Miscelánea informática, Por Héctor Ciapuscio 11-11-03
El progreso de la computadora ha sido tan fantástico que varios especialistas se aplicaron con entusiasmo a ordenar su evolución proponiendo leyes. La «ley de Moore» sobre circuitos integrados predijo en 1965 que en los siguientes diez años una mejorada tecnología de los chips resultaría en una duplicación del poder de las máquinas cada dieciocho meses, y que ello no repercutiría en el precio. La predicción se quedó corta en cuanto al plazo. En 1997, treinta años después, este Gordon Moore, con sus 15.000 millones y emérito de Intel -la mayor empresa del mundo en microelectrónica- declaró que el largo reinado de su ley no se prolongaría mucho; en una década la velocidad declinaría, no duplicándose en dieciocho meses sino en treinta y seis. La razón serían los límites de la litografía óptica. Se estaría en obligación de virar hacia algo como rayos X, pero aun logrado esto los costos de las instalaciones se estarían convirtiendo en prohibitivos.
Otro que propuso una «ley» fue Nathan Myhrvold, jefe de tecnología de Microsoft y uno de los responsables del revolucionario sistema Windows de la empresa de Bill Gates. En 1998, haciendo notar que esa interfaz gráfica con el usuario había costado grandes cantidades de potencia de CPU, por otro lado habilitaba una explicación para el proceso de crecimiento acelerado de la informática y daba lugar a una propuesta suya: la «ley de Nathan»: «El software crece más rápido que la ley de Moore». Y ésta es la razón -explicaba con gracia- por la que hay una ley de Moore.
Un tercer personaje es Ray Kurzweil, ingeniero en software e inventor que se ocupa sobre todo de inteligencia artificial y escribió un libro titulado «La Era de las máquinas espirituales». Advierte que la ley de Moore es sobre tecnología de chips y que ésta alcanzará su límite al agotar las posibilidades de la física del sílice hacia el 2020. Pero no hay que preocuparse. Sabemos por la evolución que otra tecnología la reemplazará y se hará cargo. Lo sabemos en particular por la «Ley de Retornos Acelerados» que es un atributo básico del Universo, siendo a su vez una sub-ley de la «Ley del Tiempo y el Caos» que él mismo, Kurzweil, ha inventado.
Cerremos esta miscelánea con una nota diferente de un personaje reconocido por su creatividad y calibre intelectual entre los de la «Tercera Cultura». Danny Hillis, fundador de la «Thinking Machines Corporation», diseñador de la súper máquina conectiva del MIT y titular de 34 patentes, aunque se ocupa de inteligencia artificial, dice respecto de la «máquina inteligente» -el Santo Grial de la ingeniería, «un dispositivo que hable con uno y que aprenda, razone y cree»- que faltan trescientos años para que se haga realidad. Y en cuanto a su especialidad, la programación de alta creatividad, cita el pasaje de una novela para reflejar cómo ve su relación personal con la máquina. Recuerda que en la novela biográfica sobre Miguel Angel que tituló «La agonía y el éxtasis», Irving Stone describe vívidamente cómo el creador del «David» elaboraba sus estatuas desde la materia mineral «quebrando el hechizo de la piedra» y esculpiendo las imágenes surgidas de su mente. «En mis momentos de mayor éxtasis -dice Hillis adaptando con propiedad aquella imagen sugestiva y poética- el software surgió de la computadora del mismo modo; una vez imaginado en mi mente sentí que él estaba ya allí en la máquina, esperando ser liberado».
El progreso de la computadora ha sido tan fantástico que varios especialistas se aplicaron con entusiasmo a ordenar su evolución proponiendo leyes. La "ley de Moore" sobre circuitos integrados predijo en 1965 que en los siguientes diez años una mejorada tecnología de los chips resultaría en una duplicación del poder de las máquinas cada dieciocho meses, y que ello no repercutiría en el precio. La predicción se quedó corta en cuanto al plazo. En 1997, treinta años después, este Gordon Moore, con sus 15.000 millones y emérito de Intel -la mayor empresa del mundo en microelectrónica- declaró que el largo reinado de su ley no se prolongaría mucho; en una década la velocidad declinaría, no duplicándose en dieciocho meses sino en treinta y seis. La razón serían los límites de la litografía óptica. Se estaría en obligación de virar hacia algo como rayos X, pero aun logrado esto los costos de las instalaciones se estarían convirtiendo en prohibitivos.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios