«La hermana»: el retrato de Martha Pelloni, la monja que sonríe
La periodista Liliana Viola ganó el premio Anagrama de crónica con “La hermana”, un original perfil de la monja Martha Pelloni que va mucho más allá del caso María Soledad.
Martha Pelloni es mucho más que la monja que encabezó las marchas del silencio en Catamarca y que se hizo popular por su búsqueda de justicia en el crimen de María Soledad, la estudiante violada, drogada y asesinada por los hijos del poder, hace ya 35 años. La historia de Pelloni pudo haber empezado ahí, cuando una de las alumnas de su colegio apareció muerta y cuando aprendió “las tretas del débil”: convertir la desventaja en resistencia para enfrentarse a una fuerza completamente desigual.
“Los femicidios no suelen aparecer en los libros de historia. Sin embargo, este sí. Un gobierno feudal no cae por la muerte de una niña y las agallas de una monjita. Esta vez sí. (…) El 23 de febrero de 2025 Martha Pelloni cumplió ochenta y cuatro años, y se puede afirmar que lleva corridos más riesgos y aventuras que cualquier héroe de ficción. Me mira con una sonrisa. Dice que le pregunte lo que quiera, que ella va a responder a todo. Yo no creo que vaya a ser tan sencillo. Martha Pelloni es un misterio. ¿Una excepción? Una monja”.
Así la presenta la periodista Liliana Viola en las primeras páginas del libro “La hermana”, que ganó el premio Anagrama Crónica Fundación Giangiacomo Feltrinelli, con un jurado que integraron Martín Caparrós y Leila Guerriero.

En prácticamente todas las imágenes que hay de ella, Martha Pelloni sonríe. Dice que lo hace porque aprendió de Santa Teresa de Avila una frase que sigue a rajatabla: “Monja triste es triste monja”. Sonríe cuando Liliana Viola le hace preguntas como: “¿Usted se enamoró de Jesús?”, o “¿Nunca pasó nada equívoco con un sacerdote, con una religiosa? ¿No sintió atracción?”, o esta otra, cuando Pelloni le cuenta que le hubiera encantado ser pianista pero se dio cuenta de que no tenía aptitud: “¿La vocación de ser religiosa surge a partir de una frustración?”. Sonríe y contesta cada pregunta. Todas.
Pero “La hermana” no es una larga conversación. Es un perfil muy original en el que Viola admite sus limitaciones desde el principio: “no soy una periodista de territorio, no salgo de casa por casi nada. He llegado a pensar, comparándome con los nombres que hicieron resucitar la crónica latinoamericana en los noventa, que dada mi resistencia a hablar con la gente o acercarme al lugar de los hechos ni siquiera soy una cronista (…) Soy una cronista de escritorio, si es que eso existe”, escribe Viola, que durante muchos años fue la editora del suplemento “Soy”, de Página/12, y que escribió la biografía de Aurora Venturini y también la de Alberto Migré, el rey de las telenovelas.
El efecto de esa honestidad opera como un bálsamo. A una escena simpática, le sigue un mazazo. Como cuando cuenta las injusticias y horrores que denunció Pelloni: el rito satánico en el que murieron bebés que eran vendidos para esos actos macabros; las muertes de niños por pisar aguas contaminadas con agrotóxicos, los casos de trata, los de corrupción enquistada. La última marcha que encabezó Pelloni, que desde 2017 reside en Santos Lugares, provincia de Buenos Aires, fue por Loan, el niño de cinco años desaparecido en Corrientes el 13 de junio de 2024.
La monja sonriente contra todos los horrores. En algunos hubo justicia. En otros, como el de Loan, no.
