Neruda desde sus casas
“VOY” recorrió los tres hogares del célebre poeta, cuyos restos fueron exhumados el 8 de abril para determinar la causa de su muerte en 1973. El Nobel descansaba junto a su última esposa frente al mar que tanto lo deslumbraba. A través de sus casas se puede descubrir al escritor.
Diario de Viaje | CHILE
Pablo Neruda suele ser retratado como un mujeriego y un viajero itinerante. Pero el poeta también era un amante de las reuniones sociales y un coleccionista empedernido, dos pliegues de su personalidad que pueden contemplarse al recorrer sus tres casas en Chile, conocidas como La Isla Negra, La Chascona y La Sebastiana. Al premio Nobel le encantaba agasajar a sus invitados en amplios salones, ya sea para una comida o en una fiesta. Para cada momento, un detalle y hasta un ambiente diferente: un comedor con una larga mesa, un rincón dominado por una barra con bancos altos como si fuera una taberna o un espacioso living con sillones y vista al mar, paisaje que solo en La Chascona de Santiago no aparece.
JUAN IGNACIO PEREYRA
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En los tres hogares se repite su obsesión por los objetos, que lo llevó a escribir el poema “Oda a las cosas”, en el que dice: “Amo todas las cosas, no porque sean ardientes o fragantes, sino porque no sé, porque este océano es el tuyo, es el mío (…) Muchas cosas me lo dijeron todo. No sólo me tocaron o las tocó mi mano, sino que acompañaron de tal modo mi existencia que conmigo existieron y fueron para mí tan existentes que vivieron conmigo media vida y morirán conmigo media muerte”.
Recuperadas o restauradas, sus casas preservan distintas copas y vasos de colores hasta una vajilla especial que era utilizada según la ocasión. A su vez, acopió decenas de botellas y objetos de vidrio de diferentes colores y formas, que hoy cotizan por al menos unos cuantos cientos de dólares. La procedencia de los miles de objetos que atesora son una historia en sí misma. Un candelabro o una máscara pueden ser la puerta para conocer cómo comenzó alguna amistad, repasar un viaje o desentrañar una faceta del escritor.
Los guías a veces pueden ser insulsos pero en las casas de Neruda resultan un condimento más que interesante. Mediante el relato de ellos, por ejemplo, dos sillas en un patio se transforman en el reducto donde el prolífico poeta pasaba las tardes con su tercera y última esposa, Matilde Urrutia. Así, también, una tabla en la acogedora Isla Negra sirve para describir a Neruda a través de una anécdota. Resulta que un pedazo de madera flotaba en el mar. El poeta lo divisó por el ventanal y, pese al fuerte temporal, le dijo a Matilde: “Ve a buscarla, que el océano le trae la mesa al poeta”. Cuentan que ella, aún a riesgo ahogarse, se metió vestida al siempre helado Pacífico y logró su misión. Así, ese tablón destinado a pudrirse se convirtió en un escritorio para Neruda.
Otra de las coincidencias entre las casas es la sensación de que en algún momento uno se va a tropezar o se va a apoyar sobre alguno de los miles de objetos que están colgados de las paredes o desparramados por el suelo, en mesas o en estanterías. A veces, hasta parece que tuvieran vida propia y consumieran el oxígeno con su respiración.
Hay desde caracolas hasta mascarones de proa, pasando por pequeños barcos de madera, conchas marinas, máscaras, mariposas, campanas, diablos, espuelas y libros, entre otras tantas cosas. Para el escritor español Manuel Vicent, “este acopio compulsivo, ejemplo de horror al vacío, produce cierto desasosiego al deambular por los espacios de esa casa”.
Al ingresar a cada una de las casas uno puede imaginarse cómo sería allí dentro la vida de este poeta que tuvo un larga carrera diplomática, como embajador en París y cónsul en Rangún (Birmania), Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid, lugares en los que entabló amistades con sus colegas Federico García Lorca y Rafael Alberti, entre otros.
En esos viajes también se cruzaron los amores. Se casó en 1930 con la holandesa María “Maruca” Antonia Hagenaar, con quien tuvo a Malva Marina Trinidad, su única hija, que nació en 1934 con hidrocefalia y falleció ocho años después. En 1936 se despidió de ellas en Mónaco y nunca las volvió a ver: ya estaba enamorado de la argentina Delia del Carril, su segunda mujer pero no la última.
Luego llegaría Matilde, a quien conoció en 1946 aunque la relación oficial empezó en setiembre de 1949 y lo acompañaría hasta el último día de su vida: el 23 de septiembre de 1973, doce días después del golpe militar de Augusto Pinochet. La muerte de Neruda aún es investigada, ya que hay quienes creen que en realidad fue asesinado. De todos modos, quedan las historias, su obra y sus casas.
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