Lo de siempre

¿Será Duhalde el político capaz de romper con un pasado plagado de ilusiones o será otro que, tras su mandato, sea vilipendiado por "inepto" y "corrupto"?

En nuestro país, es habitual que un nuevo gobierno empiece su gestión criticando con ferocidad lo hecho por los «ineptos» y «corruptos» que lo antecedieron en el poder, dando a entender que su propio trabajo se distinguirá por la eficacia y los funcionarios por su honestidad. También lo es que el flamante mandatario convoque a «todos los sectores» a un «diálogo amplio» porque, nos dice, si no trabajamos juntos nadie se salvará. Y, puesto que a partir de los primeros años del siglo pasado la «herencia» suele ser desastrosa, muchos toman en serio el planteo así supuesto con la esperanza de que por fin el país tenga un gobierno capaz de poner fin a la decadencia hasta que, andando el tiempo, se dan cuenta de que las nuevas autoridades se asemejan demasiado a las recién caídas en desgracia para entonces dedicarse a frustrar todas sus iniciativas. Según parece, la ineptitud y corrupción no son características de políticos determinados que por una serie interminable de casualidades nefastas han logrado apoderarse del Poder Ejecutivo, sino de la clase política como tal, de ahí su desprestigio colectivo.

¿Será distinto en esta ocasión? ¿Será Eduardo Duhalde el político profesional que logre romper con un pasado plagado de ilusiones o será meramente otro que, una vez que haya terminado su mandato, sea vilipendiado por su ineptitud y su corrupción? Mientras el gobierno que encabeza no produzca aquel plan «coherente» que le están reclamando desde el exterior y que la ciudadanía espera con una mezcla de impaciencia y temor, será difícil saberlo, pero sus pasos iniciales no han brindado muchos motivos para el optimismo. A pesar de verse frente a una situación sin precedentes, ha brindado la impresión de querer atrincherarse en el peronismo de antes, reforzando de esta manera la imagen de populista irremediable que tanta preocupación está provocando en los países cuya solidaridad más necesitamos. Puede que las señales hayan sido mal interpretadas, que Duhalde realmente esté en condiciones de superar los muchos obstáculos en el camino, pero el que tantos lo duden es de por sí un problema auténtico.

Aunque en el curso de aquella alocución televisada que pronunció flanqueado por un obispo y un representante de las Naciones Unidas desde la Iglesia de Santa Catalina de Siena, de la Capital Federal, Duhalde dijo «tener la ambición de poder convocar a todos los argentinos» a la tarea «seria y disciplinada» que les espera, dejó en claro que no le interesa en absoluto la eventual colaboración de los menemistas «corruptos», delarruistas «ineptos» o, es de suponer, de los vinculados de algún modo con las finanzas. Si bien es necesario que un gobierno cuente con algunos enemigos, a Duhalde le convendría no contribuir a formar un frente opositor que sea tan fuerte que podría jaquear buena parte de sus iniciativas. Por cierto, de difundirse la idea de que el presidente designado se haya propuesto reanudar la «lucha contra el capital» tan cara al peronismo tradicional en nombre de la corporación política conformada por el PJ bonaerense y la UCR más la Iglesia Católica, no extrañaría que los capitalistas que hoy en día dominan el mundo optaran por boicotearnos, eliminando de este modo cualquier posibilidad de que la economía se recupere en el futuro previsible.

Por razones tácticas, todos los gobiernos tienen que hablar de «concertación» y hacer gala de su voluntad de escuchar con respeto todas las opiniones, pero esto no significa que el «diálogo» sea un sustituto válido para una estrategia propia ni que sea razonable prever que de los encuentros celebrados con la CGT, los obispos y diversas organizaciones empresarias pueda surgir una estrategia viable. A menos que el gobierno mismo tenga un proyecto claro, los participantes de las reuniones se limitarán a aprovechar la oportunidad para defender sus intereses propios e incluso personales. Lo harán aun cuando el país ya se haya «derrumbado»: para la inmensa mayoría de los habitantes de la Argentina, lo que ha ocurrido últimamente constituye una catástrofe sin atenuantes, pero para una minoría que comprende a la clase de «dirigente» sectorial que siempre encuentra un lugar de privilegio en todas las mesas de concertación, ha resultado ser un golpe de suerte.


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