Misael Bravo, la víctima olvidada de la represión del 2001

Era atleta y una bala policial lo dejó hemipléjico.

Juan Thomes/Laura Frank

Misael Bravo no tenía sueños grandilocuentes. Quería formar una familia, tener algún que otro hijo, comprar una casita, vacacionar una vez por año, correr en el grupo de los veteranos, sentirse pleno. Era un trabajador promedio del Alto Valle con objetivos e ilusiones promedio. No recuerda en qué pensaba esa noche del 19 de diciembre. Quizá en que debía volver a embalar manzanas a la mañana siguiente o en alguna bella mujer. Cayó de la bicicleta y el charco de sangre fue inmediato. Despertó y el cuerpo no le respondía. Estaba entubado, vuelto un ente repleto de mangueras y mangueritas. Se convertía así en una de los cientos de víctimas de aquella catástrofe política que puso en llamas al país en el 2001 y que determinó la huida en helicóptero de Fernando De la Rúa. La historia de Misael es desgarradora. Siempre un sueño quebrado tiene algo de desgarrador. Lo cierto es que perdió todo, desde la movilidad de sus miembros hasta la familia, pasando por el trabajo y la felicidad. Misael es un hombre triste de 47 años, un alma en pena que reclama justicia a una Justicia que le dio la espalda. Sucede que su caso tiene una particularidad: fue una de las pocas víctimas de una bala policial que no recibió indemnización. Tiran desde la azotea Nunca estuvo afiliado a algún partido político, ni siquiera se interesaba por la batalla de intereses que se brindaba en las entrañas de un país de rodillas. Misael trabajaba en un galpón de empaque de Cipolletti, entrenaba para correr maratones y en los tiempos libres visitaba parientes y amigos. En eso andaba la noche del 19 de diciembre, cálida y agresiva. Rodaba en su bicicleta por la calle Esquiú, en dirección a Brentana, cuando sintió un intenso y mortal ardor en el cuello. Se desvaneció. La manifestación y los saqueos en el supermercado de la zona norte, el área más caliente, continuaron. No se enteró. Ahí terminó su vida y comenzó la siguiente, la de los padecimientos. La verdad es que Misael cuenta con la fortuna de tener sólo el 70% del cuerpo paralizado porque después de que su verdugo vestido de azul y armado para cuidar disparara desde la azotea del supermercado Alarcón, lo ingresaron al hospital Castro Rendón de Neuquén con un cuadro de cuadriplejía espástica. Mejoró con el tiempo, por tratamientos y empeño personal. Estuvo cinco veces internado pero jamás volvió a trabajar y su vida social entró en coma al punto de que hoy vive sin contacto de sus familiares, no tiene amigos, pareja ni contención. Sólo recibe una pensión graciable del Estado nacional (dos mil y pico de pesos) y las negativas oficiales y privadas. Misael tiene 47 años, mide poco más de un 1,65 metros, su rostro es anguloso y el negro de su cabello está peinado con esmero. Le cuesta estar erguido, subir escaleras y la mano siempre es un puño. Básicamente, la parte derecha del cuerpo no le responde. Comunicarse es casi una tarea ingrata, no tanto por inconvenientes en el sistema del habla sino porque tiene los nervios destrozados. La vida era muy diferente. Es más, antes del balazo en el cuello se dirigía a una farmacia para comprar vitaminas porque el fin de semana tenía una carrera de montaña. Quedó inmóvil en el cemento, bañado en sangre. Daniela no lo conocía. Ella se frotaba el tobillo que le había quemado una bala de goma. Tenía 25 años en ese entonces, estudiaba música en La Plata y, de vacaciones en Cipolletti, vendía discos en una plaza cercana. Su madre había ido a buscarla porque “en la televisión decían que se iba a armar mucho bardo”. Corrieron. Daniela sintió el ardor y cayó. Su mamá se perdió