La rebelión de los superfluos

Muchos temen que Mamdani se las arregle para convertir Nueva York en una zona  tercermundista equiparable con Detroit y Chicago, que se asemejan más a La Matanza que a una ciudad típica de Estados Unidos.

Para desconcierto de muchos, el próximo alcalde de la ciudad ultra-capitalista de Nueva York que un cuarto de siglo atrás sufrió un ataque yihadista devastador en que murieron casi tres mil personas, será Zohran Mamdani, un izquierdista musulmán que se ha comprometido a congelar los alquileres, además de hacer gratuitos el transporte público y el cuidado infantil.

Tales propuestas entusiasmaron a sus correligionarios, que en la capital financiera de Estados Unidos están desplazando a los judíos, y a muchos progres jóvenes que comparten sus vehementes sentimientos anti-sionistas: Mamdani dice que ordenará la detención de Benjamín Netanyahu si el premier israelí procura asistir a una reunión de las Naciones Unidas en la ciudad que manejará. También comparten su voluntad de hacerle la vida imposible a Donald Trump que a menudo comparan con Hitler.

No sólo republicanos como Trump, que lo llama “un comunista lunático”, sino también muchos demócratas, temen que Mamdani se las arregle para convertir Nueva York en una zona de desastre tercermundista equiparable con Detroit y Chicago, ciudades que se asemejan más a La Matanza que a lo que uno esperaría encontrar en Estados Unidos.

Los escépticos creen que los neoyorquinos multimillonarios, y sus empresas, se mudarán a Florida o Texas, privando así al alcalde del dinero que necesitaría para financiar sus ambiciosos proyectos “socialistas”, y que, debido a su evidente hostilidad hacia la policía, habrá un estallido de criminalidad.

El movimiento a favor de Mamdani cobró fuerza merced al apoyo que recibió de muchos jóvenes recién salidos de universidades que pronto aprendieron que sus diplomas no les garantizaban los ingresos altos que habían previsto, algo que, en una ciudad en que todo es más caro que en otras partes de su país, les pareció sumamente injusto.

Los norteamericanos que se endeudaron hasta el cuello para estudiar materias politizadas de escaso valor práctico como estudios raciales, coloniales o de género, no son los únicos de su generación que se sienten víctimas de una estafa. En virtualmente todos los países, abundan los convencidos de que merecen vivir mejor, de ahí el desprestigio de “la casta” política local y la voluntad de confiar en personajes que juran saber lo que hay que hacer para producir los cambios con que sueñan.

En sociedades acostumbradas a ser gobernadas por quienes hablan como progresistas, como la argentina, tales rebeldes se sienten atraídos por políticos considerados derechistas, de ahí el surgimiento de Javier Milei, mientras que en Estados Unidos, que siempre ha sido un país de cultura pro-capitalista en que se respeta mucho a los empresarios, está en boga optar por variantes izquierdistas. Lo que quieren jóvenes que se suponían destinados a disfrutar de una vida más confortable que la que tiene, es probar suerte con una modalidad que sea radicalmente distinta.

Por desgracia, no hay motivos para creer que los esquemas novedosos que se han propuesto sirvan para resolver los problemas planteados por la evolución de economías que, impulsadas por avances tecnológicos, están haciéndose cada vez más exigentes.

Se han ido los días en que la industria y actividades afines repartían millones de puestos de trabajo bien remunerados; las fábricas automatizadas son mucho más eficaces que las de antes. Asimismo, la computación está erosionando con rapidez empleos que requieren cierta capacidad intelectual, razón por la cual jóvenes que en el pasado hubieran ganado bien cumpliendo funciones oficinescas tienen que conformarse con hacer tareas que a su juicio les son indignas.

No es la primera vez que en distintos países la paz social se ve amenazada por un superávit de personas que se habían preparado para un orden socioeconómico distinto a aquel que tendrían que enfrentar. A mediados del siglo XIX, el gran escritor ruso Iván Turgenev introdujo el concepto del “hombre superfluo”, un individuo vigoroso y bien instruido que no pudo desempeñar un papel significante en la sociedad en que vivía; por razones comprensibles, tales personas se oponían al orden establecido, y desde entonces sus equivalentes han protagonizado muchas rebeliones y revoluciones.

Puesto que en la actualidad “los superfluos” están multiplicándose a un ritmo frenético, no extrañaría que los años próximos sean caóticos tanto en países pobres como en los aún relativamente prósperos. Aun cuando no estallen las guerras civiles en América del Norte y Europa que algunos vaticinan, habrá conflictos difícilmente manejables entre los diversos grupos “de identidad” que están luchando para defenderse contra los resueltos a ocupar su lugar en la jerarquía social o para forzar a los demás a someterse a sus criterios.


Para desconcierto de muchos, el próximo alcalde de la ciudad ultra-capitalista de Nueva York que un cuarto de siglo atrás sufrió un ataque yihadista devastador en que murieron casi tres mil personas, será Zohran Mamdani, un izquierdista musulmán que se ha comprometido a congelar los alquileres, además de hacer gratuitos el transporte público y el cuidado infantil.

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