“La verdad, es que yo soy así. Y hay otra razón: la estrategia. Me encontré con una serie de hechos tremebundos, morbosos, que me costaban mucho, que quería narrar, pero por años me vi imposibilitada de hacerlo. Me dije:acá tengo una bomba, algo que me quema en las manos, algo que a los lectores les va a interesar, pero que es política y humanamente tremendo. Había leído en el año 2015 dos libros sobre la hermana Pelloni, uno se llama “Pecados Capitales y el otro “Infancia robada”, que era como una larga entrevista donde ella contaba casi todos los casos que cuento en el libro y era algo imposible de leer. Ella ha intervenido en cientos de casos que aparecen en diversos diarios y que no son leídos con el asombro y la reacción que merecen. Entonces, mi incorporación en el libro fue algo voluntario, para airear, para permitirme, en lugar de entrar en el hecho, entrar en la reflexión sobre el hecho. Y también para no convertirme -que eso sí me preocuparía mucho- en una iluminada que descubre todo esto y quiere decirle a la sociedad: presten atención. Me pareció más genuino mostrarme como alguien que no ha prestado demasiada atención. Por eso, elegí casos que no tuvieron solución, pero otros que sí, que demuestran la eficacia de una lucha. Me pareció importante mostrar que si la gente trabaja, las cosas se consiguen», dice Viola sobre el modo en el que aparece en el libro.

-¿Cuándo dijiste, es Marta Pelloni, voy a ir por Marta Pelloni?
-Cuando vi las bases del concurso, sinceramente. En las bases había un requerimiento de que hubiera una desviación de la crónica tradicional. Entonces, eso es lo que me dio la idea de mi incorporación al relato. Dije,entonces voy a decir la verdad, porque antes me preocupaba esto de estar citando otros periodistas. ¿Cómo hacer para que el libro no sea un refrito? Y para que no sea un refrito tenía que poner la primera persona y ta,bién para poder poner las desviaciones. Por ejemplo, la asociación entre la marcha de silencio y el grito del Sapucay. ¿Y cómo hacerlo sin levantar el dedo o sin poner teoría? Me pareció entonces que ese pedido que estaba en la lista de las bases del concurso, era un permiso para ser sincera.
– Y cuánto tiempo te llevó?
-Dos meses.
-¿Dos meses? ¡qué velocidad!
-La escritura sí. Pero yo no soy así. No sé qué pasó. Mi gran problema en el periodismo, cuando trabajaba en Página 12, era que yo era una negada, jamás pude hacer una nota de un día para otro.
No soy una periodista de actualidad. Voy atrás, vuelvo a corregir, me parece que no me sale, me sale, no me sale. Me parece que esto estuvo también relacionado con el anonimato. Dije, lo mando, no voy a ganar. No conozco a Martín Caparrós ni a Leila Guerriero, ellos no me conocen a mí, ¿qué van a decir? ¿Qué porquería es esto? Pensaba que lo podía ganar, pero también pensaba si va a la basura nadie va a decir qué tonta que soy.
-¿Con qué te encontraste cuando hablaste con ella?
-No creo haber podido sacarle una verdad que no esté en las entrevistas de otros colegas. Eso, de algún modo, me defraudó. Si bien ella no pone ningún límite, y podés preguntarle lo que quieras – no te pregunta quién sos cuando la vas a entrevistar y no pide leer lo que estás escribiendo-, más allá de esa actitud y de esa sonrisa, siento que siempre hay un velo, hay un hábito o hay algo que no es tan posible de entender.
-Aún teniendo muchos reparos con la Iglesia -vos lo contás en el libro-, ¿te resultó una persona admirable?
-No fui con admiración. Fui como periodista hambrienta, curiosa. Me parece que al hacer biografías, como la que hice de Migré, a quien no conocí, o la de Aurora Venturini a quien sí conocí aunque la escribí cuando ya estaba muerta, cuando uno se mete con la vida de alguien, termina un poco enamorada de esa persona o con alguna tendencia a la afectividad. No me pasó cuando la entrevistaba; en todo caso me pasó ahora, supongo que también le agradezco que gané el premio. Pero no, no es desde la admiración. Diría que incluso es desde el prejuicio, porque mi visión de la iglesia, en relación a un montón de cosas -a las mujeres, a la invención de esta figura que es la ideología de género, que tan mal nos está haciendo por fuera de la Iglesia, con este gobierno actual sobre todo- es la de un poder complejo con muchas cosas muy oscuras. Y ella tiene hábito, y es realmente una monja que pertenece a la iglesia. Pero, con todos los reparos que yo tengo con la Iglesia, ella sí hace un montón de cosas que la iglesia prometió que iba a hacer: la idea de misericordia, caridad, piedad, respeto al otro, son cosas que me parecen valiosísimas. Y esta señora las cumple. Entonces, no sé si es admiración, pero me pareció que era mi protagonista.
El amor en tres tiempos y versiones
-Aunque en el centro del libro están Pelloni y el caso María Soledad, la crónica irradia hacia muchos lugares: hacia su historia familiar, como hija de un militar que le pide que antes de ir al convento salga, se divierta, que se tome un año; hacia la violencia de género, hacia la dictadura, hacia Malvinas…
-Tenía 300 páginas del archivo que siempre fui guardando. Datos. Cuando me senté a escribir el libro, hay cosas que me saltaban naturalmente. Por ejemplo, cuando el fiscal Gustavo Taranto, del segundo juicio del caso María Soledad, repite, muy poéticamente, el concepto forense del cuerpo parlante:“María Soledad dice me violaron, y yo le creo; dice me drogaron, y yo le creo”. Bueno, esa repetición de “yo le creo”, dicha en los 90, dicha por un hombre, que es lo que termina por meter presos al menos a dos culpables, a mí me daba el pie para asociarlo con el “Yo te creo, hermana” tan vapuleado hoy. Mi trabajo, fue buscar la transversalidad sobre los materiales que tenía.
Dentro de esa tranversalidad, hay una escena que va de lo gracioso a lo emotivo en pocas páginas. A Martha Pelloni, en los pueblos del litoral la conocen como “la monja sapucai”. Para Viola -periodista de escritorio- explicar el término era un desvelo. Lo resuleve aprovechando el viaje de una amiga a los Esteros del Iberá. Le pide que ella sea la que averigua lo que es un sapuca, cómo suena. Pero lo que comienza de un modo desopilante termina con una escena del general Martín Balza agradeciendo a los soldaditos del litoral y llrando: “Los sapucais de ustedes por la noche mientras hacíamos fuego nosotros y lo recibíamos de los británicos no los voy a olvidar nunca, los tengo en mis oídos hasta el día que muera”.
-De escritorio o de territorio, ¿qué pensás del periodismo día de hoy?
-Por un lado, hay algo que es la caída de los medios y el aprovechamiento de algunos propietarios para la destrucción del trabajo periodístico a todo nivel. Toda la secuencia está destruida y no por una inteligencia artificial, sino por un desprecio completo. A eso hay que sumarle los otros medios que van saliendo, el streaming, YouTube y todas esas cosas a los que no estoy necesariamente culpando, pero son formatos donde no hay un trabajo con el cuidado del texto, del lenguaje, de qué se dice, por qué se dice. Después tenemos una camada -para usar un término popular- de periodistas ensobrados, que es claro que dicen las cosas y marcan opinión según el dinero que reciban o el departamento regalado, más asociados al poder. Me parece que esa es la imagen del periodismo contemporáneo. Y me parece que a los que no estamos ensobrados o a los que nos interesa otra cosa, este mileiato nos ha sumido en una suerte de silencio, de estupor, de esto lo digo, o mejor no lo digo porque si lo publico en redes me van a matar. O ¿para qué lo digo si solo lo va a leer mi círculo? Me parece que esto último es hiper peligroso. Creo que en un punto este libro es un modo de salir disparando para otro lado, disparando para algo que no literalmente responde a la agenda que nos propone este universo. Algo que me permite hablar de la relación que había entre los 90 a los que nos están prometiendo volver a eso y la lucha de las mujeres que no es solo la de la última década, sino que viene de siempre.
Martha Pelloni es mucho más que la monja que encabezó las marchas del silencio en Catamarca y que se hizo popular por su búsqueda de justicia en el crimen de María Soledad, la estudiante violada, drogada y asesinada por los hijos del poder, hace ya 35 años. La historia de Pelloni pudo haber empezado ahí, cuando una de las alumnas de su colegio apareció muerta y cuando aprendió “las tretas del débil”: convertir la desventaja en resistencia para enfrentarse a una fuerza completamente desigual.
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