Los chips de Taiwán

Redacción

Por Redacción

Cuanto más pequeños más poderosos. Y cada vez más sofisticados. Aunque no siempre se ven, están en todas partes. Son esenciales en la vida moderna. Tienen miles de millones de componentes, se producen en fábricas ultra avanzadas y su construcción cuesta decenas de miles de millones de dólares. Todos necesitan de los famosos microprocesadores, en especial de aquellos que salen de las fábricas de Taiwán. Un indiscutido líder mundial de la industria.

Las empresas taiwanesas convirtieron a esta pequeña isla frente a la costa de China en un centro neurálgico de fabricación y exportación de microchips en el mundo. Especialmente, de los súper avanzados. Esto fue el resultado de un plan estratégico iniciado en la década de los ochenta que transformó una economía, hasta entonces basada en el arroz y la agricultura, y dio origen a un conjunto de compañías tecnológicas de vanguardia.

Gran parte de los dispositivos que se usan a diario, como computadoras, automóviles, celulares, equipos médicos, electrodomésticos, videojuegos, maquinarias agropecuarias, equipos industriales complejos, y hasta aviones de combate, contienen estos minúsculos microprocesadores provenientes de Taiwán. Esos componentes electrónicos microscópicos a los que llamamos semiconductores o chips, se miden en nanómetros, medida de longitud que equivale a la millonésima parte de un milímetro. Y a medida que se reduce el tamaño, todas son ventajas: son más rápidos, consumen menos y tienen más poder de cálculo. Además, realizan funciones muy complejas a grandes velocidades y son la base para fabricar los microcircuitos que usa cualquier aparato electrónico. La mayoría de ellos están hechos con silicio.

Hoy, Taiwán que, por su tamaño entraría casi seis veces en la provincia de Río Negro, pero con una población 30 veces superior, domina la producción mundial y abastece mucho más de la mitad del mercado internacional de semiconductores, y prácticamente la totalidad en los más avanzados.

En ese espacio tecnológico, el fabricante más poderoso del planeta -Taiwán Semiconductor Manufacturing Company (TSMC)- suministra el 92% del mercado de los chips más sofisticados hasta el momento. Proveedora exclusiva de los procesadores de silicio de Apple para iPhone o de componentes clave para gigantes industriales como Qualcomm, la empresa taiwanesa sólo tiene como competidora a la surcoreana Samsung, que la sigue de lejos con el 16% de la comercialización.

Estos diminutos chips informáticos, que pueden incorporar más de 8.000 millones de transistores, son la clave del éxito económico de Taiwán y para algunos, también de su supervivencia geopolítica.

La importancia de estos componentes es tan crítica para el buen funcionamiento de la economía mundial, y en particular de la estadounidense y de la china, que algunos sostienen que sirven de disuasión contra cualquier posible acción hostil sobre su seguridad.

Muchos describen a los microchips taiwaneses como el “escudo de silicio”, que puede protegerla contra una eventual agresión externa. Otros, en cambio, sostienen que el dominio que ejerce Taiwán sobre el sector puede ser un fuerte disparador para que otros países se disputen el control de su destreza tecnológica. Sea de uno u otro modo, y dado que las dos economías más grandes del mundo dependen de la misma fuente, el desarrollo de Taiwán en este campo ha ubicado a la isla en el centro de la agenda geoestratégica de Washington y Pekín. Si la tensión geopolítica se agudiza en esta parte del mundo, las cadenas de producción globales podrían resentirse enormemente en una industria regida por una interdependencia extrema. Situación que ya se experimentó cuando la oferta se vio alterada por los efectos de la pandemia.

Un escenario de estrangulamiento de las cadenas de producción tendría un alto impacto en la economía mundial ya que, para los chips más pequeños y avanzados, no hay sustituto fuera de Taiwán. Ante esa perspectiva, las grandes potencias como Estados Unidos, China y la Unión Europea invierten fortunas para reducir su dependencia de un producto clave de la vida del siglo XXI.

La batalla por los semiconductores es un capítulo central de un mundo que marcha hacia una guerra fría, y acelera el desacoplamiento comercial y tecnológico. Una cachetada más a la globalización.

EDUARDO TEMPONE

Diplomático


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