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Pensar en vez de indignarse

Casi todos nuestros “pensamientos automáticos” nos sirven para protegernos del león o cazar animales grandes, pero pueden ser un estorbo en la sociedad tecnológica. La indignación es un buen termómetro para ver el automatismo tóxico.


Somos nuestro cerebro. Funcionamos según hayamos aprendido (o no) a manejarlo. El cerebro es un 3% del volumen de nuestro cuerpo, pero consume casi el 25% de la energía corporal. Por eso trata de que funciones lo más automáticamente posible porque así gasta menos energía.

Cuando respondemos a un estímulo sin pensar ahorramos energía. Pensar, por el contrario, es una actividad cerebral que gasta mucha energía. Tomamos casi 40.000 decisiones cada día, pero menos de 100 son conscientes.

Mientras más automáticamente respondamos a la realidad -por ejemplo, yendo por la calle que siempre tomamos para ir a tal lugar, lo que solemos hacer sin pensarlo- menos energía gasta el cerebro. El cerebro nos condiciona a pensar lo mínimo posible.

¿Cómo fue que logramos tener respuestas automáticas? Es el resultado de la evolución. Casi todo lo que es automático en el cerebro lo “aprendimos” hace millones o cientos de miles de años. Fue muy bueno para la supervivencia en aquel momento, pero lo que aprendimos era para sobrevivir en otro contexto.

Casi todos nuestros “pensamientos automáticos” pertenecen a la época en que éramos homínidos o recién comenzábamos a ser homo sapiens. Nos sirven para protegernos del león y para cazar animales grandes, pero pueden hoy ser un estorbo para lidiar en una sociedad tecnológica.

La aversión al riesgo nos viene de la época en la que salir a enfrentar al mamut o tirarse desde la cima de la montaña (al estilo Tom Cruise en Mission Impossible) te costaba la vida. Aprender a no tomar esos riesgos te permitía sobrevivir y pasar tus genes.

Más del 99% de las decisiones que tomamos son inconscientes, automáticas. Las pocas de las que somos conscientes están influenciadas por el automatismo. Por ejemplo: votar en una elección presidencial. Creemos que decidimos nuestro voto de manera consciente, pero en realidad no es tan así.

Las personas tenemos muchos “a priori” antes de ser individuos plenamente conscientes de nuestra individualidad. En realidad, ser un individuo es algo rarísimo y por eso la individualización apareció muy tarde en la historia: es un fenómeno reciente. Naturalmente, somos parte de la masa: somos animales de manada, como los lobos.

Como naturalmente somos parte de una manada todos nuestros actos y nuestros pensamientos se adecuan para pertenecer a nuestra tribu. Eso está antes de cualquier pensamiento consciente. La inmensa mayoría ni se da cuenta cuánto influye el grupo sobre sus decisiones individuales. Un estudio en España descubrió, por ejemplo, que muchas personas que se definían como ateas y comenzaron a votar a Vox (el partido más de derecha) fueron “descubriendo” la religión y “convirtiéndose” en creyentes. Sin que fueran conscientes de la conversión, el espíritu de manada los llevó a creer.

Los que están atrapados en alguno de los dos grandes bandos de la Grieta creen en todo lo que cree su bando y piensa que el otro bando es demoníaco. Incluso gente que en otras cuestiones de la vida puede ser bastante inteligente en la Grieta se comporta como un troglodita.

Saber que nuestro cerebro nos pide automatismo y que, a la vez, nos da armas para poder pensar mejor nos permite superar esos automatismos que nos hacen daño. No es fácil pero se puede. Por ejemplo, podemos ver que estar en la Grieta es tóxico. El maniqueísmo (y la Grieta es maniqueísmo puro) siempre es tóxico.

El maniqueísmo es la creencia en que el mundo está dividido en dos fuerzas (el Bien y el Mal) que se enfrentan: cada maniqueísta (cada persona que se mete en la Grieta) cree que está en la tribu de la gente buena, la de la Luz, luchando contra la gente mala, la de la Oscuridad. Así funciona el pensamiento automático. Si estás atrapado en la Grieta todo su mundo se organiza de esta forma.

Toda tribu piensa así el mundo: yo estoy donde hay que estar, en el bando de los buenos. Los que no están acá son enemigos porque son malos. Pero eso no es cierto. El maniqueísmo nunca es cierto. La realidad es muy compleja y no se puede reducir en una fórmula simple de enfrentamiento.

Si nos interesa construirnos como mejores personas y construir un mundo mejor, no deberíamos ceder al maniqueísmo. Esta es una buena receta: desconfiar de cada “indignación” automática que te surge cuando el bando “de los malos” hace algo que te parece horrible porque se opone a tu creencia. La indignación es un buen termómetro para ver el automatismo tóxico. La realidad es mucho más rica que todas las simplificaciones y las respuesta emocionales. Es posible que algo que te parece horrible porque lo hizo el bando “de los malos” realmente no sea bueno. Pero no es con el odio a ellos y ni motivado por la indignación que el mundo se va a mejorar.

Sapere aude: Atrévete a pensar, como dijo Kant. Ese es el verdadero camino.


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