“¡Maldito 25 de mayo!”
El aviso de alarma roja chirrió en el puente del vetusto carguero “Atlantic Conveyor”. El ataque aéreo estaba en curso. –¡Posiciones de emergencia! ¡Posiciones de emergencia! –gritó en el centro de informaciones del buque su segundo comandante, Mike Layard. Luego subió de tres en tres la escalera que lo llevaba al puente, cuenta el almirante Sandy Woodward en su libro “Los cien días”. Cuando entró al puesto de comando, el capitán del buque Ian North “había ordenado un agudo viraje a babor en un intento de presentar la fuerte popa del “Atlantic Conveyor” a los misiles atacantes. A las 18:41 dos Exocet disparados por aviones navales argentinos se estrellan contra el barco por el lado de babor. Dos metros por encima de la línea de flotación, con una enorme explosión. En segundos toda la flota británica diseminada en el Atlántico Sur supo del ataque. Y congeló el aliento de los comandantes de la flota: los argentinos seguían teniendo Exocet. A las 19:20, el “Atlantic Conveyor” le pone luz al océano que los rodea. Arde. North ordena abandonar el buque. Tiene más de sesenta años. Barba muy blanca. Grueso. En Navidad, el ritual: se viste de Papá Noel. Pertenece a la marina mercante. Sabe de guerras. Se fogueó en el Atlántico Norte gambeteando a los Lobos Grises del Tercer Reich. Ahora, Malvinas. Como corresponde, Ian North y Mike Loyard –oficial de la Royal Navy– son los últimos en abandonar el buque, que se hunde quejoso. El primero se tira de tres metros. North luego. Ganó el mar Y escribe el almirante Woodward: “Pero algo funcionaba mal. North flotaba demasiado bajo en el agua. Loyard lo tomó por el chaleco salvavidas, haciéndolo subir, pero el ‘Atlantic Conveyor’, con su popa redonda, subía y bajaba siguiendo el movimiento de las amplias olas. Al levantarse arrastraba a los hombres hacia abajo de la popa, antes de caer pesadamente sobre ellos, obligándolos a sumergirse debajo de la superficie”. Y el Atlántico Sur gana la partida: se devora a Ian North. También a 12 tripulantes. Y más tarde al “Atlantic Conveyor”. “Con su precioso cargamento de helicópteros, las futuras pistas de aterrizaje para las cabezas de playa (N. de la R.: la invasión) y todos los repuestos. Las fuerzas terrestres iban a tener que caminar para atravesar la isla Soledad”, reflexiona Sandy Woodward en su apasionante “Los cien días”. Y en “La savia de la guerra” Julian Thompson acota: “Ese hundimiento fue la pérdida más seria para Gran Bretaña durante la guerra de Malvinas”. Y destaca: “La carga era esencial para llevar la campaña a un final exitoso lo antes posible”. Todo sucedió el 25 de mayo del 82. Esa noche, en su camarote, Sandy Woodward escribió en su diario: “¡Maldición, todavía es 25 de mayo. ¿Acaso este maldito día no terminará nunca?”.
El aviso de alarma roja chirrió en el puente del vetusto carguero “Atlantic Conveyor”. El ataque aéreo estaba en curso. –¡Posiciones de emergencia! ¡Posiciones de emergencia! –gritó en el centro de informaciones del buque su segundo comandante, Mike Layard. Luego subió de tres en tres la escalera que lo llevaba al puente, cuenta el almirante Sandy Woodward en su libro “Los cien días”. Cuando entró al puesto de comando, el capitán del buque Ian North “había ordenado un agudo viraje a babor en un intento de presentar la fuerte popa del “Atlantic Conveyor” a los misiles atacantes. A las 18:41 dos Exocet disparados por aviones navales argentinos se estrellan contra el barco por el lado de babor. Dos metros por encima de la línea de flotación, con una enorme explosión. En segundos toda la flota británica diseminada en el Atlántico Sur supo del ataque. Y congeló el aliento de los comandantes de la flota: los argentinos seguían teniendo Exocet. A las 19:20, el “Atlantic Conveyor” le pone luz al océano que los rodea. Arde. North ordena abandonar el buque. Tiene más de sesenta años. Barba muy blanca. Grueso. En Navidad, el ritual: se viste de Papá Noel. Pertenece a la marina mercante. Sabe de guerras. Se fogueó en el Atlántico Norte gambeteando a los Lobos Grises del Tercer Reich. Ahora, Malvinas. Como corresponde, Ian North y Mike Loyard –oficial de la Royal Navy– son los últimos en abandonar el buque, que se hunde quejoso. El primero se tira de tres metros. North luego. Ganó el mar Y escribe el almirante Woodward: “Pero algo funcionaba mal. North flotaba demasiado bajo en el agua. Loyard lo tomó por el chaleco salvavidas, haciéndolo subir, pero el ‘Atlantic Conveyor’, con su popa redonda, subía y bajaba siguiendo el movimiento de las amplias olas. Al levantarse arrastraba a los hombres hacia abajo de la popa, antes de caer pesadamente sobre ellos, obligándolos a sumergirse debajo de la superficie”. Y el Atlántico Sur gana la partida: se devora a Ian North. También a 12 tripulantes. Y más tarde al “Atlantic Conveyor”. “Con su precioso cargamento de helicópteros, las futuras pistas de aterrizaje para las cabezas de playa (N. de la R.: la invasión) y todos los repuestos. Las fuerzas terrestres iban a tener que caminar para atravesar la isla Soledad”, reflexiona Sandy Woodward en su apasionante “Los cien días”. Y en “La savia de la guerra” Julian Thompson acota: “Ese hundimiento fue la pérdida más seria para Gran Bretaña durante la guerra de Malvinas”. Y destaca: “La carga era esencial para llevar la campaña a un final exitoso lo antes posible”. Todo sucedió el 25 de mayo del 82. Esa noche, en su camarote, Sandy Woodward escribió en su diario: “¡Maldición, todavía es 25 de mayo. ¿Acaso este maldito día no terminará nunca?”.
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