El valor de las escuelas de parajes
La educación rural no sólo enseña contenidos, sino que enseña a valorar, a compartir y a sostenerse en comunidad.

Hay lugares que dejan huellas. Para nosotras, uno de esos lugares es la escuela rural donde transitamos nuestra infancia. Esa pequeña institución, rodeada de cerros, viento y meseta fue mucho más que un espacio de aprendizaje, significó un segundo hogar, un punto de encuentro con la comunidad y el territorio. Ahí comenzaron nuestros primeros pasos de escolaridad, y también la construcción de nuestras identidades culturales.
Años después, tuvimos la oportunidad de volver a esas escuelas, pero ya no como alumnas, sino como futuras docentes. Somos estudiantes del IFDC Fiske Menuco y hace unos días realizamos nuestra práctica docente en contexto rural, en el paraje de la Línea Sur rionegrina Comi-có. Esta experiencia nos trajo muchos recuerdos sobre lo que fue nuestra infancia en ese contexto.
Una situación sorpresiva fue cuando llegamos a la escuela y la directora era Mónica, una querida maestra que dos de nosotras tuvimos. El reencuentro con ella, nuestra seño de primaria, fue un momento gratificante y emotivo. Por instantes, volvimos a sentir ese apego genuino que una niña tiene hacia su docente, ese cariño, esa ternura, ese abrazo que remitió al tiempo en que transitamos nuestra escolaridad junto a ella. Mónica fue quien nos acompañó en nuestros primeros pasos educativos, y ahora, al vernos convertidas en jóvenes adultas, no pudo evitar emocionarse.
Para nosotras, como futuras docentes, fue especialmente significativo compartir con ella y ver en qué nos estamos formando. Aquella mirada que antes nos reconocía como niñas, hoy nos contempla como estudiantes, como futuras colegas. Su emoción nos hizo sentir el valor que tiene, para los docentes rurales, ver que quienes fueron sus estudiantes, hoy pueden continuar con su formación. La nostalgia que nos atraviesa nace del vínculo que se formó con nuestra seño, que fue mucho más allá de lo académico. Porque ella, no solo nos enseñó contenidos, sino que fue un sostén afectivo dentro y fuera del aula, su presencia dejó huellas que hoy, como futuras educadoras, reconocemos con admiración.
Realizar prácticas en este contexto fue profundamente movilizador, porque nos permitió vivenciar desde otro punto de vista el oficio docente, mirar con otros ojos lo que antes se daba por sentado: la dedicación de los docentes, el valor de enseñar con pocos recursos, la importancia de cada gesto en la formación de las infancias. Desde esta perspectiva, consideramos que la educación rural no sólo enseña contenidos, sino que enseña a valorar, a compartir y a sostenerse en comunidad.
Al mismo tiempo, regresar a una escuela rural nos permitió reconocer la necesidad de adoptar estrategias de enseñanza flexibles, creativas y contextualizadas. En varios casos, el trabajo docente implica atender a grupos multigrados en los que conviven estudiantes de diferentes edades y niveles educativos. A su vez, requiere una planificación diferenciada y un enfoque integral, que considere el ritmo y las particularidades de cada estudiante.
Consideramos, que la escuela se constituye como un espacio central en la vida social de los parajes, siendo no sólo un lugar de aprendizaje, sino también de encuentros e identidades colectivas. Sin embargo, este tipo de instituciones enfrenta una serie de desafíos estructurales, como el aislamiento geográfico, la escasez de recursos materiales y la disminución de la población rural, debido a los procesos migratorios hacia las ciudades. Muchas familias se ven obligadas a trasladarse en busca de oportunidades laborales o de formación lo que condiciona la permanencia de los habitantes principalmente jóvenes en esos lugares.
Para nosotras, resulta necesario reivindicar los espacios de enseñanza rural como ámbito de construcción de ciudadanía y de desarrollo integral de las personas. Las escuelas que se encuentran en estos contextos no sólo cumplen una función educativa, sino también social y comunitaria, ya que contribuyen a formar futuros ciudadanos comprometidos con su entorno. A su vez, promover la permanencia de las juventudes en sus lugares de origen es un desafío y una necesidad, dado que su presencia es fundamental para garantizar la continuidad y el fortalecimiento de las comunidades rurales. Por lo tanto, creemos firmemente que estos territorios no deben quedar relegados, sino por el contrario, deben ser reconocidos como espacios de identidad e historia donde hay un bagaje de saberes y culturas como la lengua y los conocimientos del pueblo mapuche.
*Estudiantes del IFDC Fiske Menuco (General Roca) oriundas de El Cuy y de Colán Conhue.

Hay lugares que dejan huellas. Para nosotras, uno de esos lugares es la escuela rural donde transitamos nuestra infancia. Esa pequeña institución, rodeada de cerros, viento y meseta fue mucho más que un espacio de aprendizaje, significó un segundo hogar, un punto de encuentro con la comunidad y el territorio. Ahí comenzaron nuestros primeros pasos de escolaridad, y también la construcción de nuestras identidades culturales.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios