No esperemos que nos salven los que nos trajeron hasta aquí


Sólo desde la educación se puede y se debe trabajar para aspirar a un país más justo, con real igualdad de trato y de oportunidades.


Mientras ellos piensan en 2023, la gente no llega a fin de mes.

A esta altura, el valor y la fuerza de la palabra presidencial es irrelevante en sus actos cotidianos, porque nos alejaron en demasía tanto de las promesas constitucionales para una realidad distinta propia del señorío de la gente, cuanto del merecido respeto internacional.

Nada discursivamente ético en la casta política, salpica siquiera un palpable bienestar, constitucionalmente comprometido.

En nuestro país, prácticas amañadas vinieron acompañando el comportamiento dirigencial, exponiendo y reduciendo la ética pública a un pronunciado deterioro, déficit o decrepitud y nominalidad, dado que la gobernanza no obedece ni se corresponde con lo que ese valor necesaria e innegociablemente designa e implica, comprende y alcanza.

Evidentemente ha sido muy grande la perdida de los valores morales de nuestra sociedad, cuando no encuentra calificativos la corrupción que desde el poder se ha filtrado e infiltrado entre nosotros.

Hoy solamente mencionando la falta de gas en las escuelas rurales con temperaturas bajo cero, se podría explicar la denigrante desigualdad imperante en nuestro pueblo; un pueblo poco menos, reducido a la indiferencia.

(Tampoco desde hace unos diez días, hay combustible disponible y suficiente para trasladar personas, cosechas y cargas vg., en el norte argentino)

En paralelo y cuando transcurrimos el primer cuarto de este siglo XXI, el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) continua ajeno a todo sacrificio compartido y a todo federalismo, pero muy celoso de sus privilegios unitarios o “bonificaciones excluyentes” (ya por dos décadas) de luz, gas, agua potable, transporte urbano y más, con tarifas meramente simbólicas.

Así las cosas, sólo desde la educación se puede y se debe trabajar para aspirar a un país más justo, con real igualdad de trato y de oportunidades, algo que con lamentablemente desazón tampoco pudimos observar por estos días en postergadas escuelitas rurales del norte argentino, donde las promesas constitucionales ya son mucho menos que una esperanza y mucho más que una utopía; ello si nos ajustamos al artículo 75, inc. 19 cuando prescribe como atribuciones del Congreso Nacional: “Proveer lo conducente al desarrollo humano… al crecimiento armónico de la Nación y al poblamiento de su territorio; promover políticas diferenciadas que tiendan a equilibrar el desigual desarrollo relativo de provincias y regiones…”

Ojalá nuestro trabajo, nuestras decisiones y nuestros ejemplos se correspondieran con nuestras palabras para recuperar confianza y esperanza en el goce de legítimos derechos; para desencarnar la peor utopía en el ánimo popular, cuando sus voces en la calle no encuentran eco en la política.

Abandonando indignas mansedumbres, demos voz y voto a nuestras sólidas necesidades físicas básicas, enfrentando pacifica e hidalgamente a los responsables de sus insatisfacciones, enfrentando a todo lo que nos desiguala, enardece, incomoda, posterga y empobrece como nación, siempre tan injusta y cínicamente, porque la patria es mucho más que el AMBA; la Patria es todo el inmenso territorio donde nuestros hijos se alimentan, se educan, crecen, se curan, conviven en paz, y progresan, seguros.

Por lo mismo, en estos tiempos de confusión, desasosiego, desencuentros y falta de referentes; cuando se ha perdido la confianza en el sistema, en sus representantes y en sus instituciones cada vez que los jóvenes son engañados o los mayores traicionados, más que nunca nos necesitamos los unos a los otros porque todos somos importantes, pero antes, todos debemos sentirnos importantes, singularmente en tiempos de guerra y de pandemia.

Más que una crisis económica o financiera, nuestro país está ante la crisis ética de un pésimo esquema vernáculo de vida, no obstante, lo cual, asombra el conformismo con que gran parte de la sociedad lo contempla, como si se tratara de una mera pesadilla de la cual ya despertaremos.

Es necesario que recuperemos reales valores democráticos, republicanos y morales, que han sido sustituidos sin sonrojo, por la vileza y la avidez del mercado allí donde todo tiene un precio, donde todo se compra, donde todo se vende.

Finalmente, es un derecho y una obligación restaurar la memoria y reclamar un futuro verosímilmente auspicioso para una juventud que necesita reconocerse y ser reconocida, antes de emigrar. Tal vez no sepamos cual es el camino ni sepamos por donde se llega antes, pero si sabemos qué caminos son los que no debemos volver a transitar para que los gritos de zozobra no nos vuelvan sordos y que la incertidumbre de lo cotidiano no se convierta en una normalidad capaz de hacer de piedra nuestros corazones, porque Argentina nunca fue tan mezquina y desalmada, ni habitada por demasiados espectadores y víctimas que, alienadamente, parecieran esperar que nos salven los mismos que nos trajeron hasta aquí.

* Docente e investigador universitario

(El artículo contiene fragmentos del discurso brindado por el cantautor Joan Manuel Serrat en oportunidad de recibir recientemente el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Costa Rica).


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