Finlandia y la OTAN

Eduardo Tempone *


La neutralidad o el no alineamiento no son suficientes para preservar la seguridad. Ambas posiciones no son formas viables para navegar en medio de las rivalidades de un mundo fragmentado.


Finlandia no suele aparecer en los principales titulares de la prensa internacional. Cuando lo hace, generalmente, es por los logros de su afamado sistema educativo o por distinguirse, por quinto año consecutivo, como el país más feliz del mundo.

Pero esta vez, la petición de sumarse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), ocupa el centro de la casi totalidad de los medios de información y editoriales internacionales.

A partir de la guerra de Ucrania, Europa transita por el momento de mayor inestabilidad geopolítica que ha vivido el continente desde la Guerra Fría. Y en ese contexto, el ingreso de Finlandia a la OTAN marcaría un cambio radical en la postura estratégica de Helsinki. Un hecho que pondría fin a casi ocho décadas de neutralidad militar y traería amplias ramificaciones para el norte de Europa y para la seguridad transatlántica.

No obstante, y una vez que Finlandia, y seguramente Suecia, presenten sus solicitudes de ingreso, los 30 miembros que integran la organización deberán decidir por consenso hacer una invitación formal. Quizás pueda ocurrir en junio, en la cumbre de la OTAN en Madrid. Y en el caso de ser aceptados, la membresía se haría efectiva solo cuando se concreten los procesos nacionales de ratificación.

Hace veintisiete años, el pueblo finlandés votó con entusiasmo la propuesta de unirse a la Unión Europea y quedó amparado por la cláusula de defensa mutua en caso de una agresión externa. Pero, al igual que Suecia, su vecino oficialmente neutral e históricamente pacífico, se mantuvo con una actitud cautelosa y alejada de la OTAN, lo que para la mayoría de la población y de los partidos políticos finlandeses ya no es suficiente para garantizar seguridad.

Cuando en 2014 Rusia anexó Crimea, se produjo un cambio de actitud en estos dos países que, hasta ese momento, habían decidido una neutralidad que los preservó de cualquier conflicto. Desde entonces, Suecia y Finlandia intensificaron los ejercicios militares conjuntos y otras formas estrechas de cooperación con la OTAN.

A través de nuevos acuerdos profundizaron los esfuerzos para asegurar la interoperabilidad entre las fuerzas militares, y habilitaron el acceso de la OTAN a sus respectivos territorios en caso de una eventual crisis o emergencia militar.

Durante la era del dominio soviético, Finlandia ya sufrió las consecuencias de dos guerras. El zarpazo ruso en la Guerra de Invierno (1939) provocó la pérdida de parte de su territorio. En 1941, la guerra de Continuación limitó su autonomía imponiéndole una pseudo neutralidad con la llamada doctrina Paasikivi-Kekkonen, bautizada así por los dos presidentes de la posguerra.

Conocida con ciertas connotaciones peyorativas en el resto del mundo como política de “finlandización”, esta doctrina se apoya en una cuestión de realismo estratégico y supervivencia: no irritar a la ex Unión Soviética.

Pero hoy, la neutralidad o el no alineamiento no son suficientes para preservar la seguridad. Ambas posiciones no son formas viables para navegar en medio de las rivalidades de un mundo fragmentado con la amenaza de una tercera guerra mundial acercándose cada vez más. Situadas al borde de un abismo, la opción de Finlandia y Suecia es unirse a la OTAN.

Sin embargo, los efectos geopolíticos serían significativos para Rusia. En principio, más allá de la extensa frontera terrestre compartida, Finlandia y Rusia son vecinos costeros a lo largo del Golfo de Finlandia donde el enclave ruso de Kaliningrado sirve como hogar de la flota del Mar Báltico de Moscú.

En el caso de que Finlandia y Suecia entren a la OTAN, Rusia quedaría rodeado por miembros de la alianza militar y el Mar Báltico sería una suerte de lago interno de la OTAN. Por otra parte, podría alterar aún más la relación económica tradicional con Rusia y exponer al país al riesgo de represalias, como lo ha advertido Moscú durante los últimos días.

Una inexorable disyuntiva de la que será difícil escapar y que los expertos califican como el “dilema de la seguridad”. Esta idea explica por qué es imposible distinguir las medidas defensivas de las ofensivas.

En todo caso, digan lo que digan los geopolíticos, está claro que en política internacional no hay nada mejor que llevarse bien con el vecino.

* Diplomático


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