Formar pensamiento crítico en tiempos de sospecha
La reciente denuncia por supuesto “adoctrinamiento” a docentes de una secundaria en Roca vuelve a poner en debate qué entendemos por educación y cuál es el rol docente en la formación de sujetos críticos.

Las aulas no son trincheras ideológicas, pero tampoco espacios desprovistos de posicionamiento político. Educar —como elegir una prenda, participar en una comunidad o consumir— produce efectos, transforma, moviliza sentidos.
Lo político no siempre es partidario, pero lo partidario es inevitablemente político.
La reciente denuncia por supuesto “adoctrinamiento” a docentes de una escuela secundaria en General Roca – Fiske Menuco vuelve a poner en debate qué entendemos por educación y cuál es el rol docente en la formación de sujetos críticos.
Trabajar con el texto argumentativo —como lo hacían los docentes denunciados— no es inculcar una ideología, sino todo lo contrario: es ofrecer herramientas para analizar, debatir, disentir, posicionarse. No se trata de imponer una mirada, sino de reconocer la capacidad de los y las estudiantes de pensar, juzgar e interpelar lo que reciben, incluyendo los discursos dominantes.
El estudiante como partícipe activo de la educación
Desde una perspectiva histórico-cultural, el estudiante no es un recipiente pasivo que simplemente absorbe lo que se le transmite. Cómo bien dicen los investigadores en Educación Ricardo Baquero y Flavia Terigi, en el proceso educativo se produce una compleja construcción de sentidos, en la que el sujeto se posiciona activamente, frente a los contenidos y frente al mundo. En este contexto, cobra especial relevancia el rol del docente como mediador simbólico, ya que no transmite «neutralmente» saberes estancos, sino con responsabilidad ética, habilitando marcos de diálogo, poniendo en tensión sentidos cristalizados, y reconociendo a los y las estudiantes como sujetos capaces de interpretar, re-significar y transformar.
Esta capacidad simbólica del sujeto —como plantea Gustavo Schujman— es constitutiva de lo humano: implica generar sentido a partir de la experiencia, construir relatos, preguntarse por el mundo y por el lugar que uno ocupa en él. El aula es uno de los pocos espacios donde esa capacidad puede desplegarse en diálogo, conflicto y construcción colectiva.
Educar es también habilitar la palabra y el pensamiento del otro. Confiar en que el estudiante puede apropiarse críticamente de lo que se le ofrece. Por eso, la enseñanza no puede reducirse a un acto técnico, ni puede pretender ser neutral: es una práctica ética y política, que habilita u obstruye el pensamiento del otro.
Tomer en cuenta todas las voces
El filósofo coreano Byung-Chul Han advierte que hoy la comunicación tiende a volverse monólogo: encerrados en cámaras de eco, solo oímos versiones de nosotros mismos. Así se anula la escucha, y con ella, la posibilidad del acontecimiento discursivo. Frente a esa lógica, el aula puede ser uno de los últimos refugios donde aún sea posible encontrarse con la voz del otro. No como ruido a callar, sino como interpelación que nos saca de nosotros mismos. Educar es resistir la cancelación de lo discursivo: sostener espacios donde pensar no sea un ejercicio solitario, sino parte de una trama viva de diálogos, disensos y preguntas compartidas.
Leonardo Álvarez Álvarez habla de la paradoja educativa y la expone claramente: pretender neutralidad absoluta es ya una toma de posición. Quienes denuncian adoctrinamiento no siempre defienden la libertad de pensamiento, sino que suelen preservar un orden discursivo que teme a la crítica. Porque, ¿qué es formar pensamiento crítico, si no es habilitar a los jóvenes a dudar, a cuestionar, a imaginar que el mundo puede ser distinto?
En una época donde los y las jóvenes acceden a múltiples fuentes de información —redes, medios, plataformas—, la escuela no puede limitarse a “transmitir contenidos”. Debe ser el espacio donde se ponga en cuestión lo dado, donde la palabra y la escucha tengan lugar, donde las preguntas sean bienvenidas.
No se trata de “formatear” conciencias, sino de formar sujetos capaces de tomar posición con argumentos, sensibilidad y responsabilidad, compartiendo y aprendiendo de los diferentes puntos de vista.
En definitiva, educar es confiar en que otro puede pensar. Y eso, hoy más que nunca, es un acto profundamente político.
* Psicóloga y Docente de Nivel Superior.

Las aulas no son trincheras ideológicas, pero tampoco espacios desprovistos de posicionamiento político. Educar —como elegir una prenda, participar en una comunidad o consumir— produce efectos, transforma, moviliza sentidos.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios