No es posible callar
Pocas veces he encontrado en personas que respeto y con amplia trayectoria profesional, conclusiones tan enfrentadas, como las despertadas por el remanido “espaldazo” que Estudiantes propinó a Central en su visita al Gigante de Arroyito.
Desde ex jueces que manifiestan les ha parecido una falta de respeto total y absoluta entre colegas, hasta quienes aprecian con inocultable mueca de satisfacción, la valentía del gesto.
Una escena dirigida a repercutir, mucho más allá de las orillas del Río Paraná y que pone en evidencia, un problema más profundo que cualquier mohín puntual: la naturalización de arbitrariedades, que, con los años, han horadado la credibilidad del futbol de cabotaje.
Y ante esa realidad, lejos de desviar la mirada, corresponde valorar toda manifestación que obligue a interrogar la forma en que se decide, se sanciona y se dirige nuestro fútbol. Como alguna vez señaló con acierto el recordado Héctor Tizón, hay ocasiones en que “no es posible callar”.
En tal sentido, conviene ser claros de entrada, ni los jugadores, ni Lionel Messi, tienen por qué cargar con responsabilidades que no les corresponden. Los futbolistas están para competir y expresar, si lo sienten, una postura profesional frente a lo que viven cotidianamente.
Messi, por su parte, ha construido una carrera inmensa sin prestarse a operaciones circunstanciales, y nada hay que lo ate ni lo comprometa con estas disputas de pacotilla. Rencillas, en las que no debiera entrar tampoco el Gobierno, cuando tiene un listado de necesidades de la población mucho más acuciantes.
El problema de fondo no es quién da un pasillo, ni quién recibe una estrella: la cuestión pasa por cómo se deciden esas cosas, con qué procedimientos, con qué niveles de debate, con cuánto respeto a las reglas.
Y cuando un club detecta que el proceso es opaco, que no hay deliberación real, o que las decisiones parecen más el producto de un armado previo, que de un órgano institucional que funcione, es razonable que lo haga saber.
No se puede otorgar un campeonato sin discusión previa; no se puede sancionar a dirigentes como a Juan Sebastián Verón o a jugadores por una conducta simbólica sin ponderar su proporcionalidad; no se debe condicionar a un club a través de amenazas veladas sin violar el deber de imparcialidad que pesa sobre todo órgano disciplinario.
Los clubes, guste o no, tienen no solo el derecho sino el deber, de señalar estas irregularidades. Callar, en este contexto, sería convalidar un modelo donde la previsibilidad se diluye, las decisiones se adoptan por impulso y el reglamento se transforma en un adorno, de uso discrecional para el poder coyuntural.
La manifestación del León —institucional y deportiva— debe leerse en esa clave: no como un acto de rebeldía, sino como un acto de resistencia a imposiciones arbitrarias.
No es casual que, ante la sanción a aplicada a Verón, al capitán y jugadores de Estudiantes, otras hinchadas se hayan manifestado contra Tapia y los actuales popes de la AFA. Tampoco que los hinchas y socios del Pincha, hoy se sientan orgullosos de ser adalides de la disidencia.
Es que la actitud adoptada por el club platense, es la afirmación de un principio básico: las reglas importan más que los nombres propios
Por eso, lo que algunos ven como un desafío o una falta de respeto entre jugadores, prefiero verlo como un gesto saludable. De esos que quedan grabados en la retina y pasados los años los años, se terminan valorando, como el de Peter Norman en aquella tarde mexicana del Black Power, de octubre 1968.
El fútbol argentino no necesita unanimidades silenciosas, precisa de reglas claras, órganos respetados y dirigentes que puedan disentir sin quedar expuestos a represalias. Respaldar una manifestación que apunta a recuperar transparencia, es defender la esencia misma de cualquier competencia seria.
En el fútbol, como en el Derecho, cuando se pierde el respeto por el procedimiento, lo que se rompe no es un reglamento: es la confianza. Y cuando la confianza cae, ningún título alcanza para sostener la legitimidad del juego.
Iñaki Basiloff: volar sobre el agua
Y decirlo, aun mediante la inapelable expresión del lenguaje corporal, es un mensaje tan fuerte como el del referido autor jujeño cuando en los pasos postreros de su camino y fundamentar por qué no es posible callar, simplemente cerró: “…porque callando, se insulta a la verdad”.
*Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com
Pocas veces he encontrado en personas que respeto y con amplia trayectoria profesional, conclusiones tan enfrentadas, como las despertadas por el remanido “espaldazo” que Estudiantes propinó a Central en su visita al Gigante de Arroyito.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios