Las víctimas de los curas abusadores se unen para pedir justicia

Los miembros de la red internacional para el Fin de los Abusos Clericales (ECA, por sus siglas en inglés) llevarán mañana sus reclamos de "mayor colaboración de la Santa Sede con la Justicia civil" a un encuentro que tendrán con los organizadores de la cumbre anti-pedofilia que hará el Vaticano de jueves a domingo.

«Tuve que convertirme en adulto a los 13 años», cuenta Marek, que fue agredido sexualmente por un cura en Polonia cuando era un niño. Después de una larga batalla judicial, su agresor fue «suspendido» durante tres años y condenado a «presentarle disculpas», algo que nunca hizo.


En junio pasado, junto a otras víctimas, Marek lanzó la organización «Ending Clerical Abuse» (ECA «Para poner fin a los abusos del clérigo»), una iniciativa pionera a nivel mundial que reúne a víctimas de 21 países y varios continentes.


Entre ellas, Jacques, que fue víctima de un cura en Suiza a los 14 años y luchó sin descanso para que la Iglesia católica reconociera la gravedad del abuso que sufrió.


También José Andrés Murillo que ayudó a denunciar a un influyente sacerdote que abusó de él, un escándalo que hizo temblar a toda la Iglesia chilena.

La vida de estos tres hombres cambió para siempre tras los abusos que sufrieron, pero tuvieron que esperar años para obtener ‘trozos’ de justicia, algo insoportable que los empujó a militar contra los abusos sexuales en la Iglesia en sus países y a crear ECA.


«Es un movimiento histórico (…) para hablar con una sola voz», dijo Peter Saunders, de 61 años, también agredido sexualmente a los 12 por dos curas jesuitas y que se ha convertido en una figura de la causa en Reino Unido.
«Durante años, la Iglesia católica se ha resistido a cualquier cambio, pero ha comenzado a ceder frente a la presión de las víctimas, los medios y la opinión pública», comentó este cofundador de ECA, cuyo hermano, quien murió a los 55 años tras caer en las drogas y el alcohol, fue víctima también de estos mismos curas.


Del 20 al 24 de febrero, esta organización celebrará en Roma una «contra-cumbre» después de que el papa Francisco convocara en el Vaticano a los presidentes de todas las Conferencias Episcopales para una cumbre, muy esperada en el mundo entero, sobre los abusos contra menores en la Iglesia.

Después de un 2018 marcado por revelaciones de agresiones sexuales en la Iglesia, el papa hizo varias declaraciones fuertes. Pero el combate de las víctimas contra el silencio, favorecido por siglos de autoridad moral de esta institución, sigue siendo muy complejo, denuncian las víctimas.


«O me suicidaba o lo denunciaba», cuenta Jacques, ahora de 70 años, que fue abusado sexualmente entre los 14 y 20 años. «Fue una larga lucha», añade este suizo que en 2009 terminó por salir del silencio para obtener «justicia».


Tuvieron que pasar cinco años para que los responsables de la congregación de su agresor «entendieran la gravedad» de su acto, y «reconocieran la responsabilidad moral de la institución». La curia tenía conocimiento de la inclinación pederasta del cura, incluso antes de su ordenación, afirma.
Desde Polonia, Marek Lisinski, cuenta que siempre «soñó» con crear una organización para «demostrar a las víctimas que no están solas».
Gracias a su combate, el vicario que abusó de él fue declarado culpable, pero la sanción pronunciada fue insuficiente en comparación a su vida, que fue «destruida».


Marek sufrió depresión, cayó en el alcoholismo, vivió un divorcio y tres tentativas de suicidio. Su agresor fue suspendido de su cargo tres años por un tribunal eclesiástico y se le ordenó presentar disculpas. Pero no dictó ninguna indemnización.


La fundación que creó en 2013 ha recibido unas 700 denuncias de víctimas de curas. «No pasa un día sin que una nueva víctima nos contacte, el más pequeño tiene 11 años», señala.


En Polonia, «la Iglesia ignora a las víctimas, no hace más que mover de una parroquia a otra a los autores de abusos», lamenta. «Oficialmente pide perdón (…) pero como institución, nunca ha reconocido su responsabilidad».


Para el chileno José Andrés Murillo, de 43 años, que en su país dirige la Fundación para la Confianza, dedicada a ayudar a víctimas de abusos, «es necesario que la justicia contemple un castigo o una sanción real, no sólo contra quienes cometieron el abuso sino también contra los que lo encubrieron».


