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El G7, Hiroshima y el símbolo de la memoria

Esta histórica reunión del G7 se convirtió en un claro mensaje sobre la necesidad de construir un mundo sin armas nucleares.

Eduardo Tempone (*)

No fue una visita más. Esta vez, los protagonistas fueron los líderes de los países más desarrollados del mundo, de la Unión Europea y de los ocho países invitados, los que llegaron hasta el Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima. Allí los recibió el anfitrión de la Cumbre de este año, el primer ministro japonés Fumio Kishida.

Cada año cientos de miles de personas recorren el Parque, ubicado precisamente allí donde en una mañana soleada de agosto de 1945 cayó la primera bomba atómica. Bastó una milésima de segundo para convertir a la ciudad y sus alrededores en un verdadero infierno, donde la muerte y la destrucción dejaron sus huellas para siempre.

Setenta y ocho años después de ese terrible acontecimiento, los líderes tuvieron la oportunidad de ver en el Museo los daños humanos, las pertenencias personales dejadas por las víctimas, miles de fotos, y otros objetos que revelan el desastre de la bomba atómica. Y también de escuchar el relato de sobrevivientes, que transmiten lo que realmente sucedió ese 6 de agosto de 1945. Algo que, con aterradora minuciosidad, Tamiki Hara narró en “Flores de verano” (1947). Un testimonio de las vivencias de aquella tragedia en el preciso momento de la explosión. Un testimonio de los horrores que contemplaron los ojos desconcertados de las víctimas y los sobrevivientes.

Frente al cenotafio, los líderes mundiales depositaron ofrendas florales. Justo allí, en ese monumento con forma de arco abovedado diseñado para proteger los más de 330.000 muertos de ese bombardeo atómico, ya sea por la explosión inicial o por la radiación posterior. Otros nombres se van agregando cada año. Y en los últimos cinco años se incluyeron más de 40.000.

Esta histórica reunión del G7 se convirtió en un claro mensaje sobre la necesidad de construir un mundo sin armas nucleares. Especialmente en un período en el que, en lugar de alejarnos del tipo de destrucción representada por Hiroshima, el mundo está viendo cómo se construyen más armas de este tipo y se imponen menos restricciones a su propagación.

Si bien el número de ojivas nucleares confirmadas en todo el mundo ha disminuido en forma significativa, de alrededor de 70.000 durante la Guerra Fría a cerca de 12.700 en la actualidad, se espera que los arsenales crezcan en la próxima década, como consecuencia de las tensiones geopolíticas y el deterioro del entorno de seguridad. Tendencia que preocupa. Hoy, los países cuentan con mayor capacidad destructiva y el régimen mundial de no proliferación nuclear se ha tornado más frágil.

Un total de nueve países tienen arsenales nucleares, incluidos Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia, Francia, China, Corea del Norte, Israel, India y Pakistán, según la Campaña Internacional para abolir las armas nucleares (ICAN).

Promovido por Japón, el G7 adoptó en esta reunión la “Visión de Hiroshima sobre desarme nuclear”. Un reconocimiento compartido sobre la importancia de mantener el historial de no utilización de armas nucleares; mejorar la transparencia; reducir aún más el arsenal mundial, asegurar la no proliferación y promover los usos pacíficos de la energía nuclear. Y el primer ministro Kishida alentó a dar el primer paso hacia el ideal de que nuestros hijos, nietos y aquellos que nacerán en el futuro vivan en un planeta sin armas nucleares.

El desarme nuclear no es algo que pueda lograrse a través de acciones unilaterales en un entorno de creciente desconfianza mutua, donde es muy poco probable que la buena voluntad de un país sea correspondida por otros.

Debido a que la seguridad internacional se basa inherentemente en las relaciones entre las naciones, la pregunta es cómo revertir la espiral negativa actual y lograr el desarme nuclear. Para hacerlo es necesario construir confianza y mantener viva la memoria sobre las consecuencias devastadoras del empleo de armas nucleares.

La Llama de la Paz, que se encendió en 1964 al lado del cenotafio, en el centro del Parque, fue un símbolo de esperanza y de protesta. Esa llama albergaba la firme promesa de apagarla cuando el mundo se deshiciera de todas las armas nucleares. Hasta entonces, seguirá encendida.

(*) Diplomático


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