Subsidios para todos y todas: números rojos y el sesgo de autopercepción

Los que más reclaman la eliminación de los subsidios suelen ser los que más reciben, aunque no lo reconocen. El esquema de tarifas vuelve a ser deficitario.

Por diferentes motivos y con diversos matices, los subsidios volvieron a ocupar el centro de la escena pública a lo largo de la última semana.

Hace años que la economía argentina funciona en base a una enorme estructura de aportes estatales, que sostienen y oxigenan desde la deteriorada matriz social, pasando por la energía y los servicios, hasta cada uno de los sectores que dan vida a la actividad económica.

En medio de un año en que vuelve a discutirse el modelo de país, en que los distintos espacios políticos posan su mirada nuevamente en el tamaño del Estado, y mientras se discuten las condiciones del nuevo acuerdo con el Fondo Monetario, vale la pena analizar la profundidad del capítulo subsidios, y el alcance del cambio que se avizora en la Argentina que viene.

¿Caminamos verdaderamente a un escenario donde el Estado se retire de la actividad económica?¿Existe verdadera noción acerca de las consecuencias inmediatas que tendría un Estado ausente?

¿Existe verdadera noción acerca de las consecuencias inmediatas que tendría un Estado ausente?


“Bajá la mano”: el sesgo de autopercepción


La escena tuvo lugar en la 44° Convención Anual del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF). El protagonista principal fue Hernán Lacunza, exministro de Economía de Mauricio Macri y principal asesor económico de Horacio Rodriguez Larreta.

“Levante la mano el que no recibe ningún tipo de subsidio”, desafió Lacunza a los más de 800 ejecutivos de finanzas congregados en el evento. La gran mayoría de los presentes levantó la mano, incluida la periodista que moderaba la charla.

Acto seguido se dirigió a una de las personas que mantenía la mano en alto y le preguntó: “¿dónde vivís?”. La persona respondió: “en Zona Sur”. “¿Y en Zona Sur la energía no está subsidiada?”, continuó el exministro. “¿Alguien vino en Aerolíneas Argentinas?”, volvió a indagar. Varios de los presentes asintieron. “Bajá la mano, estás subsidiado…”, respondió Lacunza. “¿Alguien cargó nafta en YPF?”, continuó. Ante la respuesta afirmativa insistió “Bajá la mano, estás subsidiado…”.

“En esta sala de casi 1.000 personas, por cómo estamos vestidos, por dónde estamos, somos del 10% de mayores ingresos y de mayor educación, y toda la sala está subsidiada”, culminó ante la sorpresa de los presentes.

El ensayo de Lacunza pone a la vista el sesgo de autopercepción que existe en buena parte de la sociedad argentina, que goza asiduamente del aporte estatal, pero cree que “los subsidiados” están en otro lugar. Personas que no se autoperciben beneficiarios de las erogaciones estatales que ellos mismos proponen reducir.

En esta sala de casi 1.000 personas, por cómo estamos vestidos, por dónde estamos, somos del 10% de mayores ingresos y de mayor educación, y toda la sala está subsidiada.

Hernán Lacunza, al público de la 44° Convención Anual del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF).

Lo que subyace es que el vocablo “subsidiado” se ha convertido en un estigma. Por años, se ha señalado a los subsidios como la causa principal del problema que arrastra la economía argentina, y se ha enfatizado acerca del peso del gasto social en el presupuesto. En el extremo, el epíteto “planeros” sirve para denostar a quienes reciben asistencia social de parte del Estado. De allí que “estar subsidiado” sea casi equivalente a ser señalado como la causa de la crisis.

Cierto es que el gasto en planes sociales que supo representar 0,12% del PBI a mediados de los 2000, se multiplicó 5 veces hasta llegar al 0,6% en la actualidad. Tan cierto como que 4 de cada 10 trabajadores argentinos se desempeña en la informalidad, y como que sin los planes sociales los alarmantes índices actuales de pobreza e indigencia sería todavía más graves.

El ensayo de Lacunza pone a la vista el sesgo de autopercepción que existe en buena parte de la sociedad argentina.

El punto es entender “de qué hablamos cuando hablamos de subsidios”. La definición más rudimentaria refiere a “toda ayuda económica que una persona o entidad recibe de un organismo oficial para satisfacer una necesidad determinada”.

Probablemente quienes señalan a los subsidios como el problema principal, son los primeros en recibir la “ayuda económica” de parte del organismo estatal. Léanse como sinónimos de subsidios los eufemismos: “fondo de fomento”, “incentivo”, “aporte extraordinario”, “programa oficial de…”.


¿Ajuste? Para el de enfrente


La locación se ubica esta vez en el Alvear Palace Hotel. Más de 250 empresarios se reunieron para escuchar a Javier Milei en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICyP). El mediático economista y candidato presidencial aprovechó la ocasión para anticiparle a la cúpula empresaria argenta que planea “eliminar la obra pública, e ir hacia un sistema ‘a la chilena’, a riesgo empresario y sin intervención de los políticos”.

Los murmullos se hicieron dueños de la sala. Los empresarios de “la patria contratista” se acababan de anoticiar que de ganar Milei, ya no habrá fondos públicos para “aceitar” la actividad de la construcción. “Milei viene sosteniendo algo que en la práctica es inviable”, manifestó a la salida del evento Gustavo Weiss, presidente de la Cámara Argentina de la Construcción (Camarco). “En los países más desarrollados del mundo solo el 20% de su obra pública funciona bajo ese esquema, y el restante 80% sigue en manos del Estado”, agregó.

Gran parte de los argentinos cree que cuando se habla de “reducir el gasto”, la tijera pasará lejos.

Un síntoma más de los problemas de autopercepción social de gran parte de los argentinos, que creen que cuando se habla de “reducir el gasto”, la tijera pasará lejos, en la vereda, el sector, la actividad o la casa de enfrente. La premisa parece ser “hay que reducir el gasto público” y el corolario “siempre y cuando la reducción no me afecte a mi”.

Es evidente que en las megaobras existe un factor ineludible que refiere a la escala de producción y al capital necesario para afrontarlas. Dicho eso: ¿es que acaso el sector empresario argentino no tiene lo necesario para afrontar un esquema de obras de infraestructura de matriz netamente privada que dé transparencia a las licitaciones y quite el peso de las erogaciones de las cuentas públicas?

Lo que queda a la vista es la dificultad de los agentes económicos argentinos para hacer frente a lo que se conoce como “riesgo empresario”. El tutelaje del Estado a lo largo de las últimas tres décadas ha generado la idea de que si las cosas van bien se debe a la meritocracia del empresario, pero si salen mal, siempre está “papá sector público” para asistir, fomentar, aportar, ayudar.


La energía, caso testigo


Uno de los pocos compromisos que asumió el gobierno al momento de firmar el acuerdo con el Fondo Monetario a principio de 2022 fue el de revisar la matriz de subsidios a la energía, y el de avanzar en una segmentación tarifaria que recaiga con precios más altos sobre los sectores de mayor capacidad contributiva.

La implementación de dicha segmentación, y la disputa política interna respecto a la quita de subsidios, fue uno de los motivos que terminó llevándose puesto al exministro Martín Guzmán. A un año de aquel viraje de política económica, los datos revelan que las tarifas vuelven a estar desactualizadas.

Dato

U$S 126.000.000.000
Es el monto de lo que Argentina ha destinado entre 2011 y 2022 a subsidiar las tarifas de la energía.

Un paper publicado por la consultora Economía & Energía, del especialista Nicolás Arceo, indica que para el caso de la electricidad, el año cerrará con la necesidad de volver a incrementar los subsidios. El estudio indica que los usuarios de Nivel 1 (los que perdieron el subsidio por tener altos ingresos) pagan en 2023 un 154% más que hace un año en moneda constante. Los usuarios de Nivel 3 (aquellos que mantienen el subsidio hasta 400 Mw), pagan apenas un 5% más en términos reales. Por último el Nivel 2 (quienes mantuvieron el subsidio y pertenecen al sector de menores ingresos), pagan un 12% menos en términos reales que hace un año.

La certeza es que de no haber nuevos ajustes tarifarios hasta fin de año (difícilmente los haya en medio de una campaña que lleva como candidato al responsable de la política tarifaria), el monto de subsidios que deberá afrontar el Estado al cierre de 2023, volverá a crecer.

Pero existe un dato saliente que aporta Economía & Energía en base al relevamiento de la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (ASAP), y es que el monto de lo que Argentina ha destinado entre 2011 y 2022 a subsidiar las tarifas de la energía, asciende a u$s 126.000 millones.

El dato es escalofriante. Equivale a 2,86 veces el préstamo de u$s 44.000 millones que Mauricio Macri le pidió al FMI en 2018. Solo en 2022, se erogaron u$s 12.335 millones a tal fin. El número contrasta fuerte con las enormes dificultades que tuvo Massa para reunir los “apenas” u$s 2.700 millones que Argentina le pagó al Fondo en junio.

Quitar completamente los subsidios a la energía en un escenario con pobreza del 45% probablemente tendría un serio impacto social.

La conclusión es ineludible y tiene dos partes: la primera es que quitar completamente los subsidios a la energía en un escenario con pobreza del 45% probablemente tendría un serio impacto social. La segunda es que semejante nivel de gasto a fin de subsidiar el consumo de energía es insostenible e inviable si lo que se pretende es encontrar soluciones macroestructurales.

Lo saben los cuatro candidatos presidenciales más competitivos. Algunos lo gritan a viva voz. Otros también lo gritan, pero solo pueden hacerlo en voz baja.

Semejante nivel de gasto a fin de subsidiar el consumo de energía es insostenible e inviable si lo que se pretende es encontrar soluciones macroestructurales.


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