Fernando Karadima, condenado en 2011 por el Vaticano como culpable de abusos sexuales a menores


Murillo ayudó a denunciar al influyente sacerdote católico Fernando Karadima, condenado en 2011 por el Vaticano como culpable de abusos sexuales a menores, provocando una revolución en la Iglesia local.
«Nuestra lucha es contra el abuso en la Iglesia y no contra la Iglesia. Para muchas personas la fe ha sido un factor de resiliencia para superar situaciones traumáticas, no sólo del abuso sexual, sino otras. Y la Iglesia no tiene derecho a transformar la fe en un espacio traumático, sino que tiene el deber de garantizarlo como un espacio de sanación y desarrollo», estimó Murillo.


«Un cura me violó cuando tenía 17 años», cuenta entre lágrimas Denise, una jamaicana ahora de 57. «Me dejó embarazada» y «me hizo abortar». «Después de eso, no pude tener hijos».


Pese a que Denise Buchanan luchó durante años y escribió cartas directamente al papa, su agresor nunca fue condenado. Cuarenta años después, sigue temblando de emoción cuando cuenta su dolorosa historia y su combate para que la Iglesia católica reconozca su estatuto de víctima.

Procedente de una familia modesta y muy religiosa de Kingston, cuenta cómo un cura que pertenecía a la Congregación de la Pasión, también denominados pasionistas, abusó de ella.

«Ese día fue como si algo murió dentro de mí. Tenía 17 años y estaba embarazada (…) estaba destrozada».

Denise Buchanan



El sacerdote organizó un aborto clandestino. Denise no dijo nada a sus padres por «vergüenza» pero también por miedo. «Pensaba en el deshonor que traería a mi familia», admite.


Pero los abusos siguieron. El cura le dijo que la «amaba» y le pidió que tomara anticonceptivos. «Obedecí como un robot; venía a mi habitación en la universidad para tener relaciones sexuales (…) o me hacía ir al presbiterio de la iglesia». «Ya nada me importaba», afirma esta mujer, que se sentía completamente sola.


A los 21 años volvió a quedarse embarazada. «Me dijo que lo que más quería en el mundo era seguir siendo cura». Denise se sometió entonces a un segundo aborto en una «clínica clandestina». Después de eso nunca pudo tener hijos.


Apenas pudo, Denise huyó de ese infierno. A los 25 años obtuvo una visa para estudiar en Canadá. Allí conoció a un hombre con quien se casó cinco años después. Pero la pareja terminó por separarse. «Tengo la impresión de haber destruido la relación a causa de toda la ira y miedo que tenía dentro», admite.


Denise vive ahora en California, Estados Unidos, donde es profesora universitaria y psiconeuróloga. Después de años de terapia para «recuperar su identidad y autoestima», decidió escribir su historia en un libro («Sins of the Father» -Pecados del padre-, 2013).
Cada mes, durante un año y medio, cuenta que envió al Vaticano una carta, acompañada de su libro.

En 2016 terminó por recibir una carta de la arquidiócesis de Los Ángeles, que afirmaba estar «profundamente entristecida» por su historia. «El Santo Padre ora regularmente por las víctimas de abusos y lo mantendrá en sus oraciones», señalaba la misiva.


Pero en cuanto a su petición de que el sacerdote fuera removido de su cargo, la única respuesta que obtuvo es que era ella quien debía «recabar las pruebas» para iniciar el proceso.


«Furiosa» de que le propusieran «oraciones en lugar de una verdadera ayuda», Denise decidió presentar una demanda contra el sacerdote. En noviembre de 2017, durante una reunión en Jamaica entre Denise, el actual arzobispo de Jamaica, abogados y el cura en cuestión, éste «admitió que tuvo relaciones sexuales conmigo y que me dejó embarazada, pero negó haberme violado y organizado un aborto», cuenta Denise.


Debido a la legislación en vigor en ese país, si ella demanda al sacerdote por haberla obligado a abortar, es ella y el médico quienes corren el riesgo de ser arrestados.


«Tenemos a Bob Marley, al reggae (…) pero en realidad Jamaica es un país muy cristiano, no hablamos de nuestras experiencias sexuales ni del sexo fuera del matrimonio», comenta.
Su abogado envió recientemente una carta a la arquidiócesis «para exigir una compensación por los daños emocionales, físicos y espirituales».


«La carta ha quedado sin respuesta», dice Denise, que teme que el sacerdote pueda haber hecho otras víctimas. «A lo largo de los años, ha sido trasladado de parroquia en parroquia», suspira.
Desde su encuentro con él en 2017, el cura «abandonó su última parroquia». «Nadie sabe dónde está».


Denise sigue su combate dentro de la organización «Ending Clerical Abuse» (ECA -«Para poner fin a los abusos del clérigo»), una iniciativa pionera a nivel mundial que reúne a víctimas de 21 países diferentes, que luchan contra los crímenes sexuales en el seno de la Iglesia católica.


«Es una oportunidad para ayudar a otras víctimas a expresarse y a actuar, para que ningún niño tenga que soportar lo que yo he soportado», dijo.


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