«Mi misión es guardar viva la obra musical»
Finalmente, y después de unconsiderable atraso en el vuelo debidoa los fuertes vientos, llegaba al cierre de esta edición el genial pianista Bruno Gelber para quedarse en esta capital. Siempre fue consciente de que con Neuquén tenía una deuda pendiente. Comentaba que por años se trasladaba a pasar parte del verano en Copahue y la ciudad era un punto de paso, quedaba a las espaldas, se le resistía. Ahora Bruno Gelber no sólo dijo que es feliz por estar entre nosotros, sino que se lo escribió en un mail a Pablo Celoria, quien le organizó los conciertos de hoy, a las 22 y mañana, a las 21, en el cine Español de Neuquén.
Todos deseaban escuchar al gran pianista, pero recién ahora se le puede ofrecer un piano a la medida de su jerarquía, mientras que la afinación por parte del neuquino Jorge Scarpello es cosa segura. Ya lo ha hecho muchas veces en Roca, Buenos Aires y Copahue, por lo que son buenos conocidos.
Después de su segundo concierto, el viernes 10, en el magnífico Teatro Argentino de La Plata, donde tocó el ciclo completo de cinco conciertos para piano y orquesta de Ludwig van Beethoven, Gelber se recluyó en la tranquilidad de su departamento en el Once, donde «Río Negro» lo entrevistó antes de su viaje. Una semana antes se había presentado en el mismo escenario platense, el 21 y 23 de agosto otro tanto ocurría en el Teatro Libertador San Martín de Córdoba y en el Museo de Arte Decorativo de la Ciudad de Buenos Aires, respectivamente. Presentaciones a sala llena siempre, aplausos, bravos, halagos, invitaciones, regalos, placeres a los que está acostumbrado.
Finalmente, cuando toda esa energía se diluye, Bruno queda solo en una habitación de hotel, en su casa, cena en soledad también. «Puedo tener un teatro cayéndose de euforia, hago unos pasos y estoy solo en el camarín… Lo primero que me sucede es la conciencia de cómo he tocado, un análisis de lo que hice; subsiste el estado emocional todavía. Por más que uno sonríe al público y saluda, esa carga no se quita de un pantallazo. Pero, lo más importante, por lo menos para mí, es la sensación de saber cuán bien o cuán no bien he tocado; de capitalizarlo inteligentemente para la próxima vez mejorar algo. Y, evidentemente, soy una persona a la que no le gusta estar sola, siempre llevo mi compañía conmigo; depende de dónde esté, me voy a comer con alguien o vamos con la persona que me acompaña o muchas veces los organizadores son muy gentiles y nos invitan…».
«A veces es difícil, porque en ciertos lugares y países hay que luchar un poco para encontrar un sitio abierto tarde. No son siempre champagne y rosas para uno. Puede ser una comida preparada y guardada por el hotel. Pero… Ningún sabor desagradable es suficiente para opacar la sensación de haber hecho lo que debo. La misión del artista es llevar emoción a la gente, entonces cuando ha concluido esa tarea, siente cumplido el cometido, que es tan importante; una satisfacción enorme de haber sido el elemento de paso de la emoción del genio que ha interpretado. Como digo siempre, interpreto nada menos que momentos de inspiración divina de genios. Así que si siento que eso ha pasado y he sido el mediador, estoy contento».
– Al día siguiente, llegan los diarios al hotel o los recibe en casa, con los comentarios del concierto donde abundan adjetivos como extraordinario, eximio, maravilloso, excelente, bellísimo, excelso. ¿Cuando el calificativo llega a ese nivel, produce algún efecto?
– Más que los elogios –no es para parecer bueno ni santo- me importa la conciencia del deber cumplido. Obviamente, si ha habido aplausos enormes, gritos y críticas espléndidas, tanto mejor. Yo siento la sala, incluso en países donde se aplaude menos, porque cada tierra, cada ciudad, cada teatro, tiene su público a veces menos demostrativo; siento la emoción de los demás. Eso es importante. Ahora, el reconocimiento mundial, que me digan que soy –como han dicho- uno de los cien mejores pianistas del siglo XX o cantidad de cosas enormes, bueno, agradable es, pero nada comparable a la conciencia personal. Si yo estoy súper contento con mi trabajo, pueden decirme calificativos, que me importa menos. Es una cuestión muy personal. Si siento al público muerto de placer por algo que hice y yo no estoy contento, no disfruto tanto. Tengo la impresión de haber recibido algo que no merecí.
– Y ahí es donde la autocrítica actúa sin piedad.
– Mi autocrítica es impía, realmente, porque me conozco. Pero, en arte dos más dos no es nunca cuatro; puede ser tres noventa y siete o cuatro con dos. Hay que tener también cierta humildad porque lo que creemos haber hecho, muchas veces no ha sido exactamente justo. En una oportunidad toqué en Ginebra y tuve la impresión de hacerlo como un santo, muy bien; cuando escuché la grabación, no era lo que había percibido. Estaba bien, pero le faltaba más vida… El artista tiene que vivir la obra, es su misión; vivirla y hacerle sentir al público que la está creando en ese momento. Y no fue así….
Otras veces, pienso que tocamos suficientemente bien, no hablo de cuestiones materiales, de una nota falsa, sino de sensaciones personales, de la expresión y la comunicación espiritual con la gente. A veces, estando algo tenso, creo que la cosa no ha resultado feliz; sin embargo, cuando la oigo, a pesar de mí, el mensaje pasó; a pesar de la sensación que me produjo. Me gusta estar suelto, distendido, sentirme feliz, pero cuando no lo estoy tanto, igual el amor pasa.
– Algunos escritores dicen que las palabras las convocan para escribir… Cuando toma una obra y tras estudiarla de pies a cabeza, ¿en qué momento -siguiendo esa idea- la obra ya no pasa por el intelecto?
– ¿Ya está adentro? Hay primero una maduración de saberla bien técnica, intelectualmente, de planificar una cantidad de aspectos, tenerla estructurada en el estilo, en el marco, todo… Después debo tratar de vivirla. Y hay un momento en el cual se siente la obra como propia; como si uno pudiese haberla escrito. Pero es un instante misterioso… Yo hube de aprender una obra en la que sabía exactamente como quería cada nota, la «Apasionatta» de Beethoven; mi compañía de discos me propuso grabarla y la estudié. Con un cierto premio. Yo me dije, va a venir rápido porque la sé desde que nací y antes… Tardé tres años para tocarla como quería.
– Durante ese tiempo, ¿qué comenzó a desarmarse?
– No puedo contestárselo. No lo puedo poner en palabras porque no es tangible. Uno no vive una obra cuando quiere, cuando lo decide. Hay un tiempo en que está impregnado de la obra, absolutamente consustanciado con ella, la siente; y la versión que toca lo emociona. Grabo y me convence, oigo lo que quise tocar. El intérprete hace lo que puede, esa es una capa de maduración. Otra, la da producirla ante el público. Me ha ocurrido con el «Segundo Concierto» de Johannes Brahms que toqué a los 24 años; lo había estudiado con mi fe, mi alma, todo mi ser, mis células todas, y en el cuarto movimiento yo me decía: le falta, le falta… Fue lo que mejor salió la primera vez y lo que más creía saber fue lo que menos bien resultó. La verdad es en el momento justo de la producción delante del público. Lo que hacemos nos enseña tanta humildad ante el arte; tanto nos enseña, que no sabemos nada. Toda pretensión humana se vuelve ridícula ante el genio que habita las obras que toco. El momento de iluminación de un genio como los que interpretamos es absolutamente intemporal, fuera de la vida humana normal.
– Sentir la obra como si la hubiera compuesto, ¿le generó la idea de componer?
– Nunca tuve la menor tentación de escribir algo. Jamás. Soy un enamorado del repertorio que transito y nunca tuve la menor capacidad ni tentación, inspiración, de hacer algo propio. Me faltarán vidas para tener todo el repertorio que quiero, que me gusta. Nunca sentí esa necesidad… Yo soy un intérprete cuya misión es nada menos que guardar viva la obra musical. Su texto es nulo sin el artista que lo hace vivir. Puede contener un grado de maravilla revivir la obra de un genio, pero comparada con la creación desde la nada, es sencillamente menor.
Eduardo Rouillet
Finalmente, y después de unconsiderable atraso en el vuelo debidoa los fuertes vientos, llegaba al cierre de esta edición el genial pianista Bruno Gelber para quedarse en esta capital. Siempre fue consciente de que con Neuquén tenía una deuda pendiente. Comentaba que por años se trasladaba a pasar parte del verano en Copahue y la ciudad era un punto de paso, quedaba a las espaldas, se le resistía. Ahora Bruno Gelber no sólo dijo que es feliz por estar entre nosotros, sino que se lo escribió en un mail a Pablo Celoria, quien le organizó los conciertos de hoy, a las 22 y mañana, a las 21, en el cine Español de Neuquén.
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