Profe, ¿probamos qué puede hacer ChatGPT?
Reflexiones en torno a la escritura académica en la era de la Inteligencia Artificial. Si delegamos por completo la tarea de escribir, perdemos la chace de componer, tejer ideas.

Quienes acompañamos el proceso de escritura de estudiantes que transitan el Nivel Superior sabemos que nuestra tarea no se limita únicamente a corregir o revisar las formas y convenciones propias del discurso académico. También valoramos las huellas que dejan en sus escritos: sus preguntas, dudas, certezas, interpretaciones sobre un determinado tema, etc. Por medio de estas huellas o marcas, manifiestan su subjetividad, su manera de pensar, de aprender, su manera de inscribirse en el texto. Es esa presencia la que garantiza la originalidad y la riqueza de sus escritos, más allá, claro está, del estilo objetivo y neutral que predomina y caracteriza a la escritura académica.
En los últimos tres años aproximadamente, sin embargo, he notado que estas marcas de subjetividad aparecen con menor frecuencia y coinciden con el uso creciente de la inteligencia artificial (IA). Somos conscientes de que herramientas como ChatGPT, Gemini o Claude, entre otras, ya no están “a la vuelta de la esquina”: hoy forman parte del día a día en nuestras aulas y, en consecuencia, no solo se amalgaman con la escritura de nuestros estudiantes, sino también con nuestros modos de enseñar y aprender.
Ante esta situación, docentes y estudiantes comenzamos a intercambiar ideas, inquietudes, experiencias y reflexiones sobre la inteligencia artificial y su influencia en la escritura académica, reparando específicamente en su uso pedagógico, su potencial y sus limitaciones. De estas conversaciones surgieron interrogantes que poblaron los pasillos de nuestro IFDC: ¿Puede la IA convertirse en una herramienta pedagógica? ¿De qué modo puede contribuir a la alfabetización académica sin comprometer la autonomía y el juicio crítico de nuestros estudiantes? ¿Con qué objetivos y de qué manera intervenir? El recorrido por estas preguntas nos conduce a la que considero la más importante: ¿Estamos preparados para incorporarla en nuestras clases?
Hoy, más que nunca, puedo asegurarle a ustedes, lectores, que estamos en la búsqueda de respuestas y que, entre pruebas y errores, vamos desarrollando actividades para explorar este territorio aún novedoso. Hace algunas semanas, en medio de una charla sobre este tema, un grupo de estudiantes que debía entregar un texto académico me preguntó: “Profe, ¿probamos qué puede hacer ChatGPT?”. Desde mi lugar como docente considero que toda oportunidad de aprendizaje -especialmente cuando surge de nuestros futuros colegas- debe ser aprovechada. Y así fue como, sin dar muchas vueltas, comenzamos la prueba.
En clase iniciamos la conversación con ChatGPT: redactamos el prompt, es decir, la consigna, lo más detallada posible y una vez arrojada la respuesta continuamos con la instancia de socialización. Antes de compartir algunas reflexiones, quiero recuperar un detalle: días después de realizar esta actividad, me encontré con la nueva edición de “Escribir, leer y aprender en la universidad”, de Paula Carlino, lo que vino como anillo al dedo, ya que trae a discusión los nuevos desafíos del aprendizaje virtual. Me resulta importante compartir este detalle porque la propuesta de escritura que describe la autora en esas primeras páginas se vincula directamente con nuestra actividad. A continuación, comparto algunas reflexiones que surgieron en clase y que dialogan con los aportes de Carlino:
En primer lugar, si bien ChatGPT produce textos sintácticamente bien construidos y con ideas interesantes para romper el miedo a la página en blanco, presenta errores conceptuales debido a que su base de información se ajusta a patrones de búsqueda poco confiables, lo que impide que se adapte al contenido y a la especificidad de cada disciplina.
En segundo lugar, si nos referimos al estilo del texto que le solicitamos, advertimos que no puede generar una voz propia, auténtica que manifieste una reflexión crítica respecto al contenido.
En tercer lugar, respecto a la estructura del texto, nos ofrece diferentes formatos, pero ninguno se ajusta a la consigna; en su mayoría, presenta un punteo de ideas clave con subtítulos en negrita que retoman la idea central.
Por último, reflexionamos sobre el proceso de escritura. Concluimos que, si delegáramos por completo la tarea de escribir a la IA, perderíamos la oportunidad de componer: tejer ideas, organizarlas, reformularlas, ponerlas en debate; experimentar el problema retórico. Vivir el proceso de escritura permite, en palabras de Carlino, dar origen no sólo al texto creado, sino también las conexiones con el pensamiento que es, precisamente, lo que nos construye y nos transforma como profesionales y personas.
En definitiva, sabemos que la IA llegó para quedarse, pero no sin la problematización que se merece y siempre al servicio del conocimiento. Creo que es, al mismo tiempo, una invitación interesante para revisar y resignificar nuestras prácticas frente a los nuevos desafíos y oportunidades que nos ofrece la IA hoy en el ámbito académico.
* Profesora de Lengua en el IFDC Fiske Menuco, de General Roca.

Quienes acompañamos el proceso de escritura de estudiantes que transitan el Nivel Superior sabemos que nuestra tarea no se limita únicamente a corregir o revisar las formas y convenciones propias del discurso académico. También valoramos las huellas que dejan en sus escritos: sus preguntas, dudas, certezas, interpretaciones sobre un determinado tema, etc. Por medio de estas huellas o marcas, manifiestan su subjetividad, su manera de pensar, de aprender, su manera de inscribirse en el texto. Es esa presencia la que garantiza la originalidad y la riqueza de sus escritos, más allá, claro está, del estilo objetivo y neutral que predomina y caracteriza a la escritura académica.
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