La gran bestia pop del básquet mundial

Más allá de palmarés, a Gregg Popovich lo distinguió su mirada inquieta, su sensibilidad, su capacidad de ir más allá de la cancha. Todo bajo su filosofía: el enfoque en los detalles.

¿Se puede hablar de un entrenador de baloncesto sin hablar, casi, de baloncesto?

Gregg Popovich, quien a los 76 años padeció un derrame cerebral que lo obligó a dejar el banquillo de los Spurs después de 29 años, ha demostrado que sí.

Hijo de padre croata y madre serbia, Popovich creció en East Chicago, Indiana, un lugar con 43 % de población negra y muchos hispanohablantes, en una comunidad obrera del proyecto Sunnyside, una zona integrada con familias puertorriqueñas, negras, checoslovacas y serbias.

Se graduó en 1966 en el Instituto Merrillville y, en 1970, en la United States Air Force Academy. Allí jugó cuatro años al baloncesto y fue capitán y máximo anotador en su último año. También estudió sociología y sirvió en la Fuerza Aérea durante cinco años, tiempo en el que viajó por Europa del Este y la entonces Unión Soviética, mientras integraba el equipo de baloncesto de las Fuerzas Armadas estadounidenses.

Desde 1996 hasta el final de la temporada 2024-25 fue el entrenador principal de los San Antonio Spurs de la NBA. Con ellos ganó cinco campeonatos y, con la selección de Estados Unidos, una medalla de oro olímpica en Tokio 2020. En marzo de 2022 se convirtió en el entrenador con más victorias en la historia de la NBA. Tras retirarse del banco, hace pocos días, asumió como presidente de operaciones de baloncesto de la franquicia texana.

Más allá de su admirable palmarés, siempre lo distinguió su mirada inquieta, su sensibilidad, su capacidad de ir más allá de la cancha signadas por su filosofía: “El enfoque en los detalles, es lo que hace la diferencia entre los buenos y los grandes”.

Popovich ha donado millones de dólares a causas sociales, ha sido activo defensor de los derechos civiles y se considera amante de la ópera.

Su compromiso trasciende los esquemas tácticos, así quiso conocer la historia personal de sus jugadores. Al descubrir a Tim Duncan, viajó a las Islas Vírgenes para conocer a su familia. Hizo lo mismo con Manu Ginóbili, cuando en julio de 2005 llegó a Bahía Blanca: “Quería ver de dónde venía Ginóbili, porque es muy importante. Es genial ver a alguien que llega de tan lejos para ser tan grande en la NBA”.

Aunque inicialmente guardó distancia, el bahiense terminó por convertirse en una de sus debilidades, junto a Parker y Duncan: “por su personalidad y su manera de ser y trabajar”.

Fue emocionante verlo aparecer en imagen en el Parque Roca, en el festejo por los 20 años de la Generación Dorada, para rendir homenaje a aquel “milagro” que fue la selección argentina campeona olímpica de Atenas 2004.

Popovich tenía una rutina que lo revela por completo: cada año regalaba a sus jugadores un libro pensado especialmente para cada uno. Les proyectó el filme Chi-Raq (2015) junto a su director, Spike Lee; también El nacimiento de una nación, financiado por Tony Parker. Llevó al equipo a escuchar al velocista John Carlos, leyenda del Black Power en México 68. Visitaron el Museo Nacional de los Derechos Civiles en Memphis, el Monumento al Holocausto en Washington, y asistieron a musicales sobre hip hop y negritud en Broadway. Entre los libros que les regaló, estaba “Entre el mundo y yo”, una carta de una madre afroamericana a su hijo sobre la identidad y el dolor en EE.UU.

Su visión integral del mundo lo convirtió en un verdadero docente con traje de entrenador. Para muchos de sus dirigidos, fue una figura paternal. Frases suyas como “La simplicidad es la mejor forma de profundidad”, “Los equipos ganan campeonatos, no los jugadores individuales” o “No puedo hacer a mis jugadores mejores, solo puedo ayudarles a descubrir lo buenos que pueden ser”, resumen su legado. También: “La verdadera grandeza se mide por cómo ayudas a los demás a crecer”.

El pasado 2 de mayo, en una aparición pública con dificultades para caminar y subir escaleras, flanqueado por Manu y Duncan, Popovich se presentó con humor y en español como “El jefe”. Su presencia emocionó, demostrando que su lucha y su amor continúa, incluso en la adversidad.

Steve Kerr, actual entrenador de los Golden State Warriors y uno de sus discípulos más cercanos, dijo sobre él: “La cantidad de personas a las que Pop ha influido, la cantidad de entrenadores que ha formado… es simplemente increíble. Pop es una de las personas más importantes en mi vida, por muchas razones, y la mayoría van mucho más allá del baloncesto”.

Lo dicho confirma la respuesta a la pregunta inicial y a lo afirmado alguna vez por el creador de la Liga nacional León Najnudel: “Un entrenador de básquet, entre otras cosas, debe saber algo de básquet”.

Gregg Popovich no solo cambió la forma de dirigir un equipo: cambió la forma de mirar el deporte, de ejercer el liderazgo, de educar. Lo hizo con arte. En un mundo hipercompetitivo, muchas veces brutal, él eligió un camino diferente. Por eso su legado es tan profundo como inspirador. No es solo un entrenador legendario. Es, en el mejor sentido, un maestro de la vida.


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