Las preocupaciones de Mr. Wolfenshon y la UIA
Por Francisco Tropeano
Tanto el presidente del Banco Mundial como la Unión Industrial Argentina se han preocupado por la pobreza en la Argentina. El primero puso a nuestro país como ejemplo al afirmar que la pobreza en Argentina estaba más ligada a una equivocada distribución de la riqueza, que a su crecimiento económico («R. Negro» 22/9/2000). Coloca, con esa afirmación, el dedo en un lugar muy sensible, a quienes afirman lo contrario; en su mayoría admiradores (y usufructuadores) de las políticas neoliberales y críticos implacables del «populismo distribucionista». Pero deja de mencionar las responsabilidades que al organismo que preside le caben con las «recomendaciones» y aplicaciones de dichas políticas.
Tampoco la UIA en su espectacular documento («La Nación» 29/5/2001) señala a los responsables y de paso se olvida de su autocrítica, porque apoyaba la idea de que nada se podía repartir sin crecimiento previo de la torta. Entre 1993 y 1999 el PBI (a precios corrientes) creció casi un 20%. Las ventas de las 200 más grandes empresas del país crecieron el 60% (a excepción de 1999), es decir que en ese período las ventas de esas empresas aumentaron más del 300% que el PBI, mientras que el salario promedio real caía en un 10% y si consideramos la evolución del salario Vis a Vis la del PBI entre esos años por cada punto porcentual que creció el producto, las remuneraciones medias de los asalariados bajaron un 0,5%; siendo clara la relación directa entre salarios y ganancias.
En la misma fecha de las declaraciones del presidente del Banco Mundial, su economista jefe Nick Stem dijo que la Argentina «superará, aunque dentro de bastante tiempo, la difícil situación por la que atraviesa»; pero los «popes» del FMI mejoraron el pronóstico y en su informe sobre «Perspectivas de la economía mundial» señalaban, antes que el economista del Banco Mundial, que la economía argentina atravesará «un proceso duro durante los próximos seis meses, pero sin temor a una crisis acumulativa», lo cual como ya hemos experimentado fue un pronóstico que nos llenó de esperanzas, pues la fecha coincidía con el fin del milenio. ¡Magnífico acontecimiento para despedir el siglo! Claro, ellos sabían que vendría el blindaje, los impuestos de Cavallo y la competitividad. Me imagino cómo hubieran reducido el tiempo de la recuperación económica si hubiesen previsto lo del megacanje, con la reducción de «Riesgo país» y el «estímulo y confianza para el ingreso de capitales» para la inversión productiva. Al hacer esas declaraciones, los economistas del FMI afirmaban y nos pedían que «hay que aguantar», y hemos aguantado. La pregunta a Mr. Wolfenshon es: ¿quiénes distribuyen mal en la Argentina? Y a los economistas del FMI, ¿quiénes deben aguantar y aguantan? A la primera pregunta, los que distribuyen mal son el Estado y el mercado. El Estado, porque recaudando la mayor parte a los que menos tienen, financia y subsidia directa o indirectamente a los que más tienen y, aun más, los enriquecen (como a las AFJP/bancos) y como se desfinancia, luego les pide prestado sus mismos recursos.
El debilitamiento del Estado en la Argentina (me refiero no sólo a la esfera económica, sino también a la social y política) no apuntó solamente a retirarle funciones de «Estado benefactor» o «Estado distribuidor» pregonado por Keynes, sino a la necesidad de los grupos económicos dominantes de insertar a nuestro país en el mercado mundializado y la apropiación del excedente a escala planetaria; para las transnacionales comenzando su demolición con el golpe fascista de 1976 y rematado en forma «democrática» por la subversión y conversión del menemismo (hoy ya sentados en los banquillos de acusados por corruptos), pero intentando separar las etapas de ese gobierno, para salvar al «mascarón de proa» que instrumentó el programa de extranjerización de la economía y las políticas que originaron la mayor desocupación, pobreza y exclusión social de millones de argentinos.
El otro mal distribuidor: el mercado, que controlado por los oligopolios y transnacionales está afuera del «ordenamiento competitivo» que genera ex-post la mediación en la producción nacional y mundial anarquizada, que sólo produce relaciones de clase, incrementando la pobreza, universalizándola. Las desigualdades humanas en cuanto al ingreso han entrado en los niveles anteriores a la Segunda Guerra Mundial y América Latina en este proceso marcha a la cabeza. Sólo en la Argentina hay más de 250.000 niños en edad escolar trabajando para poder mal comer.
Es una desfachatez hablar en los foros internacionales del crecimiento económico, ignorando el mapa de la pobreza y marginalidad, consecuencia de la apropiación más despiadada e injusta del trabajo humano en todas sus formas; pretendiendo además demostrar que tal enriquecimiento de minorías nace de la «genialidad» de los líderes de la «Nueva economía»; inyectando a los pueblos la droga más perniciosa: la resignación, la desesperanza o haciéndoles creer que todo estaría mejor si el Estado se retira totalmente de la economía, sin preocuparse por la distribución, ya que es al mercado a quien le corresponde la «mejor asignación de los recursos» (¿quién no recuerda los mensajes de Neustadt, Grondona, Hadad y Cía. por tevé?). Es el concepto de F. Hayek de respetar la «libertad negativa», es decir no puede obligarse a los individuos a hacer lo que no quieren (parece lógico y coherente), pero definida así la libertad, cada hombre puede vivir sin derechos políticos y puede también morirse libremente de hambre, sin por eso dejar de ser libre.
«El ámbito más virtuoso y excelente de esa libertad -ha dicho Hayek- es el mercado», marginando al Estado en su intervención, dejando hacer a los agentes económicos; lo que por supuesto cada día son más concentrados y sus decisiones nada tienen que ver ni con la acción pública de las mayorías y menos aún con sus necesidades, ni con sus libertades de hacer, de alimentarse, trabajar, participar democráticamente en las decisiones; las que corresponden al mercado por la lógica misma del orden a las cuales pertenecen. Todo esto ha tenido en los últimos lustros un impacto ideológico enorme y, desgraciadamente, la ideología dominante ha generado el pensamiento «sometido» de los «sometidos», dentro de un proceso real y dialéctico, que genera la reacción popular, que es en realidad la gran preocupación de la Unión Industrial Argentina. Y si alguien quiere saber ¿quiénes deben aguantar?, pueden remitirse al estudio de un informe estremecedor de la Consultora Equis («Página 12» del 3/6/2001 y «Río Negro» 4/6/2001). Sobre un total de 3.770.000 argentinos que se encuentran en la línea de indigencia (es decir no tienen para comer), el 41% son menores; el 14,3% de chicos hasta 15 años, un total de 1.618.171, son pobres y que esta cantidad creció en un 35% en los cinco últimos años; de ellos, 242.726 son bebés hasta dos años. La provincia de Buenos Aires concentra 477.355 indigentes, seguida por Formosa en porcentaje del 38,4% de esa población. Es un genocidio que crece… crece y hay que pararlo. Las reflexiones que hace Susana Mazza, en su excelente nota («R. Negro» 28/10/2000) sobre «Otras lágrimas y otro dolor» podrían aplicarse tanto a las preocupaciones de Mr. Wolfenshon como a las de la Unión Industrial Argentina.
Comentarios