Leyes al por mayor

La actitud de los diputados aliancistas en la Legislatura porteña distó mucho del respeto a la voluntad popular.

Por razones que pocos entienden muy bien, a nuestros legisladores siempre les ha encantado dejar todo hasta el último momento para el día final celebrar un período de sesiones aprobando cuanto proyecto de ley aparezca, de suerte que no sorprendió a nadie que, en vísperas de perder la Alianza su mayoría automática en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, los porteños hayan recibido aproximadamente 150 nuevas leyes, muchas de las cuales incidirán en su vida personal. Aunque los jefes del bloque oficialista juraron que «el 80 por ciento de los proyectos» que se aprobaron había sido debidamente debatido por los diputados – lo cual supondría que una treintena, casi nada, habrá sido ratificada a ciegas -, los más darán por descontado que en cuanto los interesados tengan una oportunidad para examinar el contenido del «paquetazo» descubrirán muchas curiosidades, mientras que incluso algunas leyes que a primera vista parecen sensatas se verán viciadas por suficientes desprolijidades como para mantener ocupados durante mucho tiempo a miles de abogados. Por cierto, no sería la primera vez que esto habría ocurrido: en la raíz de muchos escándalos están leyes pésimamente redactadas que fueron aprobadas entre gallos y medianoche por legisladores deseosos de concluir sus labores cuanto antes. Además, en el caso de la Legislatura porteña la impresión de caos, o sea, de irresponsabilidad generalizada, ya se había visto intensificada por las esporádicas irrupciones de municipales cesanteados al parecer resueltos a mostrar que sobraban motivos para despedirlos, razón por la cual los legisladores deberían haber hecho un esfuerzo especial por hacer pensar que ellos mismos no tuvieron nada que ver con los desmanes protagonizados por los gremialistas.

Puede que estas sesiones emocionantes de fin de curso ya sean tradicionales en el país – la cámara de Diputados nacional suele organizarlas a intervalos regulares -, pero además de dar pie a legislación que sólo sirve para frenar el desarrollo del país, no contribuyen en absoluto a estimular la confianza de la ciudadanía en la sabiduría de sus representantes. Por el contrario, los espectáculos ruidosos así brindados sirven más que nada para desprestigiar a la política como tal y para convencer a la gente de que el viejo Concejo Deliberante se las ha ingeniado para sobrevivir a todos los intentos de reemplazarlo por otro cuerpo menos indigno. Puesto que el desprestigio de la clase política es motivo de preocupación en todo el país porque plantea un riesgo a la salud del orden democrático, es deber de los legisladores porteños hacer cuanto puedan para convencer a la ciudadanía de que las quejas amargas por su desempeño que están formulándose a lo ancho y lo largo del país no tienen justificación alguna.

En esta ocasión, el apuro de los legisladores no se debió a la proximidad de las vacaciones sino al hecho de que la Capital dejaba de ser un reducto aliancista: hasta el 5 de agosto el oficialismo contó con una mayoría cómoda que le permitió gobernar sin tener que preocuparse por los reparos opositores, pero en las elecciones últimas perdió tantos escaños que en adelante dependerá de la buena voluntad ya de los cavallistas, ya de una variedad heterogénea de diputados caracterizados como de «izquierda». En otras palabras, la Alianza decidió desconocer los resultados electorales más recientes, los cuales indicaban que a pesar de haber votado en favor de Aníbal Ibarra como «jefe de Gobierno» de su ciudad los porteños no querían continuar habitando un feudo frepasista-radical. Huelga decir que la actitud de los diputados aliancistas, tanto los salientes como aquellos que seguirán ocupando sus bancas en una Legislatura que parece destinada a adquirir una imagen similar a aquella del Concejo Deliberante, distó de reflejar el respeto por la voluntad popular. Después de todo, es razonable suponer que el motivo básico de la premura de los legisladores que se iban consistía precisamente en la conciencia de que sus sucesores, los cuales son por definición más representativos que ellos, ya rechazarían por completo los proyectos planteados, ya insistirían en modificarlos.


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