La tragedia que no debió pasar ¿Quién cuida a los nadadores?

Lo que le ocurrió a Matías Bottoni de tan solo 17 años, no fue un accidente fortuito, sino resultado directo de fallas sistémicas.

Hay momentos que no deberían acontecer. Un minuto aciago donde una cadena de omisiones y descuidos se traduce en una tragedia evitable. Se dice hasta el hartazgo que si algo se puede evitar no es accidente y que lo fortuito pierde sentido cuando se pudo impedir.

Lo que le ocurrió a Matías Bottoni de tan solo 17 años, no es un accidente fortuito, sino el resultado directo de una falla sistémica: de normas no cumplidas, de protocolos ausentes o mal aplicados, de prevención insuficiente.

A comienzos de mayo, durante el campeonato nacional de natación en el Parque Roca (Olímpico) de Buenos Aires, Matías practicaba una partida en el andarivel 0, habilitado para ese fin, cuando un nadador invadió la zona de forma indebida. Matías se lanzó al agua y chocó su cabeza contra la espalda del otro deportista, quedando su cuerpo inmóvil bajo el agua.

Fue rescatado por una compañera guardavidas. El diagnóstico fue perturbador: fractura de vértebra cervical con compromiso medular. Lo operaron de urgencia durante cuatro horas, tras superar trabas burocráticas de la organización y de su obra social. Su movilidad quedó comprometida y la posibilidad de volver a caminar incierta.

Los costos de las prestaciones medico asistenciales forzaron a sus padres a recurrir a los medios, para pedir ayuda económica. Ante la perplejidad que genera el hecho, cabe preguntarse: ¿Cómo es posible que, en un torneo nacional, con deportistas de todo el país y del extranjero, no se hayan garantizado medidas mínimas de seguridad? ¿Cómo puede ser que un simple ejercicio de calentamiento termine con una vida transformada para siempre?

Todos saben que en la natación está prohibido invadir zonas ajenas. Pero cuando falla la organización, cuando no hay personal de control, cuando no se señaliza, cuando se descuida lo básico, todo puede salir mal.

Las natatorios no son peligrosas por sí mismos. Lo son la improvisación, el desorden, la desidia. No se trata de buscar culpables individuales, sino de entender que la seguridad en el deporte depende de una política planificada, ejecutada y supervisada rigurosamente.

Las normas deben estar escritas, comunicadas, exhibidas y, lo más importante, aplicadas.
La jurisprudencia es clara: los natatorios tienen una obligación de resultado fundado en el deber de seguridad, es decir garantizar que quienes ingresen al mismo, salgan sanos y salvos o al menos en las mismas condiciones en las que accedieron.

A la vez existe un deber genérico de prevención (Art. 1710 CCYC) sustentado en la obligación de no generar un daño no justificado o de no agravarlo en caso que se haya producido. También se debe tener presente que cuanto mayor sea el deber de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas, mayor es la diligencia exigible por ello (Art. 1725 CCYC).

Es urgente que federaciones, clubes, entrenadores y organizadores revisen protocolos, actualicen prácticas y hagan visibles las normas mediante cartelería y señalización clara. Desde la presencia de guardavidas, el respeto por los carriles de uso de los nadadores cuando hay más de uno por andarivel, la organización de los sectores por nivel de nado, hasta la delimitación clara de accesos y salidas: cada detalle cuenta.

Mucho más en piletas descubiertas con trampolines, durante el verano, donde la recreación mal entendida conlleva a la anarquía. No importa cuán experimentado sea un deportista: si es menor, su protección es responsabilidad de los adultos. Entrenadores, dirigentes y personal deben estar capacitados y actualizados en seguridad, responsabilidad legal y protocolos.

Cada entrenamiento y cada competencia, más al nivel referido, debiera contar con un responsable exclusivo de seguridad activa.

La buena voluntad no alcanza, se necesitan reglas claras. Lo que hoy lamentamos a este nivel competitivo, puede volver a pasar con más razón aún, en tantos otros ámbitos, si no actuamos.
Hagamos de esta tragedia un punto de inflexión y de reflexión. Porque hay dolores que no se pueden revertir, pero sí podemos evitar que otros los sufran. Ya no hay más excusas.

*Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com