver cómo flamean, zambita ay los pañuelitos… soy la cueca neuquina, zambita, de la Argentina, entona la cantora, mientras rasguea ligerito en la guitarra. ¿A cuántos les pasó que, sabiendo qué género es, ya leían estas estrofas con el ritmo sonando en la cabeza? El patio de la chacra de los Berbel, días atrás en Plottier, se llenó de estos mismos sonidos. Fue con motivo de una clase especial de danza, destinada a la preferida de los crianceros del interior: la cueca neuquina.

Lejos de lo académico, ese evento terminó siendo un compartir entrañable aunque muchos ni se conocieran. Eso fue posible gracias a la añoranza de quienes eran oriundos de pueblitos o parajes, sumada a la curiosidad de los aún sin saber, se acercaron a probar. Junto a los dueños de casa, Traful y Marité, los esperaban los profesores Isaid González y Zulema Retamal, bailarines de extensa trayectoria, multipremiados y que pisaron escenarios a nivel nacional e internacional. Y las cantoras Natalí del Pino y Laura Millaqueo, impresindibles para que la magia ocurriera, en vivo y en directo, sin reproductores de por medio.

“Tuvimos el caso de una abuela de 82 años, que hacía 50 que se había venido de Las Ovejas a vivir al Valle y que quería recordar lo que vivenció en su juventud”,

contó “Zule”, como le dicen afectuosamente.

“Fue hermoso porque ella aplaudía y lloraba mientras nosotros bailábamos. Entonces la fui a ver y me contó que tenía un problema de rodilla, por eso no bailaba. Así que siguieron cantando, hubo ‘aro, aro’, hubo de todo. Y en un momento ella se paró y bailó igual con su nieto, no aguantó, fue hermoso… eso nos llegó muchísimo”, reconoció la docente, nacida en Plaza Huincul. Isaid llegó desde Buta Ranquil.

El patio de los Berbel se llenó de pañuelos en el aire, para la clase especial de cueca neuquina, a fines de Marzo. Habrá una nueva edición en la Escuela Especial N°3 de Neuquén el 21 de Abril – Gentileza Isaid González.

Gracias a San Martín y a su banda «Talcahuano»


Hasta acá, y que no es poca cosa, todo lo que hay detrás de la danza y la música de un pueblo. Horas de práctica, mucho de conocimiento ancestral, el amor por la tierra más que por los premios, la sencillez de un hogar de puertas abiertas. Pero la cueca neuquina tiene mucho más adentro. Es humilde de corazón, pero de sumisa no tiene nada. Viene apechugando desde hace más de 200 años, prohibida durante el conflicto con Chile por las islas del Canal de Beagle y rechazada mucho antes también, cuando todavía era zamacueca en tiempos del virreinato en Perú y molestaba su ejecución en las “chinganas”, lo que hoy conocemos como “enramadas”.

Incomodaba porque era el divertimento de las clases populares, aunque hubiera nacido en los salones aristocráticos, desde el fandango español, hasta que se mezcló con ritmos afroamericanos y esclavos. Esa línea de tiempo tiene tanta fuerza que se terminó de legitimar gracias a la banda del Ejército de José de San Martín, en su Campaña de los Andes. Esos músicos también eran de raza negra y, “finalizada la gesta heroica de la libertad americana, regresaron en barco por el Pacífico, haciendo un alto en Santiago de Chile, antes de cruzar nuevamente la cordillera. Allí la banda brindó sus retretas con música popular criolla, ejecutando en su repertorio las zamacuecas que ya habían ganado su lugar en Lima”, repasó Héctor Alegría, investigador y periodista, en su libro dedicado a la cueca.

Esa misma música que llegaba como invitada, sería con el tiempo y sus adaptaciones, la cueca chilena, la cueca cuyana y la cueca neuquina. “Siendo chileno – español el origen del poblamiento ”blanco” (no indígena) en la región, junto con sus usos y costumbres, los inquilinos labradores de la tierra, crianceros y pirquineros que cruzaron la cordillera y se afincaron en el Alto Neuquén, introdujeron aspectos perdurables de esa cultura”, agregó el estudioso.

Así, revisar los trabajos de quienes investigaron sobre folclore barre con los prejuicios, con las viejas discordias y con la idea corta de que es un ‘bailecito’, costumbre de pobladores dispersos en la distancia y lejos de los privilegios de la urbanización. Es una señora bajita pero bien plantada, de ojos tiernos, transparentes, que necesita celebrar en medio de tanto trabajo en el campo, y que no pidió autorización para seguir viva. La multiplicaron de tanto invitarla al patio, en cada trilla, novena, velorio o casamiento.

La timidez: «… en el Neuquén norteño se la baila con cierto recogimiento, con las cabezas gachas, como si realizara un humilde rito en el que la honestidad se revela sin cálculo», explicó Gregorio Álvarez en su libro «El Tronco de Oro». Foto: Julia Vidal en Laborde 2023.

Difundirla en tiempos de YouTube


“Para nosotros la cueca es nuestra raíz, es tan pura, tan libertaria, porque nos da la oportunidad de algo que muchas de las demás danzas no nos dan, y es que podemos seguir nuestro propio patrón coreográfico (…) tiene sus estructuras que deben cumplirse, pero cuenta mucho de la naturalidad de quien la está bailando, de dónde vive, de su historia”, explicó “Zule”.

En tantos años de trabajo, siempre intentaron mostrarla en competencias y fiestas populares, pero costaba. Se la subestimaba por la falta de trabajo académico de respaldo, como tienen otras danzas más conocidas, contó Isaid. Por un tiempo, les ganó el desánimo. Pero las repercusiones de un video que filmaron en pandemia, bailando en la barda, renovaron la pasión que sentían. “Había interés”, valoraron. Entonces fueron a los trabajos de Alegría, Gregorio Álvarez, Isidro Belver, entre otros, para sostener los argumentos que le daban importancia en la cultura regional.

Más que una debilidad, para ellos, la falta de formalismos es una ventaja. “No hemos perdido todo lo lindo que tiene la cueca, porque fijate que cuando se empezó a academizar la cueca cuyana por ejemplo, en tres provincias, pero que bailan distinto, perdieron su ‘forma de decir’, ellos tuvieron que regionalizar… Pero nuestra cueca que aún no está academizada, nos permite tenerla vigente y decir que es un producto netamente neuquino y no “patagónico”, porque Rio Negro baila su forma, Chubut otra, etc.”, destacó el profesor.

Así, siguen apostando, aunque se complique en las Fiestas Regionales. “Si proponemos danza, queda afuera, la grilla sólo se cubre con la danza que hay en las localidades. Es difícil que las comisiones organizadoras comprendan la importancia de que la cueca esté presente (…) Neuquén tiene una ley de cantoras, para su protección y difusión, pero todavía no está incorporado como baile”, indicaron. “Una vez nos insistieron tanto con el tiempo de duración, que les dije:

«‘La cueca no se negocia, a esto vinimos’ (…) A este mundo uno viene a algo, nosotros estamos seguros de que vinimos a esto, a seguir sosteniendo la identidad”,

concluyó “Zule”.

Un obispo y un cura la defendieron en Ahilinco


Así recordó Héctor Alegría esta gran anécdota. “El 11 de febrero de 1978, tras la tradicional peregrinación a caballo hasta Ahilinco, por el día de la Virgen de Lourdes, la comunidad de los parajes cercanos y otros pueblos del Norte Neuquino se reunió para el festejo. Estaba previsto un almuerzo comunitario y una fiesta con cantoras y baile. Pero ese año habían prohibida la cueca, por su origen chileno. Era vista como “antipatriótica”, ya que Argentina estaba en conflicto con el vecino país, por la soberanía de las islas Picton, Nueva y Lenox, en el Canal de Beagle.

El obispo Jaime de Nevares presidía la celebración, acompañado por el párroco de Andacollo, Isidro Belver. Terminada la misa, dos policías que vigilaban el evento, intentaron cruzar el cerco de la capilla, pero Don Jaime los frenó:

“¡Ustedes no entran, porque están armados y porque no tienen nada que hacer aquí!”,

gritó.

Si bien acataron la orden, la vigilancia aplacó la fiesta, nadie se animaba a bailar. La dictadura imponía sustituir la cueca por rancheras o tangos, pero no era lo mismo.

Entonces De Nevares le pidió a Belver que consiga una guitarra. Y luego solicitó a la cantora que, “sin miedo a represalias, tocara cueca”. “Como la gente todavía dudaba, le ordenó al sacerdote que sacara a una mujer a bailar; y así lo hizo”. Recién ahí, todos los imitaron.

“Al día siguiente, al cura de Andacollo le tocó bailar con la más fea: tuvo que ir a dar explicaciones ante el jefe de Gendarmería”, sigue la historia. Lo salvó el argumento real de que la cueca que se baila en Neuquén tiene características propias que la diferencian, citando a folcloristas como Leda Balladares o a la propia Violeta Parra. Como el jefe era de Mendoza, cuna de la cueca cuyana, entendió las explicaciones y le dio la razón.

El recuerdo de las clases de cueca neuquina, durante la entrega de certificados. Zule e Isaid, de pie a la derecha. Foto: Candela González.

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