en esa marea de saqueos, nervios, gritos y bestialidad policial. Fue la última vez que la vio con vida. Elvira Abaca tenía 46 años y fue la única víctima mortal en la región (hubo 36 muertos en todo el país y cientos de heridos). Recibió un disparo que le quitó la vida casi de inmediato y cambió el destino de su hija Daniela. “Recuerdo que subimos a mi mamá a un auto, un Renault 12, y ese chico estaba a unos metros, en un charco de sangre. Nadie lo levantaba. Eso me quedó grabado”. Ese chico era Misael. Daniela se sorprende al enterarse de que el exatleta nunca fue indemnizado. Es más, sabe que es uno de los pocos casos con desprotección total. “Todas las víctimas o familiares de las víctimas nos juntamos en esa fecha en Rosario. Compartimos nuestro dolor e historias. Jamás conocí un caso como el de Misael”. Superada la crisis del 2001, el gobierno nacional adoptó como política preservar los derechos e indemnizar a deudos y víctimas de la represión. Pero Misael Bravo no tuvo esa suerte. Cuando se despertó de la pesadilla, buscó un abogado e inició una demanda para reclamar indemnización. Misael trató de entender por qué la Justicia consideró que el tiempo para iniciar demandas había caducado y entonces se inició un largo camino de recursos judiciales. En primera instancia no le hicieron lugar, luego una Cámara anuló el fallo y ordenó indemnizarlo pero después el Estado apeló y el Superior Tribunal de Justicia revocó todo el proceso. Entonces se fueron a la Corte Suprema y todavía espera la respuesta judicial. “Si las cosas no salen bien, vamos a llegar hasta los organismos internacionales”, dice con firmeza el abogado Horacio Freiberg. “El vivo es peor que el muerto, porque sigue sufriendo” La pregunta lo inquieta. Se revuelve en el asiento. Aprieta las pupilas. ¿Qué es lo más difícil para alguien que conoce otra forma de vivir, que es discapacitado por culpa de otro? “Depende del otro, yo siempre me valí por mí mismo. Me enseñaron a ser independiente. Ahora no puedo hacer nada”. El frío es uno de sus peores enemigos. Los músculos se le tensan y el cuerpo se le torna ingobernable, de espasmos, uno tras otro. En la pensión de Neuquén capital donde pernocta las habitaciones son heladas, de tres por tres, derruidas, y con baño compartido y en el exterior, igual que la cocina y la heladera. Su familia tiene una casa en Allen pero prefiere la soledad a las peleas intestinas. Debería nadar a diario y hacer tratamientos kinesiológicos, pero todo cuesta. Cobra una pensión de dos mil pesos y paga mil del alquiler en un lugar que está en venta. La depresión lo atacó después del último fallo en contra. En esa época hacía talleres de aprendizaje y buscaba trabajo. Ahora es un cuerpo detenido en el tiempo. “Me cerraron todas las puertas, lo peor es la discriminación”. Vuelve al silencio, helado como las paredes descascaradas. Lo que no sabe Misael es que ni siquiera un buen gesto de los poderes del Estado le garantizarán un pasar en paz. Daniela Dellabarca, hija de Elvira Abaca, se movilizó, pateó puertas y la indemnizaron por la muerte de su madre, pero increíblemente doce años después aún le resta cobrar “alguna cuota” de ese dinero. Claro, jamás se supo qué policía mató a su madre. La causa penal prescribe este año. Dice que no está resignada, pero sabe que su pedido de justicia se diluyó. “El vivo es peor que el muerto, porque sigue sufriendo”, dice lacónico Freiberg. Misael lo escucha con ojos apagados, perdido en un tiempo sin memoria.

SEBASTIÁN BUSADER sbusader@rionegro.com.ar JUAN CRUZ GARCÍA garciajcruz@rionegro.com.ar

Con los recortes de la época, recuerda a su madre.


Juan Thomes/Laura Frank

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