Literatura y naturaleza, entre la armonía, la obsesión y la amenaza

Nueve libros que abordan la naturaleza como archivo afectivo, como compañía, como amenaza y como obsesión. La literatura se pregunta por ese vínculo vital, cada vez más deñado.

En el documental “El amo del jardín”, Fernando Krapp retrata la vida y el trabajo de Yasuo Inomata, el paisajista japonés que diseñó algunos de los espacios más emblemáticos de la Argentina, como el Jardín Japonés, de Palermo. El documental, gestado durante seis años, no es sólo un acercamiento al paisajista sino también una meditación sobre el tiempo, la paciencia y el vínculo con el entorno.


Inomata, formado en la Universidad de Agricultura de Tokio, llegó a Escobar en 1966 y convirtió su oficio en una práctica silenciosa y persistente. En el film, Krapp lo acompaña en su rutina: un asado de salmón, visitas a viveros, la revisión de planos y fotos antiguas. En el diseño del Jardín japonés, cada piedra debe tener una relación con quien la coloca en su lugar, cada árbol trasplantado guarda una historia. La técnica de tarumaki -que permite mover árboles centenarios sin dañar sus raíces- se vuelve metáfora de respeto y memoria.


Lo que muestra el documental -ese cuidado minucioso, ese vínculo silencioso entre cuerpo y entorno- podría pensarse también como el gesto de ciertas escrituras que se acercan a la naturaleza. En tiempos de crisis ecológica, ruido urbano y aceleración digital, hay libros que salen a explorar la naturaleza -el jardín, el llano, el pantano, el bosque, el desierto- no como espectadores admirados sino en busca de una memoria, del reflejo de lo que somos, y de una relación muchas veces rota. Del otro lado, la naturaleza nunca es pasiva. A veces es espejo. A veces es amenazadora.


Hay libros, como el “Orquideísta”, de Vidya Narine, publicado por Las Afueras y que llegará este año a las librerías, en el que la flor se convierte en símbolo de lo exótico e inasible. El protagonista, Sylvain, un florista parisino, se obsesiona con las orquídeas, esas plantas que han sido objeto de saqueo, deseo y clasificación científica. La novela entrelaza historia botánica con el colonialismo, la transmisión familiar y la fragilidad de lo vivo y propone al lector una reflexión sobre nuestro frenético estilo de vida, marcado por el consumo excesivo y alejado de lo vivo.


En otros libro, la naturaleza es archivo afectivo, como en “El tercer paraíso”, del periodista Cristian Alarcón, la novela con la que el periodista ganó el premio Alfaguara de Novela 2022. Durante el confinamiento, el protagonista se retira a una cabaña en las afueras de Buenos Aires y cultiva un jardín. Allí conviven dalias, recuerdos de infancia, duelos y lecturas botánicas, desde los primeros botánicos y exploradores, como Alexander Von Humboldt, Carlos Linneo o Cayo Plinio, o los paisajistas Gilles Clement y Gerturde Jekyll, que comienzan a nombrar el mundo desde su raíz.

El jardín se transforma en una suerte de ejercicio de la memoria. El libro de Alarcón indaga en su propia vida, aunque nunca lo aclare, y en la posibilidad de la reparación. La historia, que recorre su infancia en su Chile natal, se unirá a la del hoy y ahora porque aquel niño, marcado sobre todo por la abuela y la madre, es el narrador. Y esa historia estará poblada por algunos jardines que vuelven omo recuerdo, pero también por algunas violencias puertas adentro, por una sexualidad que se define contra los deseos maternos; por una dictadura que los hará emigrar a la Argentina, más precisamente al Alto Valle de Río Negro. Y aunque abra y cierre con un entierro, apela a la esperanza, al amor, y a ese paraíso que, en definitiva, nos salva.


En “Los llanos”, la primera novela de Federico Falco, que resultó finalista del Premio Herralde de Novela, el paisaje rural se impone como analogía del territorio del lenguaje para explorar el paso del tiempo y la soledad, en la voz de un narrador que se instala en el campo después de una separación para reencontrarse consigo mismo y reconstruir hilos de su infancia, mientras ve crecer, despedazarse y volver a brotar la huerta que siembra sin suerte.

A medida que hortalizas, raíces y hojas verdes asoman, se infectan, mueren o ni siquiera atisban sospecha de haber sido sembradas, este narrador reflexiona sobre la ruptura del amor y ese punto que intempestivamente define una historia amorosa, a la vez que cruza recuerdos de su infancia, narra sus días en el campo y experimenta el duelo. “Un cuerpo apenado, ¿cómo se escribe?”, se pregunta el protagonista en primera persona.

***


La naturaleza, o la belleza de algunas flores, pueden desatar la obsesión. Eso aparece en “El ladrón de orquídeas”, de Susan Orlean. Crónica real sobre John Laroche, el coleccionista excéntrico que roba orquídeas raras en los pantanos de Florida, el libro explora la ambigüedad legal, la historia del “orquidelirio” victoriano y la fascinación por lo vivo.

La flor se vuelve objeto de tráfico, de codicia, de deseo. Orlean escribe con precisión y humor, y convierte la botánica en thriller. La naturaleza, aquí, es zona de tensión: entre lo legal y lo ilegal, entre lo bello y lo monstruoso, entre lo cultivado y lo salvaje.


La naturaleza como refugio y enseñanza



En “Mi abandono”, de Peter Rock, el bosque es refugio y amenaza. La historia está basada en un hecho real. Durante muchos años, el autor se obsesionó con una noticia publicada en 2004 en el diario de Portland, donde vive. El caso fue conocido: las autoridades encontraron a un padre y su hija viviendo en una cueva de Forest Park. Los detuvieron, les hicieron entrevistas, y se sorprendieron al comprobar que no sólo estaban bien de salud sino que la educación que el padre le había dado a la hija superaba a la de los chicos de su edad. Y, como suele ocurrir, les dieron trabajo, una casa y trataron de “reinsertarlos”. Al poco tiempo, ambos desaparecieron y nunca más se supo de ellos.

Lo que hace Peter Rock, que aclara desde el principio que se “inspiró en hechos reales” pero que todo es obra de su imaginación, es contar lo que supone que ocurrió antes y después de aquella situación. El autor elige que sea Caroline (la niña) la que a través de un diario que lleva nos cuente lo que al principio parece la maravillosa aventura de vivir en y a través de la naturaleza, pero que luego de que son descubiertos, comienza a corromperse.


Otra autora que explora la naturaleza desde la escritura es la poeta, novelista y memorialista estadounidense May Sarton. “Anhelo de raíces”, una bellísima edición de Gallo Nero, con traducción de Mercedes Fernández Cuesta, no es solo un libro sobre su mudanza a una destartalada casa de campo y sobre el jardín que aprendió a sembrar y regar, sino una indagación sobre el tiempo, sobre lo que cada uno hace con lo que hereda, y de qué manera lo transforma.

Es también un libro sobre los aprendizajes. Porque allí, en ese pueblito pequeño al que se muda, May Sarton también aprende a armar una comunidad, a querer y añorar a los que están cerca y a los que no; a entender que la naturaleza enseña calladamente sobre ritmos, fortalezas, debilidades y también lo inevitable. Aprende a anhelar pero también a echar raíces.


Literatura y naturaleza: perderse en el desierto



Rebecca Solnit, en “Una guía sobre el arte de perderse”, propone otro tipo de relación con el paisaje: extraviarse como método. El ensayo autobiográfico recorre desiertos, montañas, memorias familiares y especies extintas. La naturaleza aparece como territorio incierto, donde lo perdido -una tortuga, un color, una historia- revela formas de estar en el mundo. Solnit escribe desde la deriva. La caminata, el silencio se convierten en formas de conocimiento.


Y en el fondo de todo este coro, resuena la voz de Henry David Thoreau. Sus diarios de observación minuciosa, por ejemplo “Primavera”, su defensa de la vida simple, siguen siendo una referencia estética y política. Thoreau no escribe sobre la naturaleza: escribe con ella, contra el mercado, contra el ruido, contra la domesticación de lo vivo.


Salvaje y aterradora



Hay también, miradas más salvajes. En “El cielo de la selva” (2024, Elefanta Editorial), la cubana Elaine Vilar Madruga propone una naturaleza que exige. En las ruinas de una hacienda ya no hay bonanza ni plantaciones, sin o una casona sin ínfulas productivas que parece un templo dedicado a un dios terrible: la selva. Es ella quien exige sacrificios humanos, niños entregados por los pobladores con una docilidad brutal, como si el exterminio fuera parte de su rutina.


La naturaleza, dicen todos estos libros , cada cual a su modo, no es un decorado bucólico, no es telón de fondo. Puede ser refugio, pregunta, memoria, deseo obsesivo, enseñanza. A veces es paciente y consuela, a veces, también, se vuelve aterradora.


En el documental “El amo del jardín”, Fernando Krapp retrata la vida y el trabajo de Yasuo Inomata, el paisajista japonés que diseñó algunos de los espacios más emblemáticos de la Argentina, como el Jardín Japonés, de Palermo. El documental, gestado durante seis años, no es sólo un acercamiento al paisajista sino también una meditación sobre el tiempo, la paciencia y el vínculo con el entorno.

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora