Machetes electrónicos, estatus y nuevos rituales: los adolescentes y los celulares
Cada día son más los que los usan, y desde muy chicos.
Son la generación del pulgar adiestrado. El celular los pierde y la mayoría ni siquiera concibe la vida sin ellos. Los chicos se sienten adaptados. Integrados. Cada vez más adultos. Tienen entre 10 y quince años y no pueden ocultar su fascinación: encontraron un nuevo gadget tecnológico con el que entretenerse. Y una nueva forma de relacionarse: los mensajes de texto.
Testigos de una época en la que ese invento que los obsesiona pasó de símbolo de elitismo desmedido a complemento personal imprescindible, logran sin mucho esfuerzo el gran objetivo de estos tiempos: estar comunicados siempre. En todo lugar. Aunque no siempre lo necesiten.
Son el nuevo blanco favorito de publicistas y empresas hambrientas de más clientes y están más que acostumbrados a los cambios repentinos. Por ello no tienen miedo a la hora de imponer sus propios códigos: se animan a nuevas formas de escritura, otros modos de relacionarse y también de diferenciarse, cambian las reglas en ámbitos tan estructurados como las escuelas y reinventan viejas costumbres como las de copiarse en un examen. Algunos se sienten aliados a su móvil y lo prenden sólo para que sus padres sepan dónde están. Otros admiten estar casi esclavizados a su uso, ahora que el 'ringtone' se elevó a la categoría de prioridad y que el ¿dónde estás? se escucha más seguido que el ¿cómo andás?
En el principio de todo hubo alguien que quiso comunicarse sin las ataduras del espacio. Fue en el año 1973. ¿Su nombre? Martin Cooper. ¿Su ocupación? Gerente de proyectos de la multinacional Motorola. ¿Su hazaña? Diseñar una base en Nueva York con el primer prototipo de teléfono celular móvil y usarlo para comunicarse desde una vereda.
Más de 30 años después, las cifras son elocuentes. Se calcula que en todo el mundo hay 400 millones de líneas en uso: 14 millones sólo en nuestro país. Según el INDEC durante el primer bimestre de 2005 la cantidad de aparatos en servicio aumentó un 74,5% con respecto al mismo período del año pasado. Una revolución que en gran parte fue empujada por los adolescentes de entre 13 y 17 años y por el segmento de consumidores que es la nueva apuesta de las telefónicas: los niños de 7 a 12 años. En la Argentina, uno de cada 10 chicos de esas edades ya cuenta con un aparato y concentraron el 3% de las ventas en los primeros meses de este año. Son los que lo incorporan como otro elemento natural a sus vidas.
Los que no lo cuestionan. Los que se acostumbraron a él apenas nacieron.
Mensajitos
Roca. Lunes a las seis de la tarde en una de las esquinas más tradicionales y cotizadas de la ciudad. Las chicas esperan su turno a pocos metros del ciber y nadie juraría que tienen otra preocupación en mente. La mayoría chequea los mensajes recibidos y en pocos segundos el lugar se transforma en el paraíso de los 'ringtones'. De Attaque 77 a «pluma, pluma gay» en una galería de sonidos que nunca deja de parecerse a un juego. Los «mensajitos» no tienen más de cuatro o cinco palabras seguidas y se escriben en cuestión de segundos. La curiosidad: algunos van dirigidos a un grupo de varones que se amontonan a media cuadra de allí. Otro, a una amiga a la que los padres no dejaron salir esa tarde. Podría resumirse así: «Hola. ¿Dónde estás?» «En casa. ¿Qué hacés?» «Nada. ¿Vos?» «Nada».
«En realidad, es la forma más barata de estar comunicadas todo el tiempo, para saber qué está haciendo la otra o dónde está. En mi casa pusieron tope al gasto telefónico y no me dejan hacer llamadas. Además, como a veces no nos dejan salir mucho, nos comunicamo toda la tarde con mensajes… es como una forma de estar juntas. Lo que pasa es que todos lo tienen…», cuentan las chicas y exponen la triada que define su relación con los celulares: ganas de no quedarse afuera del grupo, una gran tendencia al consumo pero con ciertos límites e inevitables concesiones con el control paterno.
Así explicó hace poco Enrique Carrier, director de la consultora Carrier y Asociados, la familiaridad de los chicos con los aparatos: «Tal vez hasta el año pasado había dos actitudes: aquellos adolescentes que lo ocultaban, porque tener un celular significaba que los padres se lo habían 'enchufado' para controlarlo y aquellos que lo ostentaban. Hoy el móvil es un elemento totalmente familiar, no funciona como símbolo de estatus. Entre los chicos el que no tiene celular no se siente más inferior, pero sí, en cambio, puede sentir que está afuera».
La independencia
Según los especialistas, la demanda de celulares empieza en los mismos años en que los chicos acceden a sus primeras salidas nocturnas y a cierta independencia de sus padres. Las escuelas son el ámbito que fue testigo de la gran explosión (ver aparte). El investigar Rich Ling analizó el fenómeno. Puso en la balanza a los adolescentes, los celulares y los mensajes de texto y concluyó que «los jóvenes encuentran en el celular una especie de talismán con poderes mágicos, poderes que tienen que ver con la emancipación y con un enlace privado, siempre disponible, entre pares, entre amigos, sin interferencia de los mayores. Esto ocurre en la adolescencia, justo en el momento en que comienzan a descreer de sus padres y a buscar alianzas con otras personas. El celular adquiere entonces una dimensión simbólica que permite inventar nuevos rituales (de amistad, de seducción, modas nuevas), mientras se mantiene una red social siempre disponible».
Con esa mirada coincide Javier Salinas, director de la Escuela de Psicología Social de Río Negro y Neuquén. «L que logran los celulares es darles cierta autonomía a los chicos, cierta sensación de emancipación, aunque relativa. Quién puede creer en la autonomía de un chico de diez años. Lo cierto es que a esa edad lo más justo es hablar de chicos que necesitan contención, que de chicos que pueden lograr autonomía», aseguró.
18 millones por día
En este nuevo fenómeno, los mensajes de texto juegan un rol clave. Una radiografía del sector sirve para tener certeza de lo que ocurre. Cada día se envían en nuestro país por celulares 18 millones de mensajes de texto (Short Message Service o Servicio de Mensaje Corto) de hasta 150 caracteres de extensión. Y cada día las empresas que operan en el país facturan 2.160.000 pesos cobrando entre diez y doce centavos por cada mensaje. El crecimiento del mercado local ha sido descomunal. Según la consultora Price & Cooke, entre 2003 y 2004 aumentó 800 por ciento el envío de mensajes. Se calcula que la inmensa mayoría de esos mensajes son enviados por adolescentes.
Alicia Díaz Farina es psicóloga y según su análisis, en los mensajes de texto «no importa lo que se diga: se trata de intercambiar algo del orden del diálogo que en realidad no es tan así. Se contactan con los amigos como para saber si están ahí. No es que tengan grandes diálogos cuando chatean». Y agrega que «el perpetuarse en tardes enteras y estar juntos, aunque no hagan nada, es algo que por diversas razones hoy se da menos. Los adolescentes se encuentran a 'estar', ya que no juegan como cuando eran niños. Ahora ese estar juntos es reemplazado por el chat, que en realidad produce más desencuentro que encuentro».
La paradoja es señalada también por Salinas: «En la época de una comunicación te diría que hasta exagerada, lo cierto es que cada vez hay más incomunicación, cada vez gente más sola. Aunque también es cierto que los chicos siguen encontrándose, incluso a veces hasta se reúnen para mandarse mensajes entre ellos».
Carrier agrega que «el contacto mediante la voz se da con los padres o con el mundo adulto. Entre ellos no hablan tanto: desde la perspectiva de los más chicos, el celular no es tanto un teléfono móvil sino un dispositivo móvil de comunicación. Para ellos hablar es sinónimo de mandar un mensaje». Y siempre es el sistema más barato. Cada mensaje de texto cuesta alrededor de 10 centavos y tiene un límite de entre 150 y 160 caracteres. Superado el máximo, se cobra como otro mensaje. Esto fue lo que dio surgimiento a un lenguaje abreviado, que permita decir lo mismo, pero con menos letras (ver aparte).
Pero cuál es el papel de los padres en todo esto. Claudia tiene 35 años y hace dos meses accedió al pedido de su hija. «Me lo pidió como regalo de cumpleaños y para mí en gran parte fue una ayuda. No es caro, porque lo uso con tarjeta, y puedo saber todo el tiempo dónde y con quién está», dice. «Hay algunos que piensan que en realidad esta es una forma de desentendernos de ellos, de dejar de lado nuestra responsabilidad. Pero la verdad, para mí es muy útil», agrega. Es sencillo: entre cargar con un nuevo gasto y tener cierto alivio frente a la inseguridad, son más los que optan por lo segundo. «Lo que tendría que quedar claro es que el celular no es un juguete y los padres no deberían tomarlo como tal. Pero tampoco todo es tan malo, también es una nueva forma de construir vínculos», finaliza Salinas.
De la comodidad a la esclavitud. Del consumismo a la insustituible necesidad. Para bien o para mal, los celulares entraron a la vida de los chicos y modificaron sus hábitos. «Es que a veces ocurre todo tan rápido que cuesta registralo, darse cuenta qué es bueno y qué es malo», se quejan los padres y ya conocen la advertencia: esto recién comienza.
Testimonios
• Adriana Barreda, 17 años. (Neuquén)
«Me lo compró mi mamá el año pasado porque paso mucho tiempo afuera de mi casa, por la escuela, gimnasio, inglés. Además, quería estar más comunicada con mis amigos, con los mensajes de texto te sale barato y hablás todo lo que querés».
• Marcos Barreda, 18 años. (Neuquén)
«Desde el año pasado lo tengo y lo uso todo el tiempo. Como me gusta viajar mucho y me prendo en cada viaje que se presente, puedo estar comunicado con mi casa todo el tiempo. Uso más los mensajes de textos, y los que más me llaman son mis viejos para saber donde estoy y qué voy a hacer».
• Sergio Avecilla, 17 años. (Neuquén)
«Lo tengo desde hace dos años. Me lo compré yo con una plata que ahorré de unos trabajos que hice. Lo quería tener para estar más en contacto con mis amigos, pero para mis viejos también fue un alivio porque me llaman a cada rato para saber adónde estoy».
• Mayra Gonzales, 17 años. (Roca)
«Me lo regaló mi vieja, porque era de ella pero me sirve más a mí. Yo lo uso para mandar mensajes y llamar a mi mamá cuando llego tarde o para urgencias».
• Julia Cardozo, 17 años. (Roca)
«A mí me lo dio mi mamá porque vivo lejos del centro, por cualquier cosa que pase. Yo mando mensajes y hablo con mis amigas».
(AN/AR)
Adrián Arden
adrianarden@rionegro.com.ar
(Fuentes: La Nación online
y Rolling Stone)
Notas asociadas: Los mensajes de texto y la revolución en las escuelas
Notas asociadas: Los mensajes de texto y la revolución en las escuelas
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