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La utopía de la sociedad sin Estado

Cuando el Estado se retira no viene el utópico reino de la libertad que proclaman los anarquistas, sino el de las mafias, y una vez que éstas se entronizan es muy difícil sacarlas.


Hubo sociedades sin Estado. Las comunidades de cazadores recolectores que existieron en la prehistoria no tenían Estado. Incluso las pocas que hoy quedan -en la selva amazónica, por ejemplo- tampoco tienen Estado. Son sociedades muy pequeñas, con pocas funciones y muy poco sofisticadas en cuanto a la vida que llevan: a lo sumo congregan unos cientos de personas. También hubo una sociedad gigantesca y muy sofisticada, que vivió durante siglos sin Estado: ese anarquismo fue lo que le sucedió a Europa y al Norte de Africa en el siglo V tras la caída del Imperio Romano en occidente. Surgió de un colapso histórico, no como algo planificado.

Nadie que hoy viva en una sociedad populosa y compleja y conozca mínimamente cómo han vivido las comunidades en los casos excepcionales en los que no hubo Estado podría comprender que una persona lúcida tenga como proyecto realista construir una sociedad sin Estado. Sin embargo, el sueño del actual presidente argentino, Javier Milei, es que en un futuro próximo podamos lograr eso. Para ir lográndolo trata desde ahora de retirar al Estado argentino de todo lo que la realidad política le permita.

Cuando el Imperio Romano colapsó no solo desapareció el poder político central sino una enorme cantidad de instituciones que garantizaban la vida ciudadana en todos los órdenes, incluso en lo relativo a la seguridad o la educación (por eso, muy rápidamente, las poblaciones europeas, que habían sido todas letradas -incluyendo a los esclavos y a las mujeres-, se volvieron analfabetas y recién 13 siglos más tarde, con la modernidad, se volvió a instaurar la escuela pública). Cuando el imperio romano colapsó, lo primero que surgió fueron mafias.

El Estado se retira y el espacio lo ocupa alguien: el más fuerte. Eso que sucedió con la caída del Imperio Romano se ve en las sociedades modernas cuando el Estado abandona a los sectores más pobres: en esos espacios comienza a instalarse una mafia que, al mismo tiempo que coacciona violentamente a los ciudadanos también los protege, impone su orden y crea nuevas instituciones.

Eso se vio en Río de Janeiro cuando la mafia copó las favelas a partir de los 90 -tras el retiro del Estado- y en Ecuador en los últimos 10 años, lo que lo transformó de uno de los países más pacíficos de América en el quinto más violento del planeta.

Cuando el Estado desaparece o se retira no surge el paraíso.

Jamás sucedió eso: aparecen bandas armadas que se adueñan de todo por la fuerza e imponen su ley, que es el capricho del jefe de la banda, sin controles ni posibilidades de debate. Solo otra banda, igualmente salvaje, puede disputarle el poder.

Esto fue lo que le sucedió a Europa tras la caída del Imperio Romano, y las primeras bandas armadas que se adueñaron del poder en las pequeñas ciudades y fundaron reinos mínimos fueron las bandas de guardias de frontera -los únicos armados que quedaron en pie- que habían creado los últimos emperadores, que ya no tenían ni siquiera un ejército como en la viejas épocas gloriosas.

Algo parecido sucedió en Rusia tras la caída del comunismo: los agentes de los servicios de inteligencia y los militares y policías formaron bandas criminales que se disputaron y repartieron el poder político, creando una nueva oligarquía, que es la que desde entonces domina Rusia, bajo formas más o menos civilizadas luego de años de lucha salvaje.

En todos los casos pasa lo mismo: cuando el Estado se retira no viene el utópico reino de la libertad que proclaman los anarquistas, sino el reino de las mafias, y una vez que las mafias se entronizan es muy difícil sacarlas, como se ve en Rosario.

La historia argentina es pendular. Pasamos de la modernización capitalista liberal de la década del 90 a la glorificación de la intervención estatal durante los 20 años de kirchnerismo.

Vamos de un extremo al contrario sin detenernos en un medio razonable. Queremos “todo o nada” (incluso ahora es una consigna gubernamental).

Venimos de un Estado Presente que regulaba absolutamente todo a un Estado Ausente que no quiere que quede en pie ninguna regulación. El Presidente ya ha dicho que, si de él dependiese, permitiría que se condujera borracho, cree que es autoritario que se exija el cinturón de seguridad y le parece mal que haya semáforos. Todo o nada.

El problema con la desregulación total y con el retiro del Estado de todas partes es que se crea el caldo de cultivo para que surjan las mafias. Lo que el Estado no da, la mafia lo presta. Quisimos escapar del sofoco a la libertad que significaron los cuatro gobiernos estatistas del kirchnerismo y ahora tenemos el otro extremo: la ausencia total de solidaridad social y de protección estatal.

¿Alguna vez votaremos una propuesta racional?


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