Ministerio de Inseguridad

Según todas las encuestas, la falta de seguridad encabeza la lista de preocupaciones ciudadanas. Fue por este motivo que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner creó el Ministerio de Seguridad, nombrando a Nilda Garré como titular, pero sólo se trataba de un gesto destinado a convencer a la gente de que por fin el gobierno nacional estaba dispuesto a hacer algo más que minimizar la importancia de lo que ocurría en el conurbano bonaerense y muchas otras zonas del país. Aunque nadie desconoce que la Policía misma es parte del problema, los intentos de Garré de reformarla y, para subrayar sus propias dudas en cuanto a su capacidad, la decisión de ordenar a la Gendarmería y a la Prefectura Naval encargarse de tareas que en buena lógica le corresponden, sólo han servido para agravar la situación. Como sucede en todas las reparticiones gubernamentales, los funcionarios del Ministerio de Seguridad se han acostumbrado a anteponer sus propios intereses políticos a la eficiencia administrativa. Una consecuencia de dicha actitud es el enfrentamiento interno entre Garré y el teniente coronel Sergio Berni que, en teoría, es su subordinado pero nunca deja pasar una oportunidad para llamar la atención sobre su propio protagonismo. Otro es el conflicto entre la ministra, una militante presuntamente leal a Cristina, y el gobierno porteño de Mauricio Macri; a menudo parece que los kirchneristas creen que les convendría que la violencia política, delictiva o meramente futbolística se apoderara de la Capital Federal. Así las cosas, no es demasiado sorprendente que el jueves pasado haya renunciado –o fuera echado– el hasta entonces jefe de la Policía Federal, Enrique Capdevila, luego de una fuerte discusión con Berni acerca de la pasividad de los efectivos policiales frente al estallido de vandalismo el día anterior en pleno centro de la Capital, cuando una turba, supuestamente enojada por la absolución de los acusados de secuestrar a Marita Verón, atacó la Casa de Tucumán y otra, conformada por hinchas de Boca, provocó destrozos y decenas de heridos en la zona del Obelisco. Puesto que Berni rehusó permitir que Capdevila enviara refuerzos a los lugares en los que los policías estaban bajo ataque, es de suponer por entender que, fuera de Santa Cruz, al gobierno de Cristina no le gusta “la represión”, el jefe de la Federal ya se habría dado cuenta de que su carrera había llegado a su fin. Por lo demás, a diferencia de los kirchneristas, los policías no saben distinguir entre manifestantes buenos que deberían ser tolerados por un lado y, por el otro, los malos que militan en el golpismo, a quienes podrían apalear como hacen en circunstancias similares sus equivalentes en el resto del mundo, de modo que puede entenderse que se hayan limitado a defenderse de los atacantes. A esta altura es penosamente evidente que Garré no está en condiciones de manejar la Policía y que Berni, un personaje que parece creerse una especie de superhéroe, provoca más problemas de los que logra solucionar o atenuar, pero la presidenta Cristina no querrá reemplazarlos por funcionarios más idóneos por miedo a brindar una impresión de debilidad y también porque tiene otras prioridades. Es de prever, pues, que tanto la Policía Federal como las provinciales, además de la metropolitana aún embrionaria, seguirán trabajando con tristeza, a sabiendas de que, a pesar de que pocos días transcurran sin que muera asesinado al menos un efectivo, no cuentan con la simpatía del gobierno nacional, el que, por su parte, se aferra a su propia inoperancia. El jueves Garré fue abucheada por familiares de los cadetes de las fuerzas de seguridad en un acto que se celebraba en la escuela de la Policía Federal. Si bien los oficiales de tales fuerzas suelen disimular sus sentimientos, la mayoría compartirá la actitud de quienes manifestaron así su repudio al accionar de la ministra y del gobierno de Cristina en su conjunto que, bajo el pretexto de que ha heredado del pasado instituciones policiales corruptas, se supone con derecho a tratar con desdén indisimulado a los encargados de velar por la seguridad ciudadana. Puesto que todo hace pensar que el país ya ha entrado en una etapa agitada, la pésima relación del gobierno nacional con todas las fuerzas de seguridad no contribuirá en absoluto a restaurar cierta tranquilidad.


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