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¿Porqué votamos tan mal los argentinos?

Con todo dolor cívico entiendo que no hay nada para celebrar cada vez que con esta “democracia” no se come, no se educa, no se cura, no se trabaja ni se vive seguro.

Roberto Fermín Bertossi*

El sentido de la vida democrática como base del bien común, es plantar semillas de oportunidades, de esperanza, de posibilidades, de progreso, de confianza, de entusiasmo e inspiración, todas tan desafiantes, creativas y fecundas como sea posible.

En vísperas de una pretendida celebración de 40 años de recuperación de la democracia, tras más de siete largos y trágicos años de Dictadura Cívico Militar, precisamente el 30 de octubre de 1983, cuando nuestro país retomó las bases institucionales de un sistema político basado en los principios constitucionales, al ser electo democráticamente el doctor Raúl Ricardo Alfonsín como Presidente de la Nación, quien asumió el cargo el día 10 de diciembre de 1983; con todo dolor cívico entiendo que no hay nada para celebrar cada vez que con esta “democracia” no se come, no se educa, no se cura, no se trabaja ni se vive seguro.

Primeramente porque ya no debiera celebrarse lo obvio de vivir en democracia; mucho menos un vivir atrapados por cierto cinismo político, mucho robo y demasiada mentira, recidivas antidemocráticas que explican y predicen atónita e injustificablemente toda penuria, precariedad y decadencia argentina.

Resulta que hace 40 años teníamos 8% de pobreza y el 3% de desocupación; ni más ni menos.

Pero, según nos acaba de informar oficialmente el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), ahora el flagelo de la pobreza trepó al 39,2% de la población afectando severa y angustiosamente a más de 18,6 millones de argentinos.

Los datos del segundo semestre del año pasado fueron difundidos este jueves por el Indec. En el semestre previo, la pobreza se había ubicado en el 36,5% y afectaba a 17,3 millones de argentinos; en tanto, la indigencia fue del 8,1%

Así, la pobreza se incrementó en 1,4 millones de personas en el último semestre y 1,15 millones de personas en el último año.

Entonces, ¿Por qué votamos tan mal?


Síndrome de Estocolmo


Desde ese advenimiento de la democracia en 1983, no son pocos los guarismos electorales que ponen de relieve malas elecciones y pésimas reelecciones como una subespecie del síndrome de Estocolmo, (fenómeno psicológico paradójico en el cual la víctima desarrolla un vínculo positivo hacia su captor como respuesta al trauma del cautiverio)

A la fecha, el grueso de nuestra dirigencia política, sindical, empresarial y judicial en general, yace inerme, sin ideas ni reflejos concretos de bienestar; pero también holgazana, desaprensiva, corrompida, insolidaria, privilegiada y sin dignidad; ante semejante anuncio pavoroso y postrero del Indec.

Así, obviamente, nuestro país con sus 18,5 millones es sinónimo y homologación de FRACASO. Éstos, sensata y cabalmente, nunca se festejan.

De tal manera, dicho sistema viene resultando impotente para resolver y satisfacer a la ciudadanía con bien común. Décadas de persistencia de las más dolientes y contradictorias periferias existenciales, creadas y estructuradas por cinismos político-intelectuales, así lo acreditan a lo largo y a lo ancho del país.

Ojalá que escuchando a prohombres como Roque Sáenz Peña (Sepa el pueblo votar); Ortega y Gasset (Argentinos a las cosas); Juan Bautista Alberdi, Arturo Illia, Carlos Santiago Nino o René Favaloro entre otros, nuestras próximas votaciones locales, provinciales y nacionales sirvan para aliviar e ir sanando tremendas heridas humanas provocadas por tanta desaprensión e incompetencia políticas.

Ojalá que en nuestro próximo comportamiento/compromiso electoral, escuchemos el clamor escalofriante del hambre, la pobreza e indigencia; de la libertad y la dignidad personal; de la justicia independiente y de la honestidad; de la idoneidad, de la equidad; de la Educación, de las víctimas de la corrupción y la inseguridad; del progreso y del bienestar general… Resumidamente, el texto hecho clamor de nuestra Constitución Nacional; ojalá como pueblo nos libremos definitivamente de las ciegas garras del mito de Sísifo ( empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente).

Finalmente, en la próxima elección o votación como adultos corresponsables podamos empezar a superar (y revertir) airosamente con esperanza y entusiasmo, tanta naturalización de una indiferencia que reina campante, pero tolerando sin compasión y con toda complicidad, esas del todo insoportables pobrezas e indigencias; esos egos de hipocresía, voracidad, perfidia e impunidad; lo mismo que denuncian las hambrunas de derechos en tanta herida y tanta llaga del tejido social argentino.

Por último y en vísperas de semana santa, ¿cómo no evocar entonces al hidalgo e ingenioso Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra? … ¡“Encomiéndate a Dios de todo corazón, que muchas veces suele llover sus misericordias en el tiempo que están más secas las esperanzas”!

(*) Experto en Cooperativismo de la Coneau

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