Los libros que hicieron a Hitler
Ryback bucea en la biblioteca del dictador para descubrir si esas lecturas lo modelaron.
Los títulos que tuvieron importancia emocional o intelectual para Hitler forman parte del estudio.
El historiador y periodista norteamericano Timothy W. Ryback bucea en las bibliotecas de Hitler en una investigación orientada a descubrir el impacto que tuvieron distintos libros en su vida y cómo determinadas lecturas fueron moldeando su destructiva ideología. El prefacio de “Los libros del Gran dictador”, recién publicado por Destino, da cuenta que Hitler “cuando murió a los 56 poseía una biblioteca estimada en mil seiscientos volúmenes”. En su investigación, Ryback descubrió que la biblioteca representaba para el dictador “una suerte de fuente pieria –la fuente metafórica del saber y la inspiración–, en cuyas aguas ahogó sus inseguridades intelectuales y alimentó sus ambiciones fanáticas”. Entre los grandes libros de la literatura universal, situaba a “Don Quijote” (“reflejaba ‘con ingenio’ el final de una época”), “Robinson Crusoe” (donde veía “la evolución de toda la humanidad”), “y tenía ediciones ilustradas de ambos libros”. También en el estudio del segundo piso de su retiro alpino del Obsersalzberg guardaba las obras completas de Shakespeare publicadas en versión alemana por Georg Müller en 1925, encuadernadas en cuero marroquí artesanal, con el lomo “en un estampado dorado de un águila flanqueada por las iniciales A. H.”. “Consideraba que Shakespeare era superior a Goethe y a Schiller, ya que la imaginación del inglés se había alimentado de las fuerzas proteicas del incipiente Imperio británico, mientras que los dos dramaturgos teutónicos habían malbaratado su talento en historias que trataban de crisis personales y rivalidades entre hermanos”, puntualiza el investigador norteamericano. Ryback menciona la predilección de Hitler por “Julio César” y en un cuaderno de notas de 1926 “dibujó una detallada escenografía para el primer acto de la tragedia shakespeariana, con siniestras fachadas que cercaban el foro en el que César es asesinado”. Entre sus favoritos figuraba una traducción alemana del tratado antisemita de Henry Ford, “El judío internacional: El principal problema del mundo” y un manual de 1931 “acerca del gas venenoso, en uno de cuyos capítulos se detallaban los efectos del ácido cianhídrico, el asfixiante usado en los campos de concentración y comercializado como Zyklon B. En la Biblioteca del Congreso en Washington, en la sección de libros raros, se apilan aquellos que Hitler tenía en sus residencias de Munich, Berlín y el Obersalzberg. “La lógica emocional que antaño inervó esta colección –Hitler revolvía los libros sin cesar e insistía en devolverlos él mismo a los estantes– quedó destruida”, analiza Ryback. El estudioso menciona que en 2001, cuando examinó por primera vez los libros de Hitler, descubrió que habían catalogado menos de la mitad y que en el catálogo electrónico de la biblioteca del Congreso “sólo podían encontrarse doscientos libros”. En la Universidad de Brown, en Providence, Ryback halló otros 80 libros pertenecientes al dictador entre los que estaba un ejemplar del “Mein Kampf”, provisto del ex libris de Hitler, un análisis del “Parsifal” de Wagner (1913), una historia de la esvástica de 1921 y media docena de libros consagrados a las ciencias ocultas, el espiritismo y una monografía de Nostradamus. Hitler, cuenta el investigador, “subrayaba palabras y frases, señalaba párrafos enteros, escribía un signo de exclamación en algún punto, un signo de interrogación en otro y con bastante frecuencia trazaba una serie de líneas paralelas junto al texto que quería destacar”. A lo largo del libro, el autor ha seleccionado aquellos títulos “que tuvieron importancia emocional o intelectual para Hitler, los que ocuparon su pensamiento en momentos íntimos y determinaron sus palabras y acciones últimas”. En un ajustado itinerario, que contiene algunas ilustraciones, desfilan sus lecturas del frente, la obra de teatro Peer Gynt de Ibsen con una dedicatoria personal de Dietrich Eckart, quien ejerció una gran influencia sobre Hitler; “Mi despertar político”, de Antón Drexler, antisemita furioso; “La muerte de la gran raza o la base racial de la historia europea”, de Madison Grant. Como sugiere el título de este último libro, el gran continente de Eurasia fue invadido y dominado durante varios milenios por la raza nórdica, antes de ser absorbida por otros grupos raciales. Y el corolario que surgía del texto era la necesidad “imprescindible de definir las fronteras demográficas y purificar la raza”. Ryback encontró un libro sobre “La tipología racial del pueblo alemán”, de F. Gunther, con descripciones de judíos de varias regiones de Alemania; “Las bases del nacionalsocialismo”, de Alois Houdal, que formaba parte de un plan para dividir el nazismo; así como un tratado de alquimia del siglo XVIII y un “manoseado” ejemplar del manual de Heigl sobre tanques de 1935. Hitler tenía varios volúmenes referidos a Federico El Grande, su héroe prusiano, entre los que sobresalía una biografía de Carlyle de 2.100 páginas que le obsequió Goebbels. Cuando Hitler se suicidó junto a Eva Braun, los libros encontrados en su búnker resultaron un trofeo para los soldados victoriosos, a los pocos día habían desaparecido todos, aunque por un informe secreto hay constancia de que versaban sobre arte, arquitectura, fotografías, campañas militares y guerra. En ese momento había apenas algunos libros de literatura y nada de teatro o poesía. Al final, Ryback incluye cuatro testimonios directos de la biblioteca de Hitler para complementar su descripción y proporcionar al lector otras perspectivas acerca su personalidad y sus libros. (Télam